miércoles, 17 de agosto de 2016

INSOSLAYABLES VII - SOMBRAS NADA MÁS (y nada menos).

“Todo aquí es tan libre, tan posible, tan gato”.
Julio Cortázar

¿Qué hay en común entre los nombres Topaz, Tiger, Satán, Beppo, Catarina, Cleopatra, Hinse, Odín, Spider y Adorno? Cómo no se nos ocurriría respuesta alguna, cabria preguntarse entonces qué hay en común entre estos otros nombres: Tenesse Williams, las hermanas Bronte, Mark Twain, Lord Byron, Edgar Allan Poe, Theophile Gautier, Walter Scott, Borges, Patricia Highsmith y Julio Cortázar. 

Bueno, aquí es más sencillo, sabemos que todos ellos son escritores. Y la relación que existe entre unos y otros es que los primeros fueron los nombres de sus gatos —así, en ese orden— al que no solo amaron y permitieron que compartieran sus horas de trabajo, sino que fueron motivo de inspiración para sus propias obras de ficción o fueron agraciados con verdaderos homenajes literarios, como “Oda al gato” de Pablo Neruda, “Canción Novísima a los gatos” de Federico García Lorca o “Gato encerrado” de William Burroughs. 

En este caso la columna Los Insoslayables no trata sobre un autor o una obra que haya quebrado el paradigma estético de un tiempo determinado, sino que, como si fuese un heterogéneo mosaico de muchos pelajes, se refiere a varios autores —solo algunos, ya que la lista sería interminable— que incluyeron a esta criatura impenetrable dentro de su mundo literario. 
No hace falta ser un escritor para tener al gato como mascota —aunque hay cierta predisposición dentro de este oficio solitario y apacible para con estos animales de hábitos nocturnos—, pero sí hace falta tener el don para dotarlo de cierta verosimilitud a través de la escritura y hacer de su organicidad una sombra de tinta y papel con vuelo propio.

Los gatos aparecen en la literatura en infinidad de formas. Formas que pueden ser siniestras, como en el caso de Poe. 
Este fragmento de uno de sus cuentos lo pone en evidencia. 

"El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo —quiero confesarlo ahora mismo— por un espantoso temor al animal". 

También puede parecer de una forma tierna y divertida como en el caso del gran autor de novelas policiales Raymond Chandler: 

En ciertos momentos mi gato tiene el gesto de levantar una pata delantera y dejarla colgando, mirándola especulativamente. Mi esposa piensa que está sugiriendo que le compremos un reloj de pulsera; no lo necesita por ningún motivo práctico (sabe la hora mejor que yo) pero, después de todo, las chicas necesitan tener alguna joya”.

O, sencillamente hace su aparición esporádica y sorpresiva, como el filosófico gato de Cheshire de Lewis Carroll.  

“—En esta dirección  —dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha— vive un Sombrerero. Y en esta dirección  —e hizo un gesto con la otra pata— vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.
—Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca —protestó Alicia.
—Oh, eso no lo puedes evitar —repuso el Gato—. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca
—¿Cómo sabes que yo estoy loca? —preguntó Alicia.
—Tienes que estarlo —afirmó el Gato—, o no habrías venido aquí".

El gato, criatura mística por naturaleza y mítica por historia, adorada por lo egipcios que la consideraban una encarnación de los rayos solares y acusada como vehículo de brujería en la Edad Media, sigue siendo aún un verdadero misterio. Un misterio y una compañía. Una compañía y un gran protagonista —tiene todas las cualidades para serlo— como para que lo veamos deambular sigilosamente en historias de misterio, de terror y de suspenso. Podríamos tener en cuenta lo que decía Osvaldo Soriano: 

“Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos”. 

Es por eso que, sin ir más lejos, hay libros enteros dedicados a estos felinos como el de la escritora británica Doris Lessing, ganadora del Premio Nobel, que escribió el libro "Gatos muy distinguidos" en el que narra innumerables historias vividas con sus pequeños compañeros.

Aunque muchos sostengan que el "flechazo" entre escritores y gatos proviene del carácter solitario, sedentario e individualista de la escritura (la típica imagen de Ernest Hemingway escribiendo en la soledad nocturna, rodeado de gatos), creemos que el fundamento de esa singular alianza se explica por la actitud de libertad suprema del felino, que podría traducirse en algo así: "Si te hago compañía es porque yo quiero, no porque me lo pidas". Los escritores, en alguna medida, son un poco así. “Yo escribo porque quiero, no porque me lo pidas”.

Pero el gato no solo está presente en la literatura, sino en otras disciplinas artísticas como la música. Existe una anécdota que cuenta que el compositor italiano Doménico Scarlatti (1685-1757) compuso una fuga para clavicordio en re menor, conocida como “La fuga del gato”, inspirándose en que en cierta ocasión su gato se subió a ese instrumento y comenzó a pasear por el teclado pulsando las teclas al azar. 
Claro, esto viene a cuento porque el gato no es privativo de la escritura, aunque sabemos sobradamente que tiene una gran predilección por acostarse sobre los papeles que uno está escribiendo y arriba de los libros que uno está leyendo.

El gato, esa criatura ambigua en cuanto a su personalidad, aparece a lo largo de la historia de la literatura de maneras muy diversas.  “El gato negro” de Poe por un lado y “El gato con botas” de Perrault son, seguramente, dos obras maestras que testimonian una y otra manera de sentir lo siniestro y lo divertido, lo imprevisto y lo predecible. Igual que nosotros, que podemos transfigurarnos muchas veces en esa otra faceta que todos conocemos como nuestro lado oscuro. Stevenson, con su novela “El doctor Jeckill y Míster Hyde” no hace más que acentuarlo de forma exagerada en el ser humano. 

Y el gato, indiferente a veces y capaz de brindarnos sus más tiernos ronroneos, otras, tiene un poco de las dos cosas. ¿Será por eso que nos cuesta tanto entenderlos? Bueno, casi como nos cuesta entendernos a nosotros mismos.

Columna aparecida en el número 17 de la Revista de Relatos Qu - Agosto del 2016




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