lunes, 19 de marzo de 2012

REFLEXIONES EN GRIS

El texto se deja leer de distintas maneras. Dice y no dice, dice más de lo que dice, se muestra o se repliega sobre sí mismo, contesta o simula contestar las preguntas. Pero hay un momento virtual en que se interrumpe, en el cual los signos se vuelven transparentes, desaparecen y comienza a escribirse otro texto, el del que lee; un texto prelinguístico como un sueño, donde confluyen sólo sonidos, retazos de momentos, olores, quizás algún rostro, la atmósfera de algún lugar. Un texto diferente, liberado de la frase, pero que surge del otro, que se lo apropia, que lo incorpora con la misma familiaridad de las cosas vividas. Y hay otros momentos en los cuales la palabra alcanza su tensión máxima y se dibuja neta, claramente, en un espacio que le es propio y donde sólo se registra su resonancia. Entonces hasta es posible estremecerse como ante un paisaje desmesurado, o ante esos cuadros que, sin dar la ilusión de la realidad, traducen sus más insignificantes vibraciones.
 Comienza allí quizás el placer del texto.