domingo, 7 de septiembre de 2014

VARIACIONES DE LA NOCHE

¿Te diste cuenta de que volvimos a terminar en Kentucky? Eso te había dicho como una pregunta teñida de exclamación. ¿Una pregunta exclamativa? ¿O una exclamación interrogativa? 
La cuestión es que Paula Maffía quedó para otra oportunidad. Y no por haber llegado tarde al Centro Cultural Matienzo sino por haber llegado demasiado temprano. ¿Para sacar dos entradas para Paula Maffía? le habías dicho a la que vendía los tickets en un costado de la barra. ¿A quién?, nos exclamó y preguntó al mismo tiempo. Nos miramos. Pensamos que nos habíamos equivocado de día, o tal vez de lugar. A Paula Maffía, la cantante, le explicaste medio confundida. Un muchacho que estaba al lado, salvó el mal entendido. No, ella actúa más tarde, ahora hay una función de teatro, nos dijo. ¿Y cuándo? Y, no sé, nunca se sabe…a las 23 o más tarde, 23.30. Claro, el anuncio decía a las 21 en punto. Y eran las 20.30. Ese “nunca se sabe” nos persuadió de irnos. La idea era comer y tomar algo en el mismo Matienzo, pero el bar estaba cerrado y para comer había que esperar hasta las 21. No esperamos. “Nunca se sabe”, le dijimos con la mirada a la chica que vendía entradas y no tenía idea de la programación, y nos fuimos. Terminamos en el mismo lugar de Palermo, y casi en la misma mesa, que cuando nos habíamos perdido la función de “La Grande Bellezza” en el Teatro 25 de Mayo en Villa Urquiza. En ese entonces fue por llegar tarde. Ahora había sido por llegar demasiado temprano. Bueno, uno parece estar siempre a destiempo de la historia, como le pasaba a Adriana, la protagonista de “Medianoche en París”. Pero llevábamos en nuestra cabeza las poesías de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León y los versos “muero porque no muero” como una letanía de dolor por estar vivos y no en la pureza de los cielos. Nosotros no teníamos dolor por estar vivos, sino por no haber podido ver a Paula cantar con esa voz blusera tan potente algunos temas que habíamos podido vislumbrar en el Ciclo Confesionario del Rojas un par de semanas atrás que, dicho sea de paso, fue lo mejor de esa noche de radio en vivo a cargo de Cecilia Szperling. 
Y en el medio, es decir entre la actuación de Paula en el Rojas y la no-actuación de Paula en el Matienzo, presenciamos la primera clase de Critica Literaria de Matías Serra Bradford —también en el Rojas— y la presentación de “Variaciones de la Luz” de Diana Bellessi en La Casa de la Lectura, a pocas cuadras de donde pudimos no-ver el recital. El no ver implica agudizar la imaginación. Teníamos que imaginarnos lo que no habíamos alcanzado a ver. Y en realidad eso hacemos lo que escribimos, como vos y como yo. ¿Alguna vez viste una herida en el vacío? Es imposible de lograr, pero está presente en tu poema “Vértigo”. Y me pregunto si yo alguna vez vi a una persona desaparecer en la niebla, y me contesto que no, sin embargo está en mi novela “La química certeza”. Bien podría ser la actuación de Paula una herida en el vacío o una persona que desparece en la niebla, en este caso en la niebla de la calle Pringles y no en la de Parque Rivadavia.

Nada de eso aconteció con Diana Bellessi. Estuvo en La Casa de la Lectura, leyó, conmovió y se fue rodeada de flores de explosivos tonos amarillos y rojos. Se fue y nos dejó dos firmas. En el tuyo, flamante libro apenas presentado unos minutos antes por Yaky Setton y Paula España y en el mío, su Obra Reunida, obsequio tuyo y que atesoro como si fuera el último ejemplar de la Tierra. 
Fue una noche de viernes extraña. No vimos a Paula Maffía y tampoco presenciamos la supuesta lluvia torrencial que se iba a desplomar como un nuevo diluvio universal por toda la ciudad. Dos ausencias. Aunque fueron contrarrestadas por dos presencias: la de Adriana Santa Cruz, que no es una poeta del Siglo de Oro —aunque bien podría serlo— y un ramo de fresias que apareció de la nada y que terminó en tus manos. Para que perfumes tu casa te dije mientras te las alcanzaba por entre la puerta enrejada. Claro, yo ya me había ido. Solo había vuelto para eso, para llenarte de perfume de flores, para amortiguar un poco la música que no fue y, además, para ser testigo de lo pálidas que quedaron los capullos perfumados cuando se encontraron con el rojo de tu vestido. Me fui con la luz de la luna que azuló las sombras hasta las tres de la mañana. En ese momento sí llegó la lluvia demorada. La escuché detrás de la ventana, y cosa increíble, me asaltó un perfume a fresias húmedas que llegó desde lejos, saltando gota a gota, hasta incorporarse en mi sueño. 

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