Amarillo, azul y rojo.
Decidimos dedicar la tapa, la Editorial y el Epílogo de las tres ediciones de
este año a cada uno de los colores primarios.
Nos pareció algo muy
lindo y muy fácil de concretar: solo habría que dejar que la mente vagase un poco
para que apareciera, a la vuelta del pensamiento, una estampida de
significantes asociadas al color amarillo. Nos pareció bastante fácil, pero no
lo fue. Al menos para mí.
Tuve un destello
inicial. Busqué el primer día del Génesis —ya sabés, el que dice que “Dios vio
que la luz era buena y separó Dios la luz de las tinieblas”—, agarré un
cuaderno y lo copié. Después lo leí. Una, dos, diez veces. Nada salía, Descarté
el Génesis. Pensé fuerte. Llené dos páginas de ideas sueltas. Subrayé, taché,
hice círculos y flechas, rompí.
Nada cerraba.
Hablé con una amiga por
WhatsApp sobre el cumpleaños de su hija. En un momento puso la palabra vida, y
me quedé con el pulgar suspendido. Ahí estaba. Claro. El primer día del
Génesis, el motor primario (oh, casualidad) de la vida.
Me puse a escribir.
Derivado primario:
Amarillo: Luz
La luz es la
posibilidad, la energía. El impulso y el movimiento, el hecho y la acción.
Las cosas se dan desde
la luz. La vida es una instancia (una estancia) iluminada.
Encontrás la solución:
ves la luz. Tenés un hijo; das a luz. Incluso seguí la luz al final del túnel
con la esperanza de que haya algo ahí.
El mundo se toma 365
días para dar la vuelta alrededor, y cuando termina empieza otra vez.
Una vela alumbra el
papel que va rasgando la pluma. Esclarecidos e iluminados; ilustres e
ilustrados.
La lámpara de aceite,
la de gas, la de pie. El farolito de la calle en que nací.
¡Se cortó la luz! Se
frustran los planes, se pudre la comida, se apaga el ventilador y la viejita
del sexto no puede subir las escaleras. Vecinos la reclaman a cacerola limpia
una noche de verano.
Luces de feria:
murmullos, recorridos, una brisa que mece. Y el arbolito de aquella navidad.
La linterna en un
bosque sin luna. El faro, siempre, en algún lugar.
Las ánimas reunidas
junto al fuego.
El velador que te
destapa a las seis. El tráfico de hora pico desde el puente que cruza la
autopista.
¡Se me prendió la
lamparita! La teoría de la relatividad.
El fogonazo de flash.
El resplandor del celular.
Relámpagos, y después…
La anatomía de Orión,
la Cruz del Sur.
Un brillo en el lecho
del río. Luciérnagas tierra adentro.
La llamita del
encendedor frente a sus ojos.
Las pupilas, las
formas, los colores.
Y el sol, que ha sido
dios.
LA EDITORA
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