EN UNA TARDE FRÍA, UN
LIBRO
Acabo de comprarme un
libro llamado Invasión! de un tal
Jonas Hassen Khemiri (autor que desconozco) y que nunca leeré. ¿Por qué? Porque
está escrito en sueco. ¿Por qué lo compré? Bueno, ahí las respuestas se
diversifican, pero existen tres razones principales:
a) porque me salió tres pesos (aunque parezca mentira, es verdad);
b) porque, a pesar de ser un libro usado, está en perfectas condiciones y
c) porque tanto el título, el autor y el subtítulo (PJASER NOVELLER TEXTER) así como un intrincado conjunto de dibujos que invaden (en sentido literal) la tapa y contratapa, están impresos de tal modo que ante el reflejo de la luz se vuelven violetas.
a) porque me salió tres pesos (aunque parezca mentira, es verdad);
b) porque, a pesar de ser un libro usado, está en perfectas condiciones y
c) porque tanto el título, el autor y el subtítulo (PJASER NOVELLER TEXTER) así como un intrincado conjunto de dibujos que invaden (en sentido literal) la tapa y contratapa, están impresos de tal modo que ante el reflejo de la luz se vuelven violetas.
Estas fueron las tres razones principales —bastante triviales, por cierto— pero creo que existen otras más ocultas, y a eso me voy a referir.
Lo encontré por pura casualidad en medio de unos estantes atiborrados de libros sobre autoayuda, códigos comerciales anacrónicos, libritos discontinuados de colecciones infantiles, decenas de poemarios de autores ignotos (muchos auto-editados) y varios ejemplares amarillentos que hacían honor al valor que sentenciaba un cartel pegado con cinta adhesiva: TRES PESOS.
Me gusta remover los libros de saldos y con más razón aquellos que se ofertan a un precio tan irrisorio que la mayoría pasan de largo y dejan estos extraños tesoros a la espera de otros más curiosos para su exploración; de vez en cuando se pueden encontrar algunas gemas impensables; algún escrito imperdible, algún texto del que solo nosotros podemos valorar y en esto incluyo —muchas veces— a algunas razones extraliterarias (un buen diseño, un ejemplar en tapa dura, una tira de tela bordó como señalador, etc.) que convierten ese diamante en bruto en un talismán personalizado.
Y ese talismán es lo que tengo ahora sobre la mesa. Un libro de bolsillo de doscientos cincuenta páginas del que no tengo la más remota idea de qué se trata. Y no es porque esté escrito en un lenguaje imposible de interpretar, como el manuscrito Voinich —aquel escrito medieval que todavía no fue descifrado— sino que es sueco. Una lengua germánica —nada del otro mundo— que, si quiero, puedo tomarme el trabajo de hacerlo traducir. No lo voy a hacer. Primero, porque no conozco a nadie que hable dicho idioma y, segundo, porque no tengo interés alguno en hacerlo. Lo voy a conservar como un objeto literario, es decir, no como un soporte de palabras (que no entiendo) sino como un artefacto (término que utilizan algunos semiólogos) que contiene una secuencia de espacios desarrollados sin importar el lenguaje utilizado más que como una secuencia de signos arbitrarios; o —¿por qué no?— como una obra de arte industrial (¿podría llamarla así?) que, junto a los otros libros de mi biblioteca, podría desorientar por lo que significa, o mejor dicho, por lo que no significa.
Una obra de arte, en definitiva, siempre incomoda y muchas veces no entendemos para qué sirve. En este caso en particular significante y significado se desintegran en una representación que me resulta incomprensible por no conocer el código en el que está escrito. Lo mismo debe pasarle a un sueco si le cae entre sus manos el Martín Fierro.
El primer capítulo (o cuento, porque tengo la impresión que es una antología, o tal vez, una obra de teatro) se titula DRAKSÅDD. Leer esto y PARAGUAS es, para mí, lo mismo. Y si bien desorienta el título del libro en español (Invasión!) el contenido llega a ser para mí tan críptico como el Código de Hammurabi antes de haber sido encontrada la clave para traducirlo.
Lo hojeo y, sin embargo, encuentro algunas particularidades desconcertantes. Descubro muchos términos en inglés: robocop, Ray Charles, 7up, welcome, Beberly Hills, Hollywood, UFO, okey, McDonald’s, etc., entremezcladas en medio del texto, lo que me da la pauta de lo contaminado que están los idiomas por la cultura inglesa y norteamericana. Veo también frases escritas directamente en inglés que traducidas al español podrían darme una lejana idea de la trama y, por si fuera poco, una especie de simbiosis entre las dos lenguas como or ålls vill kal fe fucking president from rrrrussia, así, tal cual como lo transcribo.
¿Será una trama de ciencia ficción?
En la portada se lee UNDERBART, FANTASTIKT, STORARTAT…EN VERKLIG UPPTÅLKT, según una crítica del Suddeutsche Zeitung, periódico del sur de Alemania. ¿Será algo fantástico? Todas estas dudas lo hacen más atractivo.
La tapa, atiborrada de símbolos parecidos a los iconos que por convención se asocian a las señales internacionales (como la señal de contramano) desorienta aún más. Tijeras, flechas, llamas de fuego, autobuses, peligro de elementos abrasivos, siluetas de edificios, signos pesos, etc., parecen invadirnos con sus permisos, prohibiciones y señalamientos. Todas parecen ser indicaciones para un mundo simbolizado como —según desarrolla Umberto Eco en su Arte y belleza en la estética medieval— lo fue en su momento la Edad Media.
