martes, 31 de mayo de 2016

LA GUERRA DE LOS MUNDOS COMO NOVELA SOCIOLÓGICA

“La Guerra de los Mundos” fue escrita por Herbert G. Wells en 1898. Si esta historia representa o cumple con los parámetros que “El Arte de la Novela” de Henry James, la “Estética y Teoría de la Novela” de Mijail Bajtín y la “Teoría de la Novela” de Georg Lukács propone, se podría dilucidar a través del siguiente análisis.
Tanto Bajtín y Lukács, teóricos, como James, escritor, concuerdan en darle a la novela un carácter sociológico, ya sea a través de la sociología tradicional o de la sociocrítica, es decir que, para ellos y más allá de las corrientes de pensamiento que adoptan, el género en sí está ligado a un elemento indivisible de todo ser humano: retratar el sistema (es la pretensión de la novela) en donde habita.
A modo de presentación del autor inglés podríamos realizar un breve repaso del entorno en donde se ubicaba el escritor al publicar su novela y las motivaciones sociológicas que lo impulsaron a hacerlo.
Wells estaba influenciado por Thomas Henry Huxley, un famoso biólogo de entonces y, a través de él, por una marcada devoción hacia Darwin y su “Teoría de la Evolución”. Luego de publicar títulos que le valieron éxito de crítica y público como “La máquina del tiempo” y “El hombre invisible”, Wells pasó a formar parte de un prestigioso círculo literario, pero nunca olvidó sus humildes orígenes ni las dificultades de una trayectoria sacrificada. Formó parte —junto a Bernard Shaw, entre otros— de la Sociedad Fabiana, cuyo objetivo era lograr el establecimiento de un sistema social más justo.
Podemos inferir que Wells con su libro “la Guerra de los Mundos” quiso mostrar, a través de la ficción, una historia netamente sociológica.

Henry James nos expone, a través de su obra, que la única razón de ser de la novela es que pretende representar la vida; es una impresión personal y directa de la vida. Esto constituye su valor, que será mayor o menor dependiendo de la intensidad de la impresión. Afirma que son motivaciones sociológicas las que inducen a escribir novelas.
En este punto podemos decir que Wells tuvo sus motivaciones sociales al ubicar todos los aterrizajes de las naves extraterrestres en los lugares en donde él pasó su traumática y poco feliz infancia. Brian Aldiss, otro escritor de ciencia ficción, habla sobre esto al decir que lo que hizo su colega fue escribir La Guerra de Woking, en alusión al lugar en donde ocurren todos los hechos bélicos relatados en el libro. En realidad se trata de la región por la que Wells solía pasear en bicicleta: todos los itinerarios del protagonista de la historia durante los ataques marcianos están extrapolados a las propiedades de sus vecinos que Wells tuvo ganas de aniquilar, según confesó en su momento.
Otro punto de vista de Henry James, de acuerdo a su tesis, es que una novela es una cosa viva y continua como cualquier otro organismo. En este caso podríamos decir que buena parte del mensaje de Wells, a través de esta novela, sigue vivo más de un siglo después de que la escribiera. Si bien es cierto que la Inglaterra victoriana ya ha desaparecido, la naturaleza del hombre no ha cambiado cuando una situación excepcional lo libera de las condiciones sociales en que el ser humano se transforma por completo. Esto permite al lector generar su propia idea de la tragedia universal.
El acierto de Wells consiste en introducir lo fantástico —los marcianos— en un escenario reconocible, la Inglaterra de principios de siglo, lo que viene a ser, vista su biografía, como la introducción de la imaginación y el aliento creador dentro de una formación científica y racional como la suya. Las masas de gentes enloquecidas, egoístas e impermeables al sufrimiento del individuo o del niño que tropieza y muere aplastado; aquellas masas que para escapar de una pesadilla la agravan, nos muestran en su huida una bajeza de la condición humana. Armado de sus conocimientos científicos, Wells, crea en el primer capítulo una atmósfera en la que el hecho fantástico se nos presenta tan real como la vida misma. Y además, como dice unos de los personajes del libro:
¿Sería tan extraño que los marcianos desearan invadir y someter a los humanos si tenemos en cuenta que entre los hombres es casi un deporte la aniquilación de razas y la ocupación de los territorios de los más débiles?

