Hay
varios mundos, varias Argentinas,
varios futuros que nos esperan;
en uno u otro desembocaremos de pronto.
Adolfo Bioy Casares
Es curioso que
Jorge Luis Borges, el escritor más importante de nuestra literatura, haya abrevado
en el género fantástico como parte medular de su obra narrativa. No solo
escribió, sino que también teorizó y defendió, siempre que tuvo la oportunidad
de hacerlo, su importancia y trascendencia. Es curioso porque el género
fantástico (al igual que el policial, el de terror o el de ciencia ficción) es
considerado por la llamada “alta literatura” como un género menor, una especie
de literatura de entretenimiento. Por
eso cuando Borges recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de
Escritores por su libro de cuentos Ficciones
dijo: “Me alegra que el Premio de Honor sea para una obra fantástica; hay
quienes juzgan que la literatura fantástica es un género lateral. Sé que es el
más antiguo, sé que bajo cualquier latitud, la cosmogonía y la mitología son
anteriores a la novela de costumbres, al realismo. Sueños, símbolos e imágenes
atraviesan el día; un desorden de mundos imaginarios convergen sin cesar en el mundo”,
y como para desterrar toda concepción reduccionista del género aseveró: “Al
contrario de lo que se cree el poder alucinante que éste ejerce en el lector lo
obliga a meterse en los niveles más profundos de la realidad y no así una mera
literatura realista”.
En estas
afirmaciones concordaba con otro gran escritor, que también trató de
desmarcarse de la rigidez del término realista. En el célebre postfacio a la
novela Lolita, Vladimir Nabokov
expuso una tesis que se tornó tan famosa y glosada como la novela misma: “La
realidad es una palabra que no significa nada sin comillas”, concepto que no
solo postulaba la fecunda autosuficiencia de la ficción sino que ponía en duda
todo aquello que se conoce, a falta de mejor palabra, bajo el rótulo de
“realidad”.
En Introducción a la Literatura Fantástica,
el teórico ruso Tzvetan Todorov señala que la gran presencia del relato
sobrenatural en el siglo XX es Kafka, en cuya narrativa los acontecimientos
extraños se tornan naturales porque: “su mundo entero obedece a una lógica
onírica, cuando no de pesadilla, que ya nada tiene que ver con lo real” y cita
a Sartre para quien el objeto fantástico en la obra del autor de La Metamorfosis y El Castillo es el hombre
normal.
Esta cita de
Todorov es muy reveladora por la gran influencia que tuvo Kafka en Borges y en
la narrativa argentina en general. Haciendo un poco de historia de nuestra
literatura podemos remontarnos al sistema literario reputado como nacional,
pero básicamente porteño, de los años treinta. Sería un grupo de escritores de
vanguardia (conocido como el Grupo de Florida) el que se propondría
“reinventar” la literatura fantástica cruzando las tradiciones de la literatura
oriental más clásica (Las 1001 Noches);
los textos de escritores de lengua inglesa del siglo XIX (Henry James, Joseph
Conrad, H. G. Wells, Stevenson, etc.), las versiones alegóricas del absurdo
(Franz Kafka) y la línea gótica y siniestra que había llegado a Estados Unidos de
la mano de Hoffmann o Jacobs (Edgar A. Poe). De todos los países
hispanoamericanos nuestro país es el que tiene el caudal mayor de obras de
índole fantástica y esa fusión de diferentes autores fue la que se amalgamó creando
una nueva concepción del género, netamente original.
Incluso hay
algunos teóricos, como el escritor y periodista Blas Matamoro que escribió en
su libro Lecturas Americanas que “paralelamente a la producción
de textos fantásticos, hubo en esa época una corriente ensayística —Scalabrini
Ortiz, Martínez Estrada, Eduardo Mallea— que insistían sobre otro tipo de
fantasma: la identidad nacional argentina. Se la buscaba fuera de la historia,
en el mito, la esencia, el pasado muerto que vuelve como espectro. La Argentina
de estos escritores tiene algo fantasmal”.
