domingo, 3 de diciembre de 2017

EL ARTE DEL SUBRAYADO

Si consideramos que una novela, relato o cuento es un recorte de la realidad, el subrayado es el recorte de un recorte. Si entendemos que en toda literatura se esconde parte de la subjetividad del autor —hasta el más árido y formal texto informativo tiene algo de subjetivo—, el subrayado (poner en relieve aquello que nos impacta de alguna manera) es llevar la subjetividad, en este caso la del lector, a su punto más álgido.

Al poner en acción este verbo transitivo, estamos diciéndonos, en ese momento particular de la lectura, qué nos está pasando, qué estamos buscando, qué es lo que queremos grabar en nuestra memoria —no solo en el papel— para que ese detalle preciso no se desvanezca con el paso del tiempo.

Esa frase luminosa, esa metáfora impensable, ese párrafo revelador.

Si consideramos a la poesía como pequeños destellos de genialidad que motorizan nuestra existencia, los subrayados en una novela, cuento o relato —que pasarían a ser como las líneas poéticas de un poema— poetizarían la prosa, es decir la elevarían a un estado fuertemente emocional.

Los libros marcados tienen un aura mágica. Después de años de resistirme a profanar con rayas, flechas o signos ese terreno puro y perfecto, en donde solo tenían cabida las letras impresas, las de molde, me di cuenta que los libros impecables carecen de ese diálogo que hubo en el momento de su lectura. Y no hablo del diálogo entre el autor y el lector, sino entre el lector que fui y el lector que ahora soy; el lector que fui cinco años atrás, diez años atrás, quince años atrás. Es como dialogar con aquel que fuimos, con los deseos y anhelos de esos años pasados, con la visión oscura o diáfana que teníamos de la vida. Al releerlos sentimos, como si fuésemos un viajero del tiempo, el vértigo de volver a situaciones ya descontextualizadas en tiempo y espacio y comprobamos si esas marcas, vueltas a la superficie, siguen enfrentándonos con la misma fuerza de antaño.

A veces sucede que encontramos frases que, leídas mucho tiempo después, carecen de sentido. ¿Por qué lo marqué? ¿Qué habré querido decir? ¿Qué me estaba pasando en ese preciso momento? No siempre tenemos las respuestas, lo que acrecienta su misterio. Y eso lo hace más complejo. Es como volver a interpretarse. No hay nada más complejo que conocerse. Y la literatura es un buen medio.

Uno puede marcar un libro de diferentes maneras. Con líneas —pueden ser de diferentes colores—, con resaltador, con dobleces, con separadores de papel; o, resistirse a ello y anotar lo que nos interesa en papeles que actúan dentro del libro como “suplementos” conceptuales. Todo es válido. Y el libro es la única cosa que se siente feliz cuando es “manoseado”.

Si la frase es corta, digamos un par de renglones, se la subraya. Si es un párrafo de media carilla o incluso más, se la encierra entre corchetes. Y si dentro de ese extenso párrafo existe, además, una frase corta y breve, bella en sí misma, se la aísla con un círculo.

Métodos hay muchos. Tantos como lectores, como autores, como estados de ánimo.

Creo que no hay mejor autoconocimiento que, pasado cierto tiempo, volver a esas señales. Hasta es posible hacer un libro nuevo, uno personalísimo, con todas las citas marcadas. Sería el más revelador diario personal. Un diario de nuestras emociones a través de las palabras de otros. Algunas serían solo ideas estéticas, otras, dudas despejadas de la misma trama, y otros, implacables conceptos que se nos clavaron en pleno corazón, en plena cabeza o en medio del alma, sea donde sea que esta se encuentre. Todas son válidas, porque esas frases nos hablan de nosotros mismos como lectores, como partes de un todo, de un universo literario que estuvo resplandeciendo en nuestras manos por un período de tiempo, con frases que tuvimos que aislar para no olvidarlas, para que no se pierdan dentro de páginas y páginas inmaculadas, para que sigan manteniendo su fuego interior.

No existe mejor manera que utilizar el filo de una lágrima para horadar la hoja de papel con un subrayado enteramente emocional, y que esa emoción se incorpore y se pliegue sobre sí misma en un intento de llevarla a la boca, saborearla, digerirla, metabolizarla. Carl Sagan dijo que estamos hechos de polvo de estrellas. Es verdad, pero se necesitan de las palabras y su lectura para entenderlo. Y para entenderlo mucho mejor, subrayarlo.  


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