Unión Soviética. Año
1989. Días previos a la caída del Muro de Berlín. En este contexto de agitación
política y social se desarrolla la película Atomic
Blonde, traducida en nuestro país simplemente como Atómica.
Basada en el comic The Coldest City de Antony Johnston y
Sam Hart, esta película dirigida por David Leitch llega a las pantallas de cine
abriéndose paso a puño limpio. En esta ocasión, Charlize Theron, ganadora del
Oscar de la Academia por la película Monster,
es la protagonista principal de una historia de espionaje. Espionaje tal como se
podría concebir en plena Guerra Fría; un conflicto diplomático que había
comenzado al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Con cientos de misiles nucleares
de un lado y del otro de la Cortina de Hierro, tanto los Estados Unidos y sus
aliados como la Europa del Este —Unión Soviética y Alemania Oriental— habían conformado
una telaraña de espías, agentes secretos e infiltrados que actuaban en ambos
bandos. Cabe destacar que esta suerte de acontecimientos históricos,
sociológicos y hasta psicológicos, promovieron una serie de interesantes novelas
que bien podríamos considerar como un subgénero, la novela de espías, alejada
del policial clásico inglés y del policial negro norteamericano; Tom Clancy,
John Le Carré y Ken Follet fueron sus mejores exponentes.
La historia que nos
ocupa, como toda historia de agencias secretas, es compleja y nada es lo que
parece. Una trama enrevesada en donde los dobles espías (topos en la jerga interna
del mundo del espionaje) se encuentran camuflados en las mismas entrañas de los
servicios secretos.
La misión de Lorraine
Broughton (Charlize Theron), agente del poderoso M16 inglés, es recuperar una
lista que pone la descubierto las identidades de todos los espías infiltrados
en la Alemania del Este y en la Rusia comunista. Para ello deberá internarse en
Berlín y buscar a su contacto, David Percival (James McAvoy). Este contacto la
va a llevar a Spyglass (Eddie Marsan), el único que tuvo la lista en su poder y
que pudo memorizarla. Nadie sabe a ciencia cierta dónde se encuentra la lista
original. Por eso es tan importante sacar vivo a Spyglass. Es la única
alternativa de recuperar dicha información. También es imprescindible encontrar
dicha lista para que no salga a la luz y desate una Tercera Guerra Mundial. Por
eso la envían a la implacable Lorraine, para enfrentarse a todo y a todos.
Esta es la base de la
trama. De esta manera, la agente del M16, experta en espionaje y en combate
cuerpo a cuerpo, va a ir desgranando los pormenores de la misión que le fue encomendada
por sus superiores. La película se centra en esclarecer hechos pasados que al
parecer no han quedado resueltos. Es así que nos vamos enterando de los
entretelones de su misión a través de un interrogatorio para nada amable que le
hacen sus jefes superiores.
La película es un
enorme flashback. El tiempo presente está encapsulado dentro de un cuarto
vidriado y monitoreado por altos mandos de la Corona Británica. Si ella oculta
algo, nosotros tampoco lo sabremos, estamos en igualdad de condiciones que sus
interlocutores. Tenemos que creerle, o tal vez no. Y este es uno de los
aciertos del guionista Kurt Johnstad, ya que logra hilvanar una historia al
estilo de la serie True Detective —en
donde también la trama se iba desenvolviendo a través de un interrogatorio—
compuesto por la memoria selectiva de la protagonista que va avanzando desde el
intimismo resolutivo hasta su expansión final.
Hay agentes de la KGB,
de la CIA y del M16. Hay agentes encubiertos, dobles y hasta triples. No voy a decir
quién es quién pero todo se complica aún más cuando el film va avanzando. Así y
todo, no es difícil de seguir las traiciones que realizan todos contra todos.
De eso estamos hablando, del mundo del espionaje en todo su esplendor, en donde
no se puede confiar en nadie.
Mención aparte merece
una espectacular plano secuencia de más de diez minutos de duración en que
Lorraine es atacada, a esta altura ya no sabemos a quiénes responden sus
atacantes, y se defiende con todo lo que encuentra a mano. Desde sartenes,
aparatos de teléfono, sacacorchos, rollos de cables y puertas de heladeras. Sin
riesgo