Por otra parte el teórico ruso, Mijail Bajtín, a través de su estudio sobre la novela “Crimen y castigo” de Fedor Dostovieski postula que toda novela debe ser polifónica, es decir, al contrario de la poesía, que es un ámbito cerrado, monológico y autoritario, la novela debe ser dialógica. Bajtín nos explica que el discurso nace en el diálogo y se forma en una acción dialógica mutua con la palabra del otro. El discurso conceptualiza su objeto gracias al diálogo. Bajtín rechaza la concepción de un “yo” individualista y privado; el “yo” es esencialmente social. Cada individuo se constituye como un colectivo de numerosos “yo” que ha asimilado a lo largo de su vida, en contacto con las distintas voces escuchadas que de alguna manera van formando nuestra ideología. Por lo tanto es el sujeto social quién produce un texto que es, justamente, el espacio de cruce entre los sistemas ideológicos y el sistema lingüístico. La historia de Wells es polifónica dado que en el transcurso de la misma los diferentes personajes van interactuando entre sí y con él mismo (su ideología).
Narrado en primera persona, y recordando acontecimientos que ya han pasado, el personaje principal y su esposa van conociendo en el transcurso de la trama al párroco, al artillero, etc., es decir, todo un conjunto social que se realiza a través de un sistema lingüístico.
Bajtín, por otra parte y a través de su ensayo, aclara que toda novela se nutre de la parodia y el grotesco y que es el constitutivo básico de la cultura popular. En la novela de Wells, si bien el humor no tiene una presencia muy importante dado el carácter dramático de la ficción, hay algunos ejemplos en que se nota claramente la sátira y la parodia. Un ejemplo es cuando la fugitiva señora Ephistone parece ver a los invasores marcianos tan malvados como a los franceses (recordemos que en esa época aún estaba fresco el carácter imperialista de Napoleón Bonaparte). Otro ejemplo es cuando el artillero, hombre común del pueblo, pegador y glotón, estereotipo de la clase baja inglesa, acepta la derrota del hombre y niega el valor de la cultura para vencerlos.

Por último, y a modo de cierre, nos remitimos a Georg Lukács y a los parámetros que utiliza para clasificar a la novela. Lo  hace de tres maneras:
Primero, como exaltación del individuo burgués a través de un ser excepcional que se mueve en un mundo realista, absorbido por la orientación científica y materialista; segundo, cuando cumple las características sociológicas de la desilusión, es decir, cuando la conciencia del protagonista es demasiado vasta para adaptarse a la realidad social y, tercero, cuando comprende su autolimitación, o sea cuando comprende y se resigna a la realidad que le toca vivir.
Lukács afirma que la novela es un género estructuralmente ligado a la ideología burguesa y que refleja la desintegración social producida por la Revolución Industrial. A modo de comparación, “La Guerra de los Mundos” podría encuadrarse en la tercera definición, es decir, en donde Wells nos muestra al hombre enfrentado a una fuerza que no comprende; nos muestra ese costado vulnerable del ser humano como una raza débil que es sometida por el “Otro”, desmesuradamente poderoso e insensible.
Wells aludió elípticamente a las acciones coloniales en África, Asia y América. La justificación de la conquista de pueblos fue atribuida con total normalidad al Poder de la Razón. En este caso el héroe se desdibuja ante la adversidad tal como propone Lukács al hablar de la autolimitación del hombre.
Al enfrentarse las posturas de James, Bajtín y Lukács con el texto de Wells, podemos dilucidar, como dijimos al principio, que la estructura narrativa cumple sobremanera tales características para considerarse una novela
Podemos encontrar la vida representada con sus limitaciones y miserias, es decir, la vida misma (James) también la polifonía, la parodia y el lenguaje social de diferentes estratos (Bajtín) y por último al héroe avasallado por un poder que no comprende y lo desilusiona al no poder cambiar el curso de las cosas (Lukács).

“La Guerra de los Mundos”, más allá de considerarse una novela de género es algo más, es un verdadero estudio sociológico del ser humano cuando es llevado al extremo de la incertidumbre en un destino que lo pone continuamente a prueba. 

viernes, 27 de mayo de 2016

POETAS REPTANTES - ANTOLOGÍA CONTEMPORÁNEA SUDAMERICANA

No es presentimiento. Es una forma
de lo inevitable. 
Gabriela Troiano

La poesía tiene mala fama. Es un género difícil se suele argumentar, elitista o para entendidos. En el mejor de los casos, quienes no tienen el hábito de su lectura la asocian con Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y los clásicos incluidos en las currículas escolares. La clave tal vez, sea acercarse a la poética desde la intuición y no desde la intelectualidad, darle sentido a través de las emociones y sensaciones que provoca, sumergirse a los versos permitiendo que permeabilicen, sacudan y transformen nuestra cosmovisión.

La presente es una antología de poetas noveles, casi todos inéditos, que se encuentran abriendo su camino en el revoltoso y para nada exclusivo mundo de las letras. Sus voces son variadas, su forma expresiva, también. Pero no dejan de ser poemas de una época donde los temas universales se plasman con las obsesiones y tecnologías de este ya entrado siglo XXI.

