martes, 6 de diciembre de 2016

INSOSLAYABLES VIII - EL LIBRO QUE NO FUE

Se dice que en los archivos de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires hay una tarjeta que proporciona los datos exactos de un libro que no existe. También se dice que la confeccionó, en un arrebato prodigioso por incorporar lo fantástico a lo real, el mismísimo Jorge Luis Borges. Un experimento, un juego, una broma del escritor. Pero una broma con un asombroso lado profético.

Estoy hablando de un libro maldito, un libro de hechizos, un libro de profecías apocalípticas, un grimorio medieval; el famoso libro de los muertos: el Necronomicón. Un libro que, si vamos al caso, cualquiera de nosotros podría haber escrito. ¿Por qué? Porque nunca lo fue. Claro que para ello, tendríamos que poseer la genialidad de H. P. Lovecraft, su demiurgo literario, que no lo escribió, pero sí lo imaginó.

Sin embargo, como en toda historia fantástica, las garras de lo posible tratan por todos los medios de aferrarse a su esquiva verosimilitud. La historia del Necronomicón no es la excepción.

Este Insoslayables —el último del año— invita a prestar atención a algo inexistente. Dicen que lo esencial es invisible a los ojos. Quizás por eso esta invitación apunta a un texto que, a pesar de haber provocado un nuevo giro al género de horror, al buscarlo solo encontramos copias de algo supuesto. 

Es decir, podríamos dar con textos dispersos acerca de una obra que nunca fue escrita. En resumen, existen copias apócrifas que tienen más valor que el original, sencillamente porque ese original no puede encontrarse en ningún lado. Así, la copia pasa a transformarse en un original bastardo.

En verdad, el Necronomicón sí está escrito... claro que no es el mismo al que hizo referencia Lovecraft en el cuento “El sabueso” (1922), donde este título terrorífico hace su primera aparición. La hipotética obra, escrita también por un hipotético árabe, Abdul Alhazred, contiene los conjuros mágicos para traer a la vida a nefastos seres primigenios, como Cthulhu o R’lyeh, ocultos y agazapados desde tiempos inmemoriales para exterminar a la raza humana.

Se dice que Abdul fue devorado por una bestia invisible en plena luz del día y a la vista de testigos espantados, se dice que el libro estaba forrado con piel humana, se dice que manipularlo pondría en peligro el equilibrio cósmico, se dicen tantas cosas…

No puedo dejar de recordar —volviendo a Borges y sus juegos— el cuento Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, presente en Ficciones. Allí, el escritor imaginó objetos ilusorios que provenían de un planeta desconocido (Orbis Tertius), que cobraban entidad física en nuestro planeta.

Lo cierto es que luego de concebirlo, Lovecraft se dispuso a ver cómo su criatura literaria se dispersaba como una mancha de aceite en novelas y cuentos de otros autores. Más tarde se hicieron películas y hasta video- juegos. ¿Los objetos fantásticos del cuento de Borges en la Tierra? Algo así.

Si seguimos con el pacto de ficción, podemos decir que solo existen cinco copias del Necronomicón en el mundo. Las demás han sido prohibidas y quemadas a lo largo de la historia. Al ejemplar de la consabida Biblioteca de Buenos Aires, le podemos sumar otro en el Museo Británico, otro en el de París, el cuarto en el de Harvard y un quinto en la Universidad de Miskatonic, Arkham. Este último edificio, para sumar más misterio al misterio, no existe.

Además, están catalogados unos diez ejemplares que afirman ser las copias del original. Desde manuscritos transcriptos por autores ocultistas, libros ilustrados —como el del artista suizo H. R. Giger— hasta, ya en plena era internet, un volumen nacido bajo el controvertido Proyecto Necronomicón, una iniciativa para, mediante la colaboración de varios autores, crear un falso Necronomicón.

Y aquí cabe la pregunta: si todo es falso, ¿quién no asegura que lo que existe —las copias— no pasarían a ser los originales?

A pesar de que Lovecraft dejó bien sentado su propósito literario al declarar: “Nunca existió ningún Abdul Alhazred o el Necronomicón porque los inventé yo mismo”, las elucubraciones e hipótesis siguieron su curso haciendo del mito algo tangible y probable.

Podemos decir que lo que hizo Lovecraft no fue nada nuevo. Existen infinidad de libros apócrifos que se idearon en el transcurso del tiempo como simples experimentos lúdicos o meros artífices de engaño. Sin embargo, también podemos decir que la genialidad del escritor de Providence radica en que su obra ficticia fue adoptada, apropiada y enriquecida por multitud de seguidores y discípulos que lo incorporaron a la prosa fantástica del siglo XX. Nacía de esa manera, a principios del siglo XIX, el horror cósmico, una hibridación entre el gótico clásico y la incipiente ciencia ficción. Nacían también los miedos subterráneos, tanto a nivel geográfico como a nivel mental. Nacía, en ese mismo período, el psicoanálisis. Pero bueno, esa ya es otra historia. Mientras tanto, el Necronomicón —verdadero o falso— sigue acechando en los oscuros corredores a la espera de que alguien se atreva a abrirlo.

“El amuleto de jade descansaba ahora en un nicho de nuestro museo, y a veces encendíamos velas de extrañas fragancias ante él. En el Necronomicón  de Abdul Alhazred nos enteramos de muchas de sus propiedades, y de la relación existente entre las almas de los espectros y los objetos que la simbolizaban; y lo que leímos nos llenó de inquietud.

Entonces, llegó el terror”. (Fragmento de El Sabueso, H.P. Lovecraft).

Columna aparecida en la Revista Qu Número 18 (Noviembre 2016). 

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