miércoles, 18 de noviembre de 2020

El segundo más terrorífico de "Psicosis".


Mucho se ha dicho y escrito sobre la película "Psicosis", de Alfred Hitchcock, quizás una de las obras cinematográficas mas estudiadas por especialistas no solo del cine sino también desde el punto de vista clínico, esto es: parricidio, doble personalidad, complejo de culpa, complejo de Edipo y tantas otras problemáticas que tienen a las enfermedades mentales su centro, y su centro en este filme es, obviamente, Norman Bates (Anthony Perkins), el personaje que nos confunde en una primera impresión como una persona afable y respetuosa para convertirse, luego, en un ser oscuro y siniestro.

Pero más allá de todo esto, hay una secuencia hacia el final de la película de la que nadie habla, o por lo menos nadie parece prestarle mucha atención.  Sucede exactamente a la hora cincuenta y ocho minutos y dura solo un segundo. Un segundo que resulta ser un trabajo de doble fundido —superposición de imágenes— magistral. 

Luego de que Norman Bates mirase cómo una mosca recorre su mano —plano detalle—, levanta lentamente la cabeza para mirar a la cámara. Aquí no solo se derriba lo que en cine se denomina la cuarta pared, es decir cuando el actor mira al público y lo hace partícipe de su realidad, sino que su cara se va transformando en la calavera de su madre —primer fundido—, para luego encadenar esa cara cínica y monstruosa con un segundo fundido, la imagen de un automóvil que está siendo sacado de un pantano.

Si bien el director siempre se jactó de que "Psicosis" fue una pieza pensada únicamente para filmar la escena de la ducha —icono por excelencia tanto en el dramatismo de la acción como en su música incidental—, nada de lo que sucede en el filme es inocente. La escena de esta transformación casi imperceptible es un detalle que Hitchcock habrá calculado al milímetro. No solo deja traslucir la posesión que sufre Bates por el “espíritu” de su madre, sino que estamos en presencia de una psiquis que fue cooptada por la de su progenitora. 

La mejor manera que tuvo Hitchcock para evidenciarlo fue con una imagen tan fugaz que pasa desapercibida. Visto esto —que resulta totalmente espeluznante—, tanto la vestimenta como la peluca que utiliza Bates para cometer los asesinatos como si fuese su madre, quedan como torpes y hasta ridículas.

Notas al margen: este segundo de transformación sirvió —opinión personal—para que William Friedkin lo utilizara en otra obra maestra del cine de todos los tiempos: "El Exorcista".

En este caso sí existe una posesión diabólica pero antes de que suceda el cambio radical de Regan (Linda Blair) que todos conocemos y que tanto dio que hablar, la cara de la niña se desfigura durante un segundo, un solo segundo, en la cara de un ser demoníaco con dientes a la vista —como en Bates— pero con la salvedad de que en este caso la criatura que la posee es Pazuzu, una divinidad asirio-babilónica. Este fundido es simple, es decir menos complejo que el de Hitchcock, y está contextualizado dentro de una sesión de hipnosis. Un gran guiño u homenaje, a mi entender, a ese segundo inquietante de Psicosis.




Dos obras maestras unidas por un detalle tan ínfimo —solo un segundo— es algo que vale la pena tener presente.