La poesía contemporánea tiene su germen en lugares inesperados, usa lo cotidiano para introducirse en lo profundo. La modernidad inaugurada por las vanguardias, los poetas malditos, la beat generation —entre otros— no solo dejaron marcas, sino que establecieron las nuevas reglas. Atrás quedó la métrica de formatos altamente codificados como lo sonetos, la redondilla o la octava real. Sin embargo, estas rupturas no eliminaron la musicalidad ni el ritmo, una nueva cadencia, más ingeniosa e íntima se impone creando universos de dinámicas propias, donde la rima existe, pero sin condicionamientos, donde la sonoridad no se ata  a estructuras predeterminadas y puede fluir con el aliento personal que sella cada poeta.

En este libro encontrarán poesía actual, comprometida desde lo emocional, lo político y lo social con el tiempo que habita. Los ejes que mueven al mundo, los arquetipos que inconscientes delinean deseos y miedos en igual intensidad, siguen siendo los mismos de antaño. Un hilo invisible nos une a nuestros antepasados a través de tópicos como el amor, el miedo, la frustración, la esperanza, el renacer, la significación y el lenguaje. 

Todas estas temáticas gesticulan esta antología y son el pulso que da vida a cada poema o prosa poética. El devenir musical y armonioso tampoco está extinto en las obras, que no encontraremos métrica estricta no significa que no se priorice la esencia del sonido como cadencia, como fuerza y como golpe. 

Los blancos activos; los signos de puntuación elegidos con toda la libertad que permite el género; las bastardillas y las mayúsculas son los modos del decir que encuentran los autores. 

Es un placer para mí presentar nueve poetas del ahora, nueve voces que emergen desde las tinieblas donde está siempre el lenguaje antes de volverse forma, reptando en un planeta en donde la inmediatez de los soportes audiovisuales dificultan el placer sereno que implica una nueva lectura. 

Los invito a dejar de lado los prejuicios respecto al género y disfrutar de poesía contemporánea de calidad y de diversidad de estilos.

María Alejandra Schnorr (poeta y compiladora). 

Imagen de Tapa: La carne abierta de Martina Nimcowitz 
Diseño de tapa: Antonio José Bellota Valentinuzzi
Dirección Editorial: Hernán Casabella
Editorial: Textos Intrusos

Índice

Genética — Sofía Lara Gomez Pisa
Bonus Tracks — Patricio Flogia
Astillas — Valeria Verona
El deseo del deseo del deseo — Pablo Benalcázar Orbe
Sanando —Vanina Kuszczyc
Dioramas — Miguel Ángel Silva
Fronteras — Gabriela Verónica Troiano
Insignificación de los restos  Víctor Semión
Poemas — Clara Rosso

jueves, 26 de mayo de 2016

LOS EXCELSOS DISCOS III - EN BUSCA DE LOS ANTIGUOS DIOSES


"In Search of Ancient Gods" ("Buscando a los antiguos dioses") es uno de esos discos absolutamente peculiares dentro del género progresivo, una auténtica rareza. 

Fue grabado por Absolute Elsewhere, o lo que es lo mismo: Paul Fishman (teclados), Bill Bruford (batería); Philip Saatchi (guitarras) y Jon Astrop (bajo), y editado por Warner en 1976. No hubo ninguna obra posterior, ni continuidad de colaboración entre el cuarteto de músicos. Fue lo que se denomina un "One Shot", un "ahí queda eso y punto".

El disco pasó prácticamente inadvertido pese a que los aficionados al rock progresivo eran, en esos momentos, legión. El LP, totalmente instrumental, es, como reza el título, una experiencia en música y sonido que celebra o ilustra las teorías de Erich Von Däniken acerca del origen extraterrestre de la civilización y de las visitas de "dioses espaciales" en un pasado remoto. 

Durante décadas ha sido absolutamente imposible encontrar copias de este trabajo, que ha visto cómo el tiempo lo convertía en álbum de culto. En los últimos años se han efectuado muy pocas ediciones en CD (hasta la fecha circulaba algún archivo mp3 en Internet procedente de un vinilo digitalizado) y únicamente en Japón.

Disco de colección para amantes de la música de sintetizadores, mellotrones y electrónica en general; realmente magnífico, onírico, fantasioso, relajante. Es como si la música de King Crimson y Alan Parsons se hubieran dado la mano de forma mágica e irrepetible.