Si bien Borges
es uno de los pilares en donde se asienta la literatura argentina (“El Aleph”,
“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Las ruinas circulares”, etc.) puede considerarse
a Leopoldo Lugones como uno de los pioneros de la literatura fantástica. En su
libro Las fuerzas extrañas los
fantasmas modernos integran el mundo sobrenatural en una realidad intangible
por la ciencia y que solo puede ser percibida por el arte. Puede decirse
entonces que Lugones tuvo el coraje de arremeter, de alguna manera, contra la
previsibilidad del realismo, precepto que luego tomó Borges. Pero Borges fue
más allá al decir que la narrativa contemporánea estaba atada a una incapacidad
para contar historias “interesantes”. De esta manera surgieron historias ya
clásicas de nuestra literatura como “El número cuatro” de Guillermo Estrella o
“El teléfono” de Augusto Delfino, incluidas en todas las antologías del cuento
fantástico publicadas en nuestro país.
Adolfo Bioy
Casares es otro autor ineludible. No podemos dejar de nombrar las novelas La invención de Morel en el cual el
autor anticipaba en medio siglo (fue escrita en 1940) la aparición de la
realidad virtual y los cuentos “El perjurio de la nieve” y “El calamar opta por
su tinta”, entre tantos otros.
Hay muchos
ejemplos en nuestra literatura en el que este tipo de narraciones alcanzan un
grado inigualable de originalidad. Podemos enumerar las apariciones fantasmales
en gran parte de la narrativa de Silvina Ocampo; el cuento “Sombras suele
vestir”, de José Bianco; “La última niebla”, de María Luisa Bombal; o “La que
recordaba”, de Manuel Mujica Láinez.
Esta época
dorada de la literatura fantástica no podría estar completa sin Julio Cortázar quien
utilizó al género fantástico como columna vertebral de su obra. La renovación
de Cortázar consistió en haber estirado los límites de los universos más
familiares y triviales para que, imperceptiblemente, ingrese lo extraordinario
e inquietante en la vida cotidiana. Puede citarse: “Casa Tomada”, “Continuidad
de los parques”, “El río”; “Retorno de la noche”, “Carta de una señorita en
París”, “Las puertas del cielo”, “La puerta condenada”, etc.
Podemos seguir
nombrando a muchos otros autores consagrados. Algunos se volcaron
concienzudamente sobre el género, otros no pudieron resistirse al encanto
misterioso e impredecible que les proporcionaba este tipo de narraciones y
dejaron su impronta, a veces explícita o implícitamente en muchas de sus
páginas.
El caso más ilustrativo es el de Roberto Arlt. Adolfo Prieto, decano
de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Rosario, escribe en
su libro La fantasía y lo fantástico en
Roberto Arlt, que aunque parezca extravagante analizar su obra desde el
punto de vista del género fantástico, basta releer sus cuentos, sin la presión
del realismo crudo de El juguete rabioso,
para empezar a admitir que por debajo o junto a la indiscutible voluntad de
realismo, Arlt alimentaba una fuerte tendencia a manifestarse en aquello en
donde la fantasía juega alucinantes contrapuntos con la experiencia de lo real.
Nombra, a modo de ejemplo, una serie de cuentos publicados en el libro El cazador de gorilas: “El cazador de
orquídeas”, “Odio desde otra vida” y “Los hombres fieras”.
Ernesto Sábato
es otro ejemplo en el que su prosa realista (o existencialista) opaca de alguna
manera su universo fantástico. En Sobre
héroes y tumbas —más precisamente en ese cuento aislado e independiente de
la novela que es “Informe sobre ciegos”— lo fantástico se encuentra en la
imaginación exacerbada del protagonista al creer en una supuesta conspiración
de los ciegos para conquistar el mundo. Vlady Kocianich, otra autora
contemporánea de Borges, hace su aporte con su novela La Octava maravilla, una historia fantástica, extrañísima y
apasionante; Anderson Imbert y su cuento “El leve Pedro” o Marco Denevi y su
relato, basado en otro relato fantástico: “No meter la pata con la pata de mono”,
completan esta larga tradición literaria.
