miércoles, 27 de enero de 2016

QUIZÁS

Lo encontré tirado en la esquina de mi casa y se me partió el corazón. Seguí caminando pero no pude resistir la tentación de girar la cabeza.
Quizás cuando me di vuelta se haya levantado y escapó buscando un nuevo dueño. 
Quizás quedó allí como un muñeco más, olvidado como tantas cosas que pasan por las manos infantiles. 
Quizás sean producto de mi imaginación pero cuando estuve a unos veinte metros volví a mirar hacia atrás y ya no lo vi. Es cierto que estaba oscuro pero no quise volver y cerciorarme si ya no estaba. Prefiero creer que Woody se escondió detrás de alguna planta. 
Por las dudas, y para acrecentar mi ilusión, no voy a pasar por esa esquina por algún tiempo.

EL VINILO QUE CAYÓ DEL CIELO

Triste destino para un disco de vinilo. Estaba tirado sobre el pasto, cerca de mi casa y me lo traje como si fuera el sobreviviente de una hecatombe nuclear. Todavía no logro entender que es lo que pudo dejarlo así. Son tangos de D'Agostino - Vargas. Investigando un poco me enteré que los dos se llamaban Ángel. Uno, Vargas, cantante, el otro, pianista y director de orquesta. Ambos eximios artistas de la década del 40. La información dice: "el cantante murió en plena actividad (supongo que arriba de un escenario) y le apodaban "El ruiseñor de las calles porteñas". Bueno, pensándolo bien, sus canciones terminaron en la calle, no porteñas, pero sí de los suburbios. 
¿Podría llamarse a esto Arte Desfigurativo?

viernes, 22 de enero de 2016

REFLEXIONES LITERARIAS III

Hace un tiempo escribí sobre un libro escrito en noruego llamado "Invasión!" (sí, así en español) que trataba sobre el hecho de comprar algo que sabía que nunca iba a poder leer. Dentro de esas reflexiones estaban las razones (válidas o no) de por qué lo había comprado: precio (algo así como cinco pesos), brillos púrpuras en la tapa, algo desconocido, algo enigmático, algo indescifrable. Ese hecho fortuito me hizo pensar en varias cosas. Lo cierto es que ahora estoy con otro libro escrito en noruego por un autor, también noruego, y del que vengo siguiendo su saga de seis libros llamado “Mi Lucha”. Me lo trajo Mariana Marx (alumna y amiga) desde Copenhague, Suecia. Su idea era traérmelo con la firma de Karl Ove Knausgard, su autor, en una de sus páginas. No pudo ser. Ubicarlo fue más difícil que comprar un paquete de yerba en las tiendas de Sigtuna. Y eso que recorrió, me confesó, lugares con nombres impronunciables como el Stadshuskailaren, el Mellqvist Kaffebar, el Bierhaus, los castillos de Skokloster y Gripsholm y hasta la Biblioteca Nacional de Suecia ubicada en la calle Odengtan al 63 para encontrarlo. En ese momento Karl Ove se encontraba en Suecia.
Ahora lo tengo aquí, en mi mesa. El último tomo, el seis, el que va a tardar unos tres años en ser publicado en español. Este año salió el tercero, “La isla de la Infancia”, por lo que calculo que este libro saldría recién —Editorial Anagrama mediante— en el 2018.
Puedo darme el lujo de decir que ya lo tengo pero, he aquí la paradoja, no puedo saber qué es lo que tengo hasta dentro de tres años. Nunca tuve al futuro en mis manos. Nunca tuve la revelación de una historia de vida con tres años de anticipación. Está ahí, pero a la vez no está. Es como si fuese una bola de cristal con un futuro que aparece como una nebulosa indescifrable. Para ello tendría que aprender una lengua nórdica que tardaría en aprender quizás el mismo tiempo que va a tardar en editarse en español.
Knausgard me mira y me dice desde la tapa violeta —otra coincidencia con el libro de Khemiri que también era del mismo color— “aquí está el final de mi historia, pero para entenderla tenés que esperar que tu lengua materna te la cuente”.
Al hojearlo reconozco algunos nombres de lugares como Kristiansand o algunos nombres de su familia como Geir, su hermano. Pero todas esas cosas familiares se encuentran dentro de una farragosa secuencia de palabras que desconozco. Es una buena metáfora del destino. Uno intuye algunas cosas, pero no todas. Es más, sabemos menos de lo que creemos. Están, si, los nombres, los lugares y quizás hasta algunos períodos de tiempo, pero todo lo demás se encuentra velado. Creo que este hecho, el de tener el final antes de tiempo, es provocador y, a la vez, inquietante. No puedo saber qué va a pasar si no transito primero todo lo que viene antes de ese final. Antes del seis tengo que pasar por el cuatro y por el cinco. Es así de sencillo. No vale saltearse todas las secuencias intermedias, así sean negativas, tristes, fatales o angustiantes. También las alegres y felices. Es la única manera de entender esa mitad: mirando hacia atrás desde ese futuro que todavía no llegó. El tiempo para nosotros es una secuencia. No podemos alterarlo. El destino es indescifrable. O por lo menos, por ahora. Ya va a llegar el momento en que todo se aclara. Para bien o para mal.

miércoles, 6 de enero de 2016

INSOSLAYABLES V — MANUEL PUIG, LA GRAN BESTIA POP

“A brillar mi amor, vamos a brillar mi amor”. (Los Redonditos de Ricota).