Del Blog: That was music

martes, 24 de mayo de 2016

LA ARGENTINA FANTÁSTICA


Hay varios mundos, varias Argentinas,
varios futuros que nos esperan;
en uno u otro desembocaremos de pronto.
Adolfo Bioy Casares
                          
                                                                          



Es curioso que Jorge Luis Borges, el escritor más importante de nuestra literatura, haya abrevado en el género fantástico como parte medular de su obra narrativa. No solo escribió, sino que también teorizó y defendió, siempre que tuvo la oportunidad de hacerlo, su importancia y trascendencia. Es curioso porque el género fantástico (al igual que el policial, el de terror o el de ciencia ficción) es considerado por la llamada “alta literatura” como un género menor, una especie de literatura de entretenimiento.  Por eso cuando Borges recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por su libro de cuentos Ficciones dijo: “Me alegra que el Premio de Honor sea para una obra fantástica; hay quienes juzgan que la literatura fantástica es un género lateral. Sé que es el más antiguo, sé que bajo cualquier latitud, la cosmogonía y la mitología son anteriores a la novela de costumbres, al realismo. Sueños, símbolos e imágenes atraviesan el día; un desorden de mundos imaginarios convergen sin cesar en el mundo”, y como para desterrar toda concepción reduccionista del género aseveró: “Al contrario de lo que se cree el poder alucinante que éste ejerce en el lector lo obliga a meterse en los niveles más profundos de la realidad y no así una mera literatura realista”.
En estas afirmaciones concordaba con otro gran escritor, que también trató de desmarcarse de la rigidez del término realista. En el célebre postfacio a la novela Lolita, Vladimir Nabokov expuso una tesis que se tornó tan famosa y glosada como la novela misma: “La realidad es una palabra que no significa nada sin comillas”, concepto que no solo postulaba la fecunda autosuficiencia de la ficción sino que ponía en duda todo aquello que se conoce, a falta de mejor palabra, bajo el rótulo de “realidad”.

En Introducción a la Literatura Fantástica, el teórico ruso Tzvetan Todorov señala que la gran presencia del relato sobrenatural en el siglo XX es Kafka, en cuya narrativa los acontecimientos extraños se tornan naturales porque: “su mundo entero obedece a una lógica onírica, cuando no de pesadilla, que ya nada tiene que ver con lo real” y cita a Sartre para quien el objeto fantástico en la obra del autor de La Metamorfosis y El Castillo es el hombre normal.
Esta cita de Todorov es muy reveladora por la gran influencia que tuvo Kafka en Borges y en la narrativa argentina en general. Haciendo un poco de historia de nuestra literatura podemos remontarnos al sistema literario reputado como nacional, pero básicamente porteño, de los años treinta. Sería un grupo de escritores de vanguardia (conocido como el Grupo de Florida) el que se propondría “reinventar” la literatura fantástica cruzando las tradiciones de la literatura oriental más clásica (Las 1001 Noches); los textos de escritores de lengua inglesa del siglo XIX (Henry James, Joseph Conrad, H. G. Wells, Stevenson, etc.), las versiones alegóricas del absurdo (Franz Kafka) y la línea gótica y siniestra que había llegado a Estados Unidos de la mano de Hoffmann o Jacobs (Edgar A. Poe). De todos los países hispanoamericanos nuestro país es el que tiene el caudal mayor de obras de índole fantástica y esa fusión de diferentes autores fue la que se amalgamó creando una nueva concepción del género, netamente original.
Incluso hay algunos teóricos, como el escritor y periodista Blas Matamoro que escribió en su libro Lecturas Americanas que “paralelamente a la producción de textos fantásticos, hubo en esa época una corriente ensayística —Scalabrini Ortiz, Martínez Estrada, Eduardo Mallea— que insistían sobre otro tipo de fantasma: la identidad nacional argentina. Se la buscaba fuera de la historia, en el mito, la esencia, el pasado muerto que vuelve como espectro. La Argentina de estos escritores tiene algo fantasmal”.
Si bien Borges es uno de los pilares en donde se asienta la literatura argentina (“El Aleph”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Las ruinas circulares”, etc.) puede considerarse a Leopoldo Lugones como uno de los pioneros de la literatura fantástica. En su libro Las fuerzas extrañas los fantasmas modernos integran el mundo sobrenatural en una realidad intangible por la ciencia y que solo puede ser percibida por el arte. Puede decirse entonces que Lugones tuvo el coraje de arremeter, de alguna manera, contra la previsibilidad del realismo, precepto que luego tomó Borges. Pero Borges fue más allá al decir que la narrativa contemporánea estaba atada a una incapacidad para contar historias “interesantes”. De esta manera surgieron historias ya clásicas de nuestra literatura como “El número cuatro” de Guillermo Estrella o “El teléfono” de Augusto Delfino, incluidas en todas las antologías del cuento fantástico publicadas en nuestro país.

