Cuando tiempo atrás vi el video de la performance que Marina Abramovic realizó en el MoMA de New York en el 2010 (en donde sucedió el conocido reencuentro con su pareja artística y sentimental, Ulay, después de 23 años sin verse) nunca imaginé que yo mismo iba a experimentar, cinco años más tarde, esa misma mirada por espacio de un minuto. No la busqué, simplemente ella me encontró a través de la multitud de personas que estábamos a su alrededor. Una mirada cargada de tantas cosas imposibles de describir que solo me queda un cosquilleo en la piel cada vez que me acuerdo de ello. La intención, según ella declara, es hacer experimentar a los espectadores el no-tiempo, el tiempo efímero y eterno de la performance. Hacerles sentir en primera persona la experiencia del tiempo indeterminado, el tiempo sin tiempo de la contemplación.
Eso es lo que Marina Abramovic realizó en el Centro de Arte Experimental de la UNSAM; comulgar con un tiempo indefinido a través del movimiento lento, de la meditación y del contacto visual con otras miradas, con otras personas que, como ella, arrastran historias tan disímiles y enfrentadas que en ese momento logran unificarse en un solo concepto: estamos aquí, solo vos y yo, mirándonos, sin tiempo, sin espacio, sin sonido, solo los dos, creando algo inasible, íntimo…
Al final de la experiencia, ella se incorporó de su silla y lloró. Quién sabe qué cosas pasaron por su mente y corazón en ese momento. Lo único que puedo decir, y que fue lo único que pude balbucear cuando la saludé al cierre de la Bienal, es un: “gracias”. Gracias por permitirnos acceder a su mundo interior y, de alguna manera, al nuestro propio.
Según Graciela Casabé, la directora de la Bienal, "acercarse a una definición de performance es, en sí, una práctica de lo imposible. Designa una amplia variedad de actos difíciles de discernir. Y en esa indeterminación, como manifestación huidiza y esquiva, radica todo su potencial arrollador. En el mismo gesto con que se describe o explica, se borra y se vuelve a escribir en otra forma para después mutar".
Marina Abramovic nos da una definición exacta del valor artístico que se encuentra en todos nosotros y por eso hay que estarle agradecidos, por ponerse a nuestro servicio, no solo a través de su creatividad, sino brindándose entera con su propio cuerpo. Valió la pena las horas de espera bajo una lluvia intensa e invernal.
Al final de la experiencia, ella se incorporó de su silla y lloró. Quién sabe qué cosas pasaron por su mente y corazón en ese momento. Lo único que puedo decir, y que fue lo único que pude balbucear cuando la saludé al cierre de la Bienal, es un: “gracias”. Gracias por permitirnos acceder a su mundo interior y, de alguna manera, al nuestro propio.
Según Graciela Casabé, la directora de la Bienal, "acercarse a una definición de performance es, en sí, una práctica de lo imposible. Designa una amplia variedad de actos difíciles de discernir. Y en esa indeterminación, como manifestación huidiza y esquiva, radica todo su potencial arrollador. En el mismo gesto con que se describe o explica, se borra y se vuelve a escribir en otra forma para después mutar".
Marina Abramovic nos da una definición exacta del valor artístico que se encuentra en todos nosotros y por eso hay que estarle agradecidos, por ponerse a nuestro servicio, no solo a través de su creatividad, sino brindándose entera con su propio cuerpo. Valió la pena las horas de espera bajo una lluvia intensa e invernal.
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