¿Quién no sabe interpretar la silueta negra de un hombrecito con un brazo extendido y un punto suspendido arriba de una V con el vértice achatado como un mensaje de que hay que tirar la basura en el cesto de residuos? Todos. A no ser, claro, que uno sea un extraterrestre. Y esto es paradójico porque yo no sé interpretar lo que hay escrito en este libro (Torre de Babel, mediante) que está escrito con los mismos signos que utiliza el alfabeto que yo utilizo para escribir y leer en español, y sí puedo entender la iconografía con que está adornada la tapa.
A esto apuntaba Zamenhof, aquel oftalmólogo polaco que inventó el esperanto: a que dejasen de existir las pluralidades del lenguaje. Con el esperanto, todos entenderíamos todo, ¿sería tan así o de alguna manera se oscurecerían y diversificarían los significados porque sencillamente no todos pensamos los mismo? Y me remito de nuevo a Eco cuando dice: “un símbolo puede ser algo muy claro (una expresión unívoca, con un contenido definible) o algo muy oscuro (una expresión plurívoca, que evoca una nebulosa de contenido). Creo que con un idioma universal ocurriría lo mismo.
Lo levanto, lo doy vueltas, lo hojeo y me doy cuenta que no me produce ninguna sensación o (como me pasa con los otros libros, los que entiendo) de urgencia por leerlo. Es improbable que lo haga. Podrían cuestionarme tanto entusiasmo irracional diciéndome que si me compro un libro en cualquier otro idioma me pasaría lo mismo, pero es aquí en donde me permito aclara una cosa: el misterio de todo esto es que yo no busqué este libro, el libro me encontró a mí, me invadió con sus brillos púrpuras, lo saqué de la compañía de esos saldos lamentables y me lo llevé a mi casa por la suma casi simbólica de tres pesos.
Obviamente no voy a dejar pasar este descubrimiento sin consultar la gran enciclopedia virtual que es Internet. Voy a investigar sobre el asunto, y, si bien puedo desencantarme ante las respuestas, voy a asumir el riesgo de encender la luz para ver qué es lo que está acechando en la oscuridad.
UN DÍA DESPUÉS
Luego de darme un baño catódico con espuma de bits y de sumergirme en el aleph borgeano del éter virtual, he descubierto muchas cosas. Ahora veo el libro un poco menos misterioso y, para mi sorpresa, me he encontrado con una obra multipremiada de un autor reconocido, no solo en Suecia, sino en toda Europa y Estados Unidos. ¡Un verdadero suceso editorial!
Según consta en una de las tantas reseñas que encontré en la web: “Invasión! es un tornado de palabras, imágenes e ideas, todo en torno a un nombre mágico: Abulkasem. Invasión! es el debut de Khemiri como dramaturgo y fue escrito para el teatro de la ciudad de Estocolmo. Recibió magníficas críticas y jugó dos temporadas de actuaciones agotadas”.
Es así que me entero de que el autor, hijo de una sueca y un tunecino, creó una obra magistral que trata sobre la identidad, el desarraigo y el conflicto entre el lenguaje natural y el vivencial. Conflictos que, aparentemente, él había sufrido en su propia infancia. Me interesa lo que leo sobre el autor, lo que piensa: “Siempre me ha gustado los aspectos de manipulación del lenguaje”. Más adelante confiesa: “El lenguaje puede ser utilizado para no decir la verdad sino para disfrazarte y la forma en que vas a mentir acerca de quién eres revela mucho acerca de tu verdadero yo. Es el tipo de cuestiones que me llevó a escribir. He escrito tres novelas y cinco obras de teatro y siempre he tratado de ver cómo el lenguaje puede ser usado para manipular a nivel personal y político”.
Es más, me he tomado la molestia de ver varios reportajes al autor que están subidos a la red solo para conocer su rostro. El misterio se iba develando en forma atroz. Era como conocer el rostro del creador de la Epopeya de Gilgamesh o del Libro Tibetano de los Muertos.
Y aquí es cuando decido detenerme —no quiero saberlo todo, que se mantenga un aire enigmático— y me doy cuenta qué es lo que me pasó cuando descubrí este libro. El lenguaje utilizado manipuló, a través de mi aprecio por lo misterioso, mis sentimientos hacia él. Lo encontré impenetrable, extraño, inaccesible. Todos estos adjetivos acudieron por el simple hecho de no conocer el sueco. Esta lengua nórdica que ya fue hablada —supongo que con alguna variantes— en la Escandinavia de la época vikinga.
Para finalizar, me quedo con el párrafo de una de las tantas reseñas sobre el libro que leí en Internet: “¿Quién es Abulkasem? ¿Un rapero? ¿Un súper espía internacional? ¿Un poeta del siglo V? ¿Su vecino de al lado? ¿Representa un peligro real? Todo depende de quién se lo pregunte”.
Yo me lo pregunté y creo que puedo responder de la siguiente manera: Invasión! puede significar cualquier cosa, y va a estar bien que así sea. Mientras tanto va a ocupar un pequeño espacio en mi biblioteca y, aunque sea una obra de teatro contemporánea, la voy a ubicar al lado de esos textos que hablan sobre enigmas, templarios y conspiraciones secretas. Como un arcano que nunca voy a abrir, solo va a servir para dejarme hipnotizar por sus brillos iridiscentes. Una especie de Necronomicón, aquel libro creado por Lovecraft que, dicen las leyendas, no era posible leerlo sin volverse completamente loco.