Cuando
uno habla de clásicos se refiere específicamente a esas obras que marcaron una
época, un lugar o un tiempo. Como dijo Ítalo Calvino: “Los clásicos son libros
que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por
inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria
mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”. Para ser clásico, en
cualquier disciplina del arte, la obra tiene que transitar siglos sin
envejecer, sin perder brillo, inalterable en esa originalidad y, agregaría como
condición extrema, que lograse romper con los moldes establecidos y crear una nueva estética. Muchas
obras, que fueron incomprendidas en su momento, hoy son veneradas como santos
griales. Le pasó a Las flores del mal de
Baudelaire, a Lolita de Nabokov e
incluso a ese monumento literario como lo es el Ulises de Joyce. En cuanto a la literatura existen muchos libros
clásicos, pero ¿cuál abordar? En esta columna nos referiremos a los que se
consideran fundacionales, es decir, aquellos que fueron pioneros de una nueva corriente
que luego se desparramó y arrastró a cientos de autores que tomaron el nuevo
paradigma como modelo. Un ejemplo claro es Edgar A. Poe. Este escritor de
Baltimore es un clásico en todo sentido. ¿Quién podría discutir su influencia
en autores tan disímiles como Cortázar, Borges, Castillo, por nombrar solo a
autores argentinos? Pero Poe es también clásico en el sentido fundacional
porque creó lo que se considera el primer cuento del género policial. Más allá
de todos los terrores góticos que vinieron después de su afiebrada pluma, Poe,
nos brindó una historia sangrienta en el que aparecen, por primera vez, el
detective lógico y el método deductivo. Auguste Dupin, en Los crímenes de la calle Morgue (¿alguien alguna vez puso atención
al nombre de la calle? todo un indicio, diría Dupin), propone un técnica de
investigación que choca contra los propios procedimientos que utilizaba la
policía en esos momentos y los deja, vale la pena mencionar, en ridículo. A
partir de entonces vinieron infinidad de personajes inolvidables como Sherlock
Holmes de Doyle, Hércules Poirot de Agatha Christie, el Padre Brown de
Chesterton y una larga serie de detectives que luego desembocaría en otra
corriente policial —la que se metía en los sórdidos paisajes de una sociedad en
decadencia— que se llamó novela negra, pero ésa es otra historia. No solamente en
esto Poe fue original también creó lo que luego pasó a llamarse el misterio del cuarto cerrado. El planteo de
un asesinato en un recinto en donde nadie puede salir ni entrar fue llevado
hasta sus últimas consecuencias en libros como El misterio del cuarto amarillo de Gastón Leroux o Eran diez indiecitos de Agatha Christie.
La versión de Christie era menos claustrofóbica, pero no por eso menos
intimidante —una isla, vista desde afuera, es casi como un cuarto cerrado para
el que lo mira desde el continente—. Luego de esto, el mismo Poe, escribió los
dos cuentos que siguieron en la nueva avanzada narrativa: El misterio de Marie Roget y La
carta robada, ambos protagonizados por el mismo detective Dupin.
Como
en todo génesis, el surgimiento de una nueva narrativa provoca un
deslumbramiento, un nuevo horizonte a conquistar. Pioneros. Vanguardistas. Provocadores. De eso se
trata.
(Artículo aparecido en la Revista Qu Literatura Número 11. Septiembre 2014)
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