Adolfo Bioy Casares es otro autor ineludible. No podemos dejar de nombrar las novelas La invención de Morel en el cual el autor anticipaba en medio siglo (fue escrita en 1940) la aparición de la realidad virtual y los cuentos “El perjurio de la nieve” y “El calamar opta por su tinta”, entre tantos otros.
Hay muchos ejemplos en nuestra literatura en el que este tipo de narraciones alcanzan un grado inigualable de originalidad. Podemos enumerar las apariciones fantasmales en gran parte de la narrativa de Silvina Ocampo; el cuento “Sombras suele vestir”, de José Bianco; “La última niebla”, de María Luisa Bombal; o “La que recordaba”, de Manuel Mujica Láinez.
Esta época dorada de la literatura fantástica no podría estar completa sin Julio Cortázar quien utilizó al género fantástico como columna vertebral de su obra. La renovación de Cortázar consistió en haber estirado los límites de los universos más familiares y triviales para que, imperceptiblemente, ingrese lo extraordinario e inquietante en la vida cotidiana. Puede citarse: “Casa Tomada”, “Continuidad de los parques”, “El río”; “Retorno de la noche”, “Carta de una señorita en París”, “Las puertas del cielo”, “La puerta condenada”, etc.

Podemos seguir nombrando a muchos otros autores consagrados. Algunos se volcaron concienzudamente sobre el género, otros no pudieron resistirse al encanto misterioso e impredecible que les proporcionaba este tipo de narraciones y dejaron su impronta, a veces explícita o implícitamente en muchas de sus páginas. 
El caso más ilustrativo es el de Roberto Arlt. Adolfo Prieto, decano de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Rosario, escribe en su libro La fantasía y lo fantástico en Roberto Arlt, que aunque parezca extravagante analizar su obra desde el punto de vista del género fantástico, basta releer sus cuentos, sin la presión del realismo crudo de El juguete rabioso, para empezar a admitir que por debajo o junto a la indiscutible voluntad de realismo, Arlt alimentaba una fuerte tendencia a manifestarse en aquello en donde la fantasía juega alucinantes contrapuntos con la experiencia de lo real. Nombra, a modo de ejemplo, una serie de cuentos publicados en el libro El cazador de gorilas: “El cazador de orquídeas”, “Odio desde otra vida” y “Los hombres fieras”.

Ernesto Sábato es otro ejemplo en el que su prosa realista (o existencialista) opaca de alguna manera su universo fantástico. En Sobre héroes y tumbas —más precisamente en ese cuento aislado e independiente de la novela que es “Informe sobre ciegos”— lo fantástico se encuentra en la imaginación exacerbada del protagonista al creer en una supuesta conspiración de los ciegos para conquistar el mundo. Vlady Kocianich, otra autora contemporánea de Borges, hace su aporte con su novela La Octava maravilla, una historia fantástica, extrañísima y apasionante; Anderson Imbert y su cuento “El leve Pedro” o Marco Denevi y su relato, basado en otro relato fantástico: “No meter la pata con la pata de mono”, completan esta larga tradición literaria.
También podemos mencionar a autores tan disímiles entre sí como Horacio Quiroga  Rodolfo Wilcox o Abelardo Castillo, en donde la incertidumbre de lo impredecible puede ocurrir en cualquier momento: la muerte en Horacio Quiroga (“El almohadón de plumas”) lo mórbido en Wilcock (“Los donguis”) o la angustia a lo desconocido en Abelardo Castillo (“La casa del largo pasillo”).
Luego de tantos nombres ilustres y trayectorias indiscutibles cabría preguntarse: ¿Cómo se encuentra el género fantástico en la actualidad? ¿Será, cómo se dijo alguna vez, una especie de capricho contemporáneo o todavía goza de buena salud?
Volviendo a Borges, que dijo: “al contrario de lo que se piensa, las novelas realistas empezaron a elaborarse a principios del siglo XIX, en tanto que todos las literaturas comenzaron con relatos fantásticos”, veremos que eso se cumple en la narrativa actual argentina, en el sentido de una tradición que permanece a pesar de las corrientes coyunturales (periodísticas, políticas, históricas, económicas) y que se erige como la regla y no como la excepción. Tal es el caso de muchos narradores de la actualidad.

