lunes, 1 de agosto de 2016

POESÍA JUGLARESCA Y JUGLARES - ORÍGENES DE LAS LITERATURAS ROMÁNICAS

“Todos los que viven vilmente y no pueden presentarse en una corte de valía, como son aquellos que hacen saltar simios o machos cabríos o perros, los que muestran títeres o remedan pájaros, o tocan y cantan entre gentes bajas por un poco de dinero, éstos no deben llevar el nombre de juglar o que en las cortes se finjan locos, sin vergüenza de nada, pues estos se llaman bufones, al uso de Lombardía. Los que con cortesía y ciencia saben portarse entre las gentes ricas para tocar instrumentos, contar novas o relatos poéticos, cantar versos y canciones hechas por otros, estos ciertamente pueden poseer el nombre de juglar y deben ser bien acogidos en las cortes a las cuales llevan recreación y placer. En fin, aquellos que saben trovar verso y tonada, y saben hacer danzas, coblas, baladas, alvadas y sirventiesos, deben ser llamados trovadores, y entre estos, el que posee la maestría del soberano trovar, el que compone versos perfectos y de buen enseñamiento y muestra los caminos del honor, de la cortesía y del deber, declarando los casos dudosos, este debe ser llamado don doctor de trovar. (“Suplicatió al rey de Castela per le nom dels juglars”, Carta de Giraldo Riquier de Narvona —trovador de la Corte— dirigida a Alfonso X en el año 1274).

Este es uno de los tantos documentos históricos que recopiló Ramón Menéndez Pidal en su insuperable obra “Poesía Juglaresca y Juglares. Orígenes de las Literaturas Románicas” editada por Espasa-Calpe. 
Un documento que pone de manifiesto la preocupación que existía en diferenciar las innumerables actividades de los grupos de artistas que pugnaban por ofrecer sus servicios a cambio de ofrendas y recompensas que podían ir desde lujosas vestimentas o paños para vestir, hasta el pago mediante sueldos en maravedís (moneda española de la época) o, en el peor de los casos, con cebada y vino. En el mejor de los casos, con casas y heredades.

El libro está dividido en cuatro partes en donde el gran filólogo español analiza en forma exhaustiva quiénes eran los juglares, los trovadores y sus diferentes ramificaciones. Así podemos enterarnos que existían los ministriles (cantor y músico de las cortes señoriales de Francia), los segreres (clase intermedia entre el trovador y el juglar), los zaharrones (los que divertían con simios y con mamarrachos como una clase aparte de músicos), los trasechadores (juglares que utilizaban cuchillos), los remedadores (dedicados a imitar o contrahacer), los cazurros, los bufones, truhanes y los caballeros salvajes; los de cantar de gesta, los juglares de boca, los violeros, los cedreros, los organistas y los tromperos.

Y no solo eso, luego de diferentes apartados en donde se describen las clases de instrumentos musicales y sus usos, se retrata a estos personajes de acuerdo a sus intervenciones en diferentes ámbitos de la vida social: ante su público (el bajo y el  noble), ante la corte (señorial y real), ante las damas, ante prelados y clérigos y ante concejos municipales. Nos cuenta el autor: “También importa notar que las grandes ciudades, algo así como los reyes, pagaban fuertes sumas por oír sus elogios en boca de juglares, a tal punto que a Alfonso Álvarez de Villasandino, que compuso una cantiga en loor de Sevilla, le dieron en aguinaldo cien doblas de oro por haber sido muy elogiada por los oficiales del cabildo.

También nos informamos de que no toda la juglaría estaba compuesta por hombres, existían las soldaderas; juglaresas que actuaban como complemento obligado del espectáculo juglaresco y cuyas imágenes encontramos representadas en las miniaturas medievales.
El Arcipreste de Hita escribió muchos versos para estas mujeres, y se muestra satisfecho de la popularidad que ellas le granjeaban:

Desque la cantadera dize el cantar primero,
siempre los pies le bullen, e mal para el pandero…
Texedor e cantadera nunca tienen los pies quietos,
En el telar e en la danca siempre bullen los dedos.

Aunque, símbolos de un tiempo reacio hacia las mujeres, no eran consideradas como personas de buena reputación, tal como aparecen descritas en una de las versiones del Espejo de Legos de Rogerio de Hoveden: “Las cantaderas contrarían a los establecimientos de las tres leyes, lo primero a la divinal…, lo segundo contraría a la ley de la natura…, lo tercero contraían la ley humanal…”.

Con prólogo de  Rafael Lapesa (filólogo y miembro de la Real Academia Española), este imprescindible documento sobre una gran parte de la historia de la poesía oral y cantada, nos abre nuevas perspectivas acerca de su importancia tanto en el plano literario como en el social. De paso, echa por tierra muchas de las informaciones erróneas que uno viene leyendo desde siempre. Una de ellas, es la eterna discusión acerca de cuál eran los valores creativos de juglares y de trovadores.

Menéndez Pidal es muy claro al afirmar que: “aunque se los suele considerar a los juglares como propagadores de composiciones ajenas, usurpando las funciones propias del trovador, el juglar en los países románicos existió mucho antes que el trovador, y fue el primitivo poeta, con mezcladas habilidades de cantor y de histrión, antes de que apareciese el tipo de trovador o poeta especializado.

