sábado, 14 de mayo de 2011

EL DIARIO DE VÍCTOR


Nota: las anotaciones de Víctor Baunmann fueron publicadas en el The New York Times días después de la tragedia. Eleonora Catherine Claver, una de las sobrevivientes del hundimiento del RSM Titanic, las hizo llegar a la redacción. “El último esfuerzo de Víctor”, dijo, “fue arrojarme estos papeles atados al bote en donde yo me encontraba. Después despareció entre la gente…, no lo volví a ver más”. Enigmática aseguró: “mi padre se salvó por él”, y que por eso llevaría luto por el resto de su vida. No precisó más detalles.

10 de abril de 1912
Me llamo Vïctor, ya estoy a bordo y estoy feliz. El barco zarpó hace  cuatro horas. Me estremeció la algarabía de la gente en el muelle. Era desbordante. Hubo cañonazos de despedida y una orquesta que, a medida que nos alejábamos, fue tapada por el ruido de las olas que golpeaban contra el casco del barco. Los gritos quedaron reducidos a un zumbido de abejas. Ahora solo se escuchan los gritos de los pasajeros que no dejan de saludar a una costa cada vez más lejana. El piso no deja de bambolearse y me  siento algo mareado. El almuerzo en la cantina del muelle me está revolviendo el estómago. Pero estoy feliz. Voy a practicar mi escritura, dar rienda suelta a mi inspiración, para poder ser el mejor periodista de Estados Unidos. Mejor que mi padre, si eso es posible.
 ¿Por qué Susan no me cree?

11 de abril de 1912 (mañana)
Hoy amaneció nublado y fresco pero en la cubierta están todos caminando o apoyados en la baranda mirando la costa que aparece como un hilo oscuro (me gusta esta comparación, estoy mejorando mi estilo). Hay gaviotas por todos lados y se arrojan desde el aire hacia las manos de los que, muy valientes, se atreven a convidarles con pedacitos de galletas. El ruido de sus graznidos es ensordecedor y me hace doler la cabeza. Anoche no pude dormir bien porque estuve todo el tiempo con la sensación de que caía al vacío. Debo de estar pálido y ojeroso. Esta tarde espero poder dormitar aunque sea una pequeña siesta. No tengo nada fuera de lo común para contar, será porque estoy escribiendo esto a la media mañana. A la tarde puede ocurrir algo que valga la pena ser contado. Me temo que todo el viaje va a ser aburrido. Tengo que agudizar el ingenio para no convertir este, mi primer diario, en algo poco trascendental en mi vida.
Susan quedó devastada por mi partida a Nueva York, pero tenía que hacerlo. Por el bien de los dos.

11 de abril de 1912 (noche)
Bueno, acá estoy de nuevo. No hay mucho para contar, sólo que vimos una manada de delfines que nos acompañaron dando saltos que parecían de alegría. El sol salió tímido por la tarde, por lo que hizo mucho frío. Entablé conversación con un tripulante del barco. Me dijo que éste era su último viaje en una embarcación tan grande, que una vez en Nueva York se retiraría de la Marina para dedicarse a su mujer y a sus hijos. Yo le dije que éste era mi primer viaje en todo sentido. Parecía orgulloso de su porte de marino. Yo me sentía orgulloso de mi corbata de seda negra. Ya no me afecta tanto el vaivén del barco, aunque trato de no comer demasiado.

12 de abril de 1912 (mañana)
Hoy me desperté de buen ánimo. No hace tanto frío. Algunos se arriesgan a caminar con ropa de verano. Yo, por mi parte tomo tazas y tazas de té para entrar en calor.  No sé si es un dato de interés, pero prefiero almorzar y cenar solo. Estoy escribiendo una novela y me gusta hacerlo mientras como. Pero este diario lo escribo (de hecho lo estoy haciendo ahora) tirado en una reposera de la cubierta y tapado con cinco mantas. La novela para mí es un trabajo y requiere de una posición algo incómoda para no caer en la pereza. No dejo de pensar en mi padre y también en Susan. Ella cree que conozco a alguien en Nueva York y a quién conozco por demás es a ella. Por eso le dije que un viaje es la solución para extrañarnos un poco.

12 de abril de 1912 (noche)
Vuelvo al diario. Estuve absorbido por la novela y estoy escribiéndola a toda hora y en todo lugar. Pero ahora quiero despejarme un poco y contar que conocí a Eleonora, una inglesa (es increíble la cantidad de extranjeros que hay en este barco) de unos ojos terriblemente verdes. Me contó que se embarcó para cumplir una promesa. Ella detesta el agua, pero tiene a su padre enfermo y sin esperanzas de recuperación. La promesa: viajaría a pesar de su terror al agua para que su padre se curase. Yo le dije que me parecía bien, pero que no veía el sacrificio. Ella pareció tomarlo a mal y me dejó plantado con dos vasos de ponche en la mano que ella misma había pedido.
Recibí una carta de Susan cuando atracamos en Queenstown. Me decía que estaba deprimida, que bajara en el primer puerto que llegáramos, de hecho ese fue el último, antes de salir al Atlántico, y que volviera con ella, que la mujer que me esperaba en Nueva York, (¡ideas suyas!), me iba a envenenar la mente, que los norteamericanos son todos frívolos y manipuladores. No le contesté. Cada vez pienso más en Eleonora.

