lunes, 11 de junio de 2018

INSOSLAYABLES X (VIAJES DE EVASIÓN)


La novela moderna tal como la conocemos en la actualidad, comenzó no hace mucho tiempo. Aunque se considera a El Quijote de la Mancha, de Cervantes, como la piedra fundacional de la novela moderna en cuanto a estilo y estructura narrativa, tuvieron que pasar muchos años para que el género se consolidara —el Quijote se escribió en 1615— y comenzar su liderazgo de la mano de Charles Dickens, Tolstoi, Balzac y Stendhal, autores que describieron con lujo de detalles no solo las peripecias de los protagonistas, sino los escenarios en donde se movían, algo fundamental en la novela. A partir de entonces — principios del siglo XIX— la novela se fue diversificando en géneros como el realista, el gótico, el fantástico y más acá en el tiempo, la ciencia ficción, el policial y curiosidades como el cyberpunk y la novela gráfica.

Cerca del 2000, un nuevo subgénero comenzó a inundar el mercado editorial. Autoras como Belinda Seaward, Claire Bouvier, Doris Cramer e Isabelle Autissier, entre otras, surgieron con historias de amores prohibidos, extrañas relaciones familiares y paisajes deslumbrantes como escenario de la acción. Si bien apareció como una nueva variante de la novela histórica romántica, lo cierto es que este subgénero no es nuevo.

Todo empezó con Isak Dinesen —seudónimo de la baronesa Karen von Blixen-Finecke—escritora danesa que en 1937 escribió la novela Memorias de África, llevada al cine por Sydney Pollack. 

Muchos consideran a Dinesen como la pionera en este tipo de historias en donde los paisajes juegan un rol crucial en la trama. Lo cual, en alguna medida, sentó las bases para que muchas novelas posteriores se ambientaran en lugares exóticos y lejanos.

Fue así que estas nuevas autoras —la mayoría mujeres— empezaron a ubicar sus conflictos sentimentales en paraísos inciertos. Los elegidos, ya con un mundo globalizado, fueron el Ártico, Persia, Nueva Zelanda, Jamaica, Hong Kong, Argentina y Chile, tierras que siguen pareciéndole extrañas a muchos europeos.

Ya en el nuevo siglo, el primer paso fue dado por  la alemana Sarah Lark, que con su novela En el país de la nube blanca (2007), ambientado en Nueva Zelanda, logró un éxito sin precedentes. Tanto que a ese primer libro le siguieron La canción de los maoríes y El grito de la tierra, conformándose así en la primera trilogía publicada del género.

Todas las novelas landscapes presentan factores comunes. Las portadas, indefectiblemente, muestran coloridas ilustraciones de mujeres vestidas de época, con un paisaje de fondo exótico y brumoso y con los títulos en relieve dorado.

Estos son por demás elocuentes: El puerto del perfume, La mirada de la loba blanca, La luz de las islas púrpuras El amante de la Patagonia, El secreto de la perla, La isla prometida, El sabor prohibido del jengibre… notables títulos poéticos que ya nos da una idea de cuáles serán las tierras en donde los personajes van a abrir o cerrar sus corazones y qué aventuras van a tener que sortear hasta llegar a un final épico y trascendental.

Los subtítulos van en la misma dirección. Por ejemplo, el de la novela En el corazón de los fiordos de Christine Kabus aparece impreso en la tapa y nos propone una especie de acertijo: “Un antiguo medallón. Una fotografía. Un paisaje donde aún reverbera un secreto del pasado”. Todos los subtítulos tienen el mismo objetivo: conseguir que los potenciales lectores quieran desentrañar el misterio.

Si bien la estructura narrativa y la prosa de las novelas landscape suelen carecer de vuelo literario, perderse en sus páginas para viajar a lugares remotos y vivenciar los contratiempos de los personajes, es tan válido como dejarse llevar por los llamados libros clásicos. Un buen libro, ante todo, tiene que entretener al lector, sin discutir —al menos en principio— la profundidad de su contenido.

Las novelas landscape podrán tener un éxito efímero, pero si uno busca empaparse en las emociones más poderosas del ser humano, una buena manera de hacerlo es subirse a estas propuestas que se destacan por su tono melancólico y su estilo elegíaco, propuestas desde lugares tan exóticos como nosotros lo somos para ellos.

Columna aparecida en la Revista Qu Número 22 (Abril 2018)