Todos conocemos la enorme influencia que tuvieron Borges y Cortázar en nuestra literatura. Mientras que el autor de El Aleph creó un universo único mezclando relatos efectistas (de detectives, de malevos, de venganzas) con estructuras arquitectónicas y preocupaciones filosóficas en donde abrevaba en las ciencias esotéricas, la metafísica, las mitologías nórdicas, griegas  y orientales y las paradojas más originales de la literatura universal, el autor de Rayuela dio vuelta el universo tal como lo conocemos dejando a la vista las posibilidades de lo imposible. Nada era seguro en el mundo cortazariano. A cada vuelta de la esquina podíamos encontrarnos con una fisura en el espacio y en el tiempo para quedar atrapados en un mundo que podía derretirse como los relojes de Dalí. Ambos autores fueron vanguardistas dentro de sus respectivas tendencias estéticas —el ultraísmo y el surrealismo, respectivamente— y reconocidos en todo el mundo influenciando a lectores y a generaciones de escritores. Todo lo que hubo que decir, ya se ha dicho.
Pero hubo un autor que, inteligentemente, apeló a todas las vanguardias que tuvo a mano sin ceñirse a ninguna en especial para crear un estilo único en su obra en general y en la novela “Boquitas Pintadas” en particular. Una novela que fue comparada en su momento con el “Ulises” de Joyce, no por su temática, sino por la utilización de nuevas estructuras narrativas para contar una historia. Hablamos de Manuel Puig, un autor que logró quebrar el orden establecido de la narración canónica apelando a todos los lenguajes posibles: el cine, el folletín, las artes plásticas, la música, el monólogo interior, la asociación de ideas y el radioteatro para dar vida a un pastiche literario, algo que ya había experimentado Marcel Proust en su momento, pero que Puig lo trasladó a personajes y  escenarios conocidos de nuestro país como General Villegas y las sierras de Córdoba.
“Boquitas Pintadas” puede arrogarse el mérito de ser considerada la primera novela en  incursionar en el arte pop, que no es otra cosa que el resultado de todas las corrientes precedentes: expresionismo, cubismo, surrealismo, ultraísmo —y todos los ismos que uno quiera imaginarse— interactuando con el cómic, el cine, la fotografía, la música y todos los campos culturales masivos. En consecuencia, Puig construyó, emulando al pop art, un espacio ficcional a través del uso de nuevas técnicas de representación de los discursos sociales. Esa fue la jugada inteligente de Puig: apropiarse de todas ellas para regurgitar una narrativa diferente y deslumbrante.  
La temática del libro no es otra cosa que un triángulo amoroso entre Juan Carlos Etchepare, Nélida Fernández y Mabel Sánchez, digna de un folletín al estilo Corín Tellado. Lo extraordinario no es la historia en sí (plagada de lugares comunes) sino cómo está contada. A través de dieciséis entregas, separadas en “Boquitas pintadas de rojo carmesí” y “Boquitas azules, violáceas, negras” Puig toma todo un universo social y cotidiano, y los mezcla utilizando todos los estilos discursivos posibles. Para ello apela a la instrumentalización de la oralidad, la multifocalización, el multiperspectivismo narrativo y la utilización del silencio, logrando así una nueva interpretación de la novela tradicional. Podemos deducir con esto que la narrativa de Puig se basó en este principio: la destrucción de la narración canónica. De esta manera, Puig comenzó a exigir la presencia de un lector atento que fuese desentrañando los hechos presentados y fuese armando inteligentemente las piezas de la novela, involucrando el mundo del lector al proceso de escritura. En otras palabras, lo que hizo Puig fue crear una especie de collage narrativo para darle un nuevo giro a una temática trillada y decadente que ya estaba en desuso.
Cabe destacar una anécdota en la que Juan Carlos Onetti, miembro del jurado en el que Puig presentó su novela “Boquitas Pintadas” en 1969, dijo en forma despectiva: “Después de leer el libro de Puig, sé cómo hablan sus personajes, pero no sé cómo escribe Puig, no conozco su estilo”. Y, a pesar de la paradoja, esto es bien cierto y, de alguna manera, un elogio. “Boquitas Pintadas” no tiene un estilo definido, es la sumatoria de todos ellos. La historia se cuenta sola. Y lo hace a través de extractos de diarios íntimos, informes policiales, informes médicos, retazos de diálogos telefónicos, cartas, demandas judiciales, guiones de radionovelas, monólogos interiores, rezos, una confesión ante un cura, esquelas fúnebres, artículos periodísticos de diarios y de revistas, carteles de propaganda etc., creando una especie de pastiche literario en el que el narrador está completamente ausente. Un experimento de excesiva complejidad y, por ello, impresionante, tal como lo demuestra la secuencia en donde narra un viaje en colectivo utilizando solo sustantivos; o cuando leemos una carta que se va quemando y allí, en donde el fuego destruye el papel que impide ver las frases escritas, hay un espacio en blanco; o en algunos diálogos, en donde la letra en cursiva nos indica el pensamiento del protagonista, totalmente contrario a lo que está diciendo.
Si bien el boom latinoamericano de los 60 fue una corriente que había roto con todas las estructuras narrativas a través de una preocupación estilística en mostrar la desmesura fantástica en el mundo cotidiano, esto no pasaba con Puig, en donde la realidad se mostraba con toda la crudeza e hipocresía de una sociedad decadente y supersticiosa. Su aporte fue, quizás, más original. Mostrar la desmesura narrativa pero sin apelar a lo fantástico.

 “Boquitas Pintadas” es un vitral literario insoslayable,  en donde la alta y la baja cultura se toman de la mano, en donde la saturación, el brillo y el falso glamour brillan en un mundo kitsch, en donde el romance, en todas sus variantes posibles, no es tratado con desdén sino con admiración, es decir el Pop en su más honesta, caótica y colorida representatividad. 

(Artículo aparecido en el Número 15 de la Revista Qu Literatura de Noviembre del 2015).