Violeta Gorodischer es una joven escritora que con su primera novela Los años que vive un gato, plantea una historia en el que el fantástico está a punto de irrumpir en escena en cualquier momento, como si la novela realista fuese un mecanismo a punto de quebrarse, como las relaciones humanas, como la familia. Gustavo Nielsen, por su parte, desarrolla en La fe ciega, una serie de cuentos que poseen algunos rasgos en donde lo espectral y lo cotidiano se funden. Mariana Enríquez, una cultora del género del terror, también incursiona en el fantástico en donde los fantasmas son sombras que deambulan con tranquilidad en el imaginario de las ciudades como maldiciones suburbanas, ejemplo de ello se encuentran en sus cuentos: “El desentierro de Angelita”, “El carrito” o “La Virgen de La Tosquera”. Otro autor con una trayectoria un poco más larga, es Rodrigo Fresán, que en su libro El fondo del cielo logra un clima de vacilación en el lector, clima que es todo un símbolo en el género fantástico. Samantha Sweblin publicó dos libros de cuentos fantásticos: El núcleo del disturbio y Pájaros en la boca. En sus relatos nada es lo que parece; lo cotidiano, de pronto, se tiñe de extrañeza. Podemos nombrar también a Daniel Guebel y su novela El Caso Voynich en el cual narra la historia de un pergamino escrito en un lenguaje totalmente desconocido, hallado en el siglo XVI. Guebel construye una historia extraordinaria y excesiva, combinación imposible de ficción y realidad, donde la peripecia se transfigura en una operación mística y los misterios se vuelven un recurso de la inteligencia. Otro de los nuevos narradores es el de Pedro Mairal; en su libro El año del desierto describe un país (el nuestro) en el que el tiempo empieza a retroceder en forma acelerada hasta llegar al momento en que nuestro territorio era, como dice el título, un desierto.
Hasta aquí una somera visión de una corriente que forma parte de nuestro basamento literario. Un género que estuvo presente en nuestro país desde las primeras décadas del siglo pasado (con sus mitos y supersticiones) hasta entrado el siglo XXI (una época en la que cabría preguntarse si lo fantástico todavía puede inquietarnos). Podemos deducir, entonces, que la tradición fantástica permanece. Una gran cantidad de autores noveles lo demuestran con sus cuentos y novelas. Al parecer la advertencia de Lovecraft: “Nunca des vuelta una esquina pegado a la pared, alguien puede estar acechando del otro lado”, es material suficiente para seguir escribiendo cuentos fantásticos.


Artículo aparecido en DOSIER Número 3, revista cultural del Instituto Superior de Letras “Eduardo Mallea”, en agosto del 2013.

martes, 17 de mayo de 2016

LOUISE LABÉ, LA NINFA DEL RÓDANO

“En pleno Siglo XVI, cuando más de la mitad de las mujeres apenas sabía firmar, la Belle Cordière, hija y esposa de cordeleros poderosos, ha estudiado el latín, italiano, español y francés. Conoce música y el indispensable arte del bordado pero además es excelente amazona y tan buena espada como para merecer el título de “capitaine Loys”. Podrían ser demasiadas virtudes, todas juntas. Pero Louise primero se educó. Después se fue a la guerra como cualquier joven de cualquier época y lugar, ávida de experiencia. Y solo después, se dedicó a reflexionar. Es decir, escribir”.

Así comienza “Recorrido intelectual de una poeta del Siglo XVI”, el prólogo de Claudia Schvartz que anticipa la obra de Louise Labé (1524-1566), “Sonetos y Elegías”, una pequeña y hermosa edición bilingüe a cargo de Leviatán que en su momento tuvo una tirada de 1000 ejemplares (mayo del 2006) y que encontré como saldo en la librería Los Argonautas de Avenida Santa Fe. Uno de esos pequeños talismanes literarios que uno encuentra de tanto en tanto. Luego de este fragmento hay un análisis sobre la traducción en la sección que titula “Pequeña anotación sobre la traducción”. 

Allí, entre otras cosas, Claudia Schvartz (autora de Eólicas, en el mismo sello editorial) aclara que: “traducir es relativo al desciframiento de una voz: un trabajo de intérprete. A medida que se avanza en la tarea hay inflexiones que esa voz niega a hacer, mientras emprende otras con la naturalidad de lo propio. Finalmente, cuatro siglos son nada si la traducción puede rescatar del texto la proximidad, devolverle la intimidad que los siglos distanciaron. Hice y deshice las versiones hasta que la voz sonara como yo la oía. Por eso considero su publicación como la culminación de la diletante”.

Hay un agradecimiento final al poeta y traductor Ricardo Zelarayán, a Cristina Orive y a la gran Diana Bellessi por su gestión editora.

Pero volviendo a “La Safo de Lyon”, uno de los tantos sobrenombres como fue conocida en esa época Louise Labé —otros fueron “La Ninfa del Ródano” y “La Bella Cordelera”— cabe destacar que estamos ante una de las grandes poetas del Renacimiento y que está considerada como una de las escritoras más notables de la lírica gala renacentista y, sin lugar a dudas, como una de las voces poéticas femeninas más hondas, íntimas y originales de todos los tiempos. De hecho es la última de las poetas trovadoras cuya poética ha sido estudiada y traducida por el mismo Rilke.

Su obra es breve, pero potente. Solo consta de dos textos en prosa, una alegoría titulada “Debat de Folie et d'Amour” (Debate entre la Locura y el Amor), inspirada en el “Elogio de la locura” de Erasmo, tres Elegías al estilo de las "Heroínas" de Ovidio y veinticuatro sonetos. Estos últimos, inspirados por el gran amor que tuvo hacia Olivier de Magny, que derivó en un lirismo ardiente, con un auténtico sentimiento amoroso, así como una acentuada sensualidad que la convirtió en representante del erotismo poético de su tiempo.

