domingo, 18 de noviembre de 2018

INSOSLAYABLES XI - LITERATURA DE LA REALIDAD


Últimamente, la narrativa no ficcional parece estar de moda. Si bien no es un género nuevo —su origen data de la década del ´50, momento en que el periodismo encontró una nueva manera de narrar los hechos— este híbrido entre ensayo periodístico o historia novelada, va ocupando el centro de la escena de manera cíclica. 

Hay coyunturas que ayudan a este proceso, desplazando por breves períodos a la novela de ficción. Y no es casual que, así como la ficción fue producto de una burguesía en ascenso con más tiempo para dedicar al ocio —y a la lectura—, la no ficción aparece cuando el estado de bienestar se resquebraja y la denuncia —en todas sus formas— se vuelca al libro como medio de investigación y difusión de lo mal que están las cosas.

Así como los géneros tienen su propia estructura, la no ficción también: la narración fragmentada, el cruce de la oralidad y la literatura, el encuentro, el pasaje y la contaminación de materiales documentales, la letra del otro injertada en la escritura, la polifonía, la historia como entrecruzamiento de múltiples historias, etc. 

Pero no todos adhieren a estas variables, y aquí se enfrentan dos corrientes: la de novela testimonio —con una visión totalmente objetiva— y otra que apuesta hacia la ambigüedad, hacia una voz narrativa más personal. 

El estadounidense Tom Wolfe, por ejemplo, era partidario de un periodismo que pudiera ser leído como una novela, empleando técnicas narrativas para hacer un periodismo literario. Hay otros, más puristas, que desdeñan esta mirada y se ciñen al dato duro, al testimonio de primera mano y a la confrontación de documentos que no dejan lugar a la duda o al vuelo poético.


Es el caso de Gabriel García Márquez, quien en su momento dijo: en la narrativa de no ficción hay que cumplir con los preceptos del periodismo, con sus concepciones de verdad y de realidad, su función de informar, su rechazo a la invención y sus prácticas de chequeo exhaustivo. 

Claro que hoy por hoy, suena un poco anacrónico. Actualmente, el límite entre la realidad y la ficción no parece ser tan claro. Aunque hay grandes escritores que comulgan la idea de García Márquez, lo cierto es que la ficción es parte indisoluble de la realidad. Incluso, más de lo que creemos. Las nuevas ideas filosóficas sobre lo real van  en esa dirección: nada es lo que parece. Y eso influye en toda disciplina artística.

La primera obra considerada como no ficcional es “Operación Masacre”, aunque a nivel mundial se considera que “A sangre fría” fue primera en cumplir con los requisitos. Más allá de esta cuestión cronológica, lo cierto es que en ambos casos, un hecho criminal es llevado a la ficción por el talento de dos narradores extraordinarios: Rodolfo Walsh, en el primer caso y Truman Capote, en el segundo. 

Cabe aclarar que, aún en textos que se proclaman los más objetivos posibles, el mero recorte de la información, el elegir qué incorporar y qué dejar de lado, ya indica la subjetividad del autor.

Como dice Sonia Cristoff en el prólogo a su libro “Falsa calma” —que narra la ola de suicidios ocurridos en Santa Cruz—, en la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas. Hay ficción entonces en el documental cinematográfico, del mismo modo en que hay ficción en la narrativa de no ficción, por paradójico que suene, lo que a su vez remarca el carácter subjetivo de las verdades hipotetizadas y el carácter artístico de la construcción. Como vemos, Cristoff está en sintonía con Tom Wolfe y no con García Márquez.

Es así que la no-ficción —o Nuevo Periodismo, como se llamó en su momento— es una de las tantas versiones de una serie de sucesos que un escritor presenta como ensayo, novela histórica, crónica o cualquiera de las tantas formas en que puede hibridar un texto.

Mientras tanto, y aunque nos parezca mentira, debemos acostumbrarnos a que la realidad que vemos no es tan real como creemos.

Columna aparecida en la edición N°23 (Azul) de la Revista Qu (Agosto 2018).