A pesar de que Giraldo Riquier desmereciera ante el rey Alfonso X el papel de los juglares ante el supuesto talento de los trovadores. Y lo hacía a su manera: hablando negativamente a través de composiciones hechas a tal efecto. Como esta copla que realizó comparándolos con truhanes y locos:

Trahen truhanes vestidos
de brocados y de seda,
llámanlos locos perdidos
mas quien les da sus vestidos
por cierto mas locos queda.

Obviamente, cada uno de estos dos grandes grupos, llevaban agua para su molino.
En 1924 Ramón Menéndez Pidal publicó la primera edición de su “Poesía Juglaresca y Juglares”. En 1957 vio la luz la sexta edición, refundida y con nuevo título: “Poesía Juglaresca y Orígenes de las Literatura Románicas”.

“A pesar de la evidente superioridad de este nuevo libro ampliado sobre la versión primitiva de 1924, esta ha seguido reimprimiéndose mientras la definitiva, agotada hace años, no se ha reeditado hasta ahora. Sus aportaciones no han tenido la difusión que merecen, Para remediarlo Espasa- Calpe, ha accedido a darle entrada en su  nueva Colección Austral con título, que reproduciendo íntegro el de 1924, incluya también la principal novedad introducida en la edición de 1957”.

Esto fue escrito por Rafael Lapesa en 1990. Habrá que ver si las cosas cambiaron desde entonces. Por lo pronto este es el libro que encontré en la librería Los Argonautas de Avenida Santa Fe (la novena edición ampliada de 1991); un libro de bolsillo de más de quinientas páginas que desmenuza con increíble rigor histórico como nació y se difundió la poesía oral castellana; una significativa obra literaria de canciones y narraciones que sirvieron  no solo para beneplácito de las cortes sino también para animar las fiestas religiosas, las ceremonias matrimoniales, las de bautismos y para divertimento en plazas públicas de las grandes masas de gentes iletradas de la Europa Medieval.

Con énfasis y entusiasmo Menéndez Pidal nos informa: “Son los juglares, profesores de la poesía musical como recreo colectivo, el factor primordial en la creación de las lenguas literarias modernas y en el desarrollo de estas durante los siglos iniciales; son los juglares, ajenos a la cultura eclesiástica y a la lengua oficial latina, los que en el siglo XI se nos muestra en España cultivadores de cantigas de amigo, extrañas totalmente al mundo latino clerical, que las despreciaba y abominaba, mientras eran graciosamente acogidas por grandes poetas del mundo árabe desde el siglo IX; son los juglares que nos aparecen cultivando los cantares de gesta, otro género literario desconocido en toda la literatura latina, pero familiar a todos los pueblos de estirpe germánica”.

Podemos afirmar que todo esto no nació por generación espontánea. Lo que asegura Menéndez Pidal es que hubo, en los siglos V al VIII poemas hazañosos y canciones reprobadas, sin que de ellos quede otra noticia que la muy escueta de su existencia o, en los casos mas afortunados, algún resumen en prosa. 
Toda esta literatura incipiente se produjo o creció ignorada por los escritores doctos. Esto es lo que él llama “estado latente”, eje de una de sus más fecundas teorías: fenómenos lingüísticos o literarios, usos y costumbres, viven durante siglos sin despertar la atención general, o al menos, la de los cultos. 
De este modo actúan a lo largo del tiempo tendencias lingüísticas de sustrato que ningún gramático ni inscripción registró en época antigua. De igual manera, la pervivencia del Romancero en la tradición popular fue desconocida e incluso negada hasta que búsquedas recientes la pusieron de manifiesto. 
Como los romances transmitidos de generación en generación, la primitiva poesía románica hubo de ser oral, sin que sintiera necesidad de conservarla por escrito.

En definitiva, y tal como dice el autor en su prólogo Al Lector: “No parecerá desproporcionado el esfuerzo de reunir en este libro innumerables noticias dispersa en autores muy heterogéneos y en archivos varios para dar a conocer la no estudiada actividad de los juglares en España. Ellos en su vida vagabunda, irregular, puesta en perpetua aventura, ministrantes profesionales del solaz y la alegría lo mismo en los palacios que en las plazas, ellos mediadores en múltiples relaciones sociales públicas como privadas, difundidores de invenciones, gustos e ideas, ofrecen gran interés para la historia de la cultura general; pero más aún importan para la historia del arte literario y musical en particular. Los juglares eran difundidores de toda obra poética, los que con su canto la divulgaban mucho más eficazmente que los copistas de manuscritos; eran también divulgadores de cantos noticieros sobre sucesos actuales, y refrendarios (referidores) de historias acreditadas; eran, como portadores de mensajes versificados o prosísiticos, un poderoso órgano de propaganda política; en fin eran editores y periodistas ambulantes, agentes de toda clase de publicidad”.


En resumen este libro nos pone de manifiesto el concepto más vital y trascendente de la historia de la poesía juglaresca: su concepción como una historia de la poesía primitiva en cuanto espectáculo público y privado.

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