La aparición de sus textos, a mediados del siglo XVI, supuso la consagración de una audaz escritora que, para asombro de muchos, publicaba sus versos precedidos de altos elogios firmados por algunos de los mayores poetas franceses del momento. La inspiración amorosa de su poesía, así como la libertad e independencia de su pluma, la convirtieron, a ojos de muchos lectores, en una nueva Safo —la poeta griega, también conocida como Safo de Lesbos y que vivió entre los siglos VII-VI a.C. — si bien esta comparación iba únicamente referida a su condición de mujer y su asombrosa falta de prejuicios, ya que la temática lésbica no asoma por debajo de ninguno de sus versos.


Sorprendía, además, que una escritora hubiera cosechado tantas alabanzas —sobre todo, entre los grandes autores de la Pléiade, grupo de poetas franceses con el propio Ronsard a la cabeza— con una producción tan exigua.

Louise Labé, como Homero, forma parte del mito de si realmente existió o, como afirman algunos especialistas de su obra, fue el nombre de fantasía tramado por un famoso grupo de poetas que desarrollaron su actividad en Lyon en torno a Maurice Scève y Pernette du Guillet, la hoy llamada Escuela Lionesa.

Al margen de esta polémica, lo que sí podemos descubrir es que la poesía de Louise Labé brilla con luz propia, reivindica la independencia de pensamiento y actuación de la mujer, así como la defensa del derecho a la educación y al uso del discurso amoroso por parte de la población femenina.  De hecho en un fragmento que le escribe a su amiga Clemence de Bourges le recomienda:

“Y porque las mujeres no se muestran solas en público, la he elegido para que me sirva de guía, y le dedico esta pequeña obra, que tiene por único fin ratificar el sentimiento que desde hace tiempo le manifiesto, e incitarla y provocarle ganas, viendo mi obra torpe y mal construida, de traer a la luz otra que esté más trabajada y sea más graciosa. Firma Louise, Su humilde amiga…”

Una vida tumultuosa y difícil para una mujer que fue llamada “plebeia meretrix” por el propio Calvino que junto a sus seguidores tomaron la ciudad de Lyon y la empobrecieron tanto económica como culturalmente. Por ese motivo, Louise Labé terminó sus días en una recluida casa de campo, en donde falleció en 1566.

Sus palabras, en el Soneto III reflejan, en parte, su corazón ardiente, su alma pasional y su rebeldía en una época en que estuvo infamada por sus aires libertarios pero a la que logró rebelarse a través de la poesía.

“Pues tan maltrecha estoy por todas partes
Que en mí una nueva herida
No podrá encontrar lugar para empeorarme”.

O a través de sus sentimientos tumultuosos en el Soneto VIII.

“Vivo y muero. Me quemo y ahogo.
Calor extremo siento cuando hace frío.
La vida me resulta demasiado blanda y dura.
Tengo grandes penas de júbilo mezcladas”.

A la vez, creía fervientemente en la idea de una vida plena, sin prejuicios y con la esperanza de un mundo mejor, como lo demuestra en el Soneto XVI.

“Luego de que el granizo y el trueno
Castigaran un tiempo el alto monte Cáucaso,
El bello día vuelve, de brillo revestido,
Cuando la tierra Febo ha circundado”.

En definitiva, “Sonetos y Elegías” de Louise Labé es un buen acercamiento a la poesía renacentista del Siglo XVI a través de una de la voces más originales y audaces que dio la lírica francesa.

“No me condenéis, señoras, por haber amado.
Si he sentido mil antorchas ardientes.
Mil trabajos, mil dolores mordientes.
Si llorando consumí mi tiempo,
¡Ay! que mi nombre no sea censurado.


Fuentes: MCN Biografías.com y Wikipedia. org

miércoles, 11 de mayo de 2016

INSOSLAYABLES VI - TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A TROYA

Ítalo Calvino se preguntaba en un breve ensayo de 1981: ¿por qué leer los clásicos? Luego de catorce puntos en los que argumentaba una serie de propuestas para abordar esos libros poco frecuentados, hay una —la número diez— que es la más interesante, tanto a nivel persuasivo como poético: “Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes”. Y, dice más abajo, “es la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé”. Si bien el libro total es una utopía —en todo texto siempre se realiza un recorte de la realidad, histórica o no—, bien vale la pena conocer esas historias que dieron origen a otras historias; esos talismanes que refulgen a lo largo del tiempo con una gran diversidad de estilos y resignificaciones.
Una de ellas (y clásico de clásicos, por antonomasia) es la Ilíada, un poema épico escrito, supuestamente, en el año 725 a. C.