También podemos
mencionar a autores tan disímiles entre sí como Horacio Quiroga Rodolfo Wilcox o Abelardo Castillo, en donde
la incertidumbre de lo impredecible puede ocurrir en cualquier momento: la
muerte en Horacio Quiroga (“El almohadón de plumas”) lo mórbido en Wilcock (“Los
donguis”) o la angustia a lo desconocido en Abelardo Castillo (“La casa del
largo pasillo”).
Luego de tantos
nombres ilustres y trayectorias indiscutibles cabría preguntarse: ¿Cómo se
encuentra el género fantástico en la actualidad? ¿Será, cómo se dijo alguna vez,
una especie de capricho contemporáneo o todavía goza de buena salud?
Volviendo a
Borges, que dijo: “al contrario de lo que se piensa, las novelas realistas
empezaron a elaborarse a principios del siglo XIX, en tanto que todos las
literaturas comenzaron con relatos fantásticos”, veremos que eso se cumple en
la narrativa actual argentina, en el sentido de una tradición que permanece a
pesar de las corrientes coyunturales (periodísticas, políticas, históricas,
económicas) y que se erige como la regla y no como la excepción. Tal es el caso
de muchos narradores de la actualidad.
Violeta
Gorodischer es una joven escritora que con su primera novela Los años que vive un gato, plantea una historia en el que el fantástico está a punto
de irrumpir en escena en cualquier momento, como si la novela realista fuese un
mecanismo a punto de quebrarse, como las relaciones humanas, como la familia. Gustavo
Nielsen, por su parte, desarrolla en La
fe ciega, una serie de cuentos que poseen algunos rasgos en donde lo
espectral y lo cotidiano se funden. Mariana Enríquez, una cultora del género
del terror, también incursiona en el fantástico en donde los fantasmas son
sombras que deambulan con tranquilidad en el imaginario de las ciudades como
maldiciones suburbanas, ejemplo de ello se encuentran en sus cuentos: “El
desentierro de Angelita”, “El carrito” o “La Virgen de La Tosquera”. Otro autor
con una trayectoria un poco más larga, es Rodrigo Fresán, que en su libro El fondo del cielo logra un clima de
vacilación en el lector, clima que es todo un símbolo en el género fantástico. Samantha
Sweblin publicó dos libros de cuentos fantásticos: El núcleo del disturbio y Pájaros
en la boca. En sus relatos nada es lo que parece; lo cotidiano, de pronto,
se tiñe de extrañeza. Podemos nombrar también a Daniel Guebel y su novela El Caso Voynich en el cual narra la
historia de un pergamino escrito en un lenguaje totalmente desconocido, hallado
en el siglo XVI. Guebel construye una historia extraordinaria y excesiva,
combinación imposible de ficción y realidad, donde la peripecia se transfigura
en una operación mística y los misterios se vuelven un recurso de la
inteligencia. Otro de los nuevos narradores es el de Pedro Mairal; en su libro El año del desierto describe un país (el
nuestro) en el que el tiempo empieza a retroceder en forma acelerada hasta llegar
al momento en que nuestro territorio era, como dice el título, un desierto.
Hasta aquí una
somera visión de una corriente que forma parte de nuestro basamento literario. Un
género que estuvo presente en nuestro país desde las primeras décadas del siglo
pasado (con sus mitos y supersticiones) hasta entrado el siglo XXI (una época
en la que cabría preguntarse si lo fantástico todavía puede inquietarnos). Podemos
deducir, entonces, que la tradición fantástica permanece. Una gran cantidad de
autores noveles lo demuestran con sus cuentos y novelas. Al parecer la
advertencia de Lovecraft: “Nunca des vuelta una esquina pegado a la pared,
alguien puede estar acechando del otro lado”, es material suficiente para
seguir escribiendo cuentos fantásticos.
Artículo
aparecido en DOSIER Número 3, revista cultural del Instituto Superior de Letras
“Eduardo Mallea”, en agosto del 2013.
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