13 de abril de 1912 (media mañana)
Hoy bien temprano volví a ver a Eleonora. Estaba como avergonzada por la actitud de anoche y me dijo que la perdonara, pero que para ella su padre era todo. Yo le contesté que también para mí, solo que no quería que lo fuera todo en mi vida, que quería borrar su presencia siendo mejor que él. Ella me miró con los ojos tan abiertos que parecía que el verdor se derramaba por sus mejillas (¡estoy escribiendo cada vez mejor!). Me preguntó cómo podía decir una cosa así, que si su padre se curaba ella estaría dispuesta a morirse en su lugar y que ese iba a ser su sacrificio que yo no entendía. No le dije nada, pero… no sé… cada vez me gusta más estar con ella. Hoy la voy a invitar a almorzar.


13 de abril de 1912 (noche)
Debo confesar algo: creo que me enamoré. Así de sencillo. La novela que estaba escribiendo la dejé para otra ocasión y la biblioteca del barco a la que iba todas las veces que podía, la miro de lejos. Solo me dedico a este diario. A mi padre,  a quien lo veía tan arrogante en mis pensamientos, ahora lo percibo como un fantasma del pasado. Haga lo que haga yo con mi vida, va a estar bien para mí. Ya no me interesa competir con su gran nombre en letras de molde del London Times. Me intereso más por el padre de Eleonora que se está muriendo que por el mío embriagado con la vida triunfal que lleva y que siempre me echa en cara. Eleonora me confesó el fin de su viaje: una tarotista en Liverpool le predijo que su padre solo se salvaría si alguien muy cercano tomaba su lugar “en medio de olas borrascosas” y que ella estaba dispuesta a eso. Le dije que eso era espantoso y que no creyera en supercherías. Estoy  preocupado. Si algo le llegara a pasar, mi viaje a Nueva York sería desolado y triste. Ella no para de llorar porque dice que quiere morirse antes de llegar al puerto,  porque  si no su viaje sería en vano. Yo le dije que su padre se salvaría igual y que no pensara en ahogarse porque este barco es indestructible. Ella me dijo algo que me aterró. Cuando divisara la ciudad de Nueva York, se iba a tirar al mar. Soñé con ella toda lo noche y me pregunto si no será capaz de hacer una locura cuando esté sola, (no quiero pedirle de dormir con ella porque pensaría mal). No sé qué hacer. Presiento un mal augurio. Sólo falta un par de días para llegar. No me voy a separar de ella de aquí en más. Veré cómo me las ingenio. La novela está muerta, mi padre desaparecido y Susan se desvanece hora tras hora.


14 de abril de 1912 (mañana)
Son las ocho de la mañana y no pude pegar un ojo. Escribo para calmar mis nervios. Siempre lo hago. Estoy en el comedor y ya me tomé tres cafés. Eleonora no aparece. Miento. Ahí viene. Después sigo.

14 de abril de 1912 (tarde)
Sigo escribiendo, ya más calmado. Eleonora fue a descansar y me tranquilizó diciéndome que le parecía un error hacer una cosa así y que durante la noche había soñado conmigo. La vi ponerse colorada y yo creo que también lo hice. Hice un barquito de papel con la servilleta del restaurante y se lo regalé. Me dijo que lo iba a guardar como recuerdo en un libro que estaba leyendo. No le pregunté cuál era, no hacía falta.

14 de abril de 1912 (noche  20.00 hs.)
Estoy  esperando a Eleonora para ir a cenar. Estuve pensando en decirle que al llegar a Nueva York podríamos pasar un tiempo juntos. Lo que le pase a su padre no depende de ella, a pesar de las mentiras que le vaticinó la “bruja de Liverpool”, como yo la llamo con toda la maldad posible. Eli, como yo la llamo con toda la ternura posible, también me dijo que el destino no se puede torcer, que hay que confiar en él. Yo estuve de acuerdo con ella. Ya me olvidé de mi padre y de Susan, pero conociéndola no me extrañaría que vaya a Nueva York en cuanto pueda. Espero que no, no sabría qué decirle.

14 de abril de 1912 (00.00 hs.)
Pasó algo terrible. Dicen que el barco chocó con un iceberg y que está entrando agua por todos lados. Eleonora está inconsciente. Yo estoy aturdido, pero no puedo dejar de escribir esta desgracia. Me pregunto cuándo vendrán a rescatarnos. Se corre el rumor de que pasó esto porque el barco no fue bautizado. Imagino a la “bruja de Liverpool” en el barco riéndose de nosotros.

14 de abril de 1912 (01.00 hs.)
¡Se hunde! ¡El barco se hunde! Eleonora no para de llorar. Ahora no se quiere morir. Quiere estar conmigo. Sé que se va a salvar. Yo, no sé.

14 de abril de 1912 (01.30 hs.)
Arrastré a Eleonora a uno de los botes. La empujé para que cayera arriba de otros que ya estaban dentro. Me gritó que subiera con ella, pero no lo hice. Todos corren y gritan. Estoy agarrado a una escalera para no caerme y poder seguir escribiendo, no sé para qué. ¿Por qué tiene que estar pasando esto? Todo es una locura. El griterío es infernal. Se pisan y se empujan. Escucho la música de una orquesta. Me parece estar en el momento de la partida. Esto es el final. Debo estar loco, pero me siento en paz. Eleonora, te conocí para perderte en el mar. Es mejor así. Ofrezco mi vida por la de tu padre. Así sé que serás feliz. Eleonora, te amaré desde el más allá…

Nota del editor: Susan fue a Nueva York para esperar a Víctor dos días después de que el Titanic zarpara del puerto de Southampton. Se enteró de la tragedia en alta mar.
Por primera vez en la historia del diario, el nombre de un escritor desconocido, Víctor Baunmann, ocupó la primera plana del New York Times, privilegio que nunca obtuvo su padre.

domingo, 1 de mayo de 2011

El Tunel - Ernesto Sabato 1952

 Un pequeño homenaje a la muerte de Ernesto Sábato a través de este fragmento de la película (una rareza) basada en su libro El Túnel.