Según Jasper Griffin, académico de la Universidad de Oxford, es tal su importancia que puede decirse que la literatura occidental comienza con la Ilíada de Homero, un aedo ciego que no se sabe a ciencia cierta si existió o también forma parte del mito.
Para demostrar que las historias van tejiendo otras historias, basta decir que Homero fue modelo del poeta Virgilio, quien fue maestro y ejemplo de Dante Alighieri y Milton que inspiraron a su vez a Tennynson, Kazantzakis, Joyce y Borges, es decir, a gran parte de la literatura universal. Y esto por nombrar solo a algunos de ellos.

Y ahora que pudimos cualificar, aunque sea en parte, qué es un clásico, podríamos ampliarse la pregunta y decir: ¿Por qué leer la Ilíada en pleno siglo XXI si lo que narra Homero no es otra cosa que una batalla imaginaria entre dos ciudades? Una de las tantas respuestas posibles es que tiene la virtud de recrear en forma fascinante la lucha de dioses y héroes en la batalla más épica y conmovedora de todos los tiempos. Nada mal para una breve reseña literaria.

Para tener una idea de la trama, podemos decir que la batalla comienza cuando el príncipe troyano Paris, rapta a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, ciudad que estaba bajo la órbita de Grecia. Aquí es donde se enfrentan los dos bandos, Grecia y Troya. En realidad, el libro comienza cuando ya han pasado nueve años del asedio griego a la ciudad de Troya y es por el nada épico reparto de un botín entre Agamenón, jefe militar de las tropas y Aquiles, un guerrero que formaba parte de esas mismas tropas. ¿Qué hay de trascendente en esto? Podemos decir que a partir de este momento todo estalla, porque a raíz de este signo de codicia intervienen no solo los mortales sino los dioses del Olimpo, es decir, todo un universo —como dice Calvino— que se despliega como un abanico de pasiones ocultas.
No importa que Zeus —que rige el universo— sea poderoso y padre de dioses y hombres, Homero lo despoja de todo vestigio divino y lo muestra como un ser que soporta y sufre la ira, la cólera, los celos y el completo abatimiento, tan propios de los seres humanos. Lo mismo sucede con su esposa Hera, celosa y desconfiada; con Paris, el ser humano más hermoso y sin embargo cobarde en la batalla; con Aquiles, el más temible de los guerreros pero irreflexivo y soberbio; con Hércules, el más vigoroso de los mortales aunque solitario y odiado por Hera, y así con todos y cada uno de los personajes que aparecen con sus descontroladas emociones a flor de piel. Lo que sigue a continuación es una suerte de puesta en escena  en donde la zona que rodea a Troya se convierte en un sinfín de conflictos en donde se mezcla la sangre mortal de los guerreros con la intervención arbitraria de los dioses. Allí no solo se desarrolla la batalla —cruel, violenta, poéticamente descripta con lujo de detalles— sino las otras batallas, las que acosan al espíritu humano, las que causan más dolor que las certeras lanzas con puntas de cobre que portan los soldados de ambos bandos. El conflicto entre Agamenón y Aquiles no solo pone en marcha la intriga entre sus protagonistas sino que enfrenta el sufrimiento y la mortalidad de los héroes griegos y troyanos con el sufrimiento y la inmortalidad de los dioses del Olimpo. Ese es uno de los grandes logros de la epopeya. Todos —hombres, dioses y semidioses— parecen ser piezas de un juego en donde el destino parece estar marcado de antemano, sin posibilidad de cambiarlo.


En resumen, la Ilíada es un poema épico que encara al lector con el interrogante: ¿en qué consiste ser héroe? Lo que plantea Homero es que el héroe está atrapado por la lógica de su propio heroísmo y que el precio a pagar es altísimo. Por eso, nada hay de inocente en los más de 15000 versos del poema que demuestra cómo todos pueden caer bajo el hechizo de ese brillo fugaz. De la humildad a la arrogancia; de la austeridad a la codicia; de la ingenuidad a la soberbia, de la valentía a la cobardía o de la mesura a la ira, hay una débil y frágil frontera. Asomarse a su historia, es asomarse a nuestra propia historia llena de antagonismos emocionales.


Y volviendo a Calvino, el escritor italiano dijo en su premisa número dos: “un clásico es un libro que constituye una riqueza para quien lo ha leído y amado, pero que constituye una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlo por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos”. 
Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Brinda nuestra época, las mejores condiciones para saborear un texto que parece tan anacrónico? La respuesta es afirmativa. A pesar del mundo tecnológico en el que vivimos, todos somos seres puramente emocionales, heroicos y contradictorios. Y, si bien se le atribuye a Homero la frase “Dejemos que el pasado siga en el pasado”, nada de eso ocurre con su obra que sigue alimentando, con o sin razón, al héroe que todos llevamos dentro. 

(Columna aparecida en la Revista Qu Número 16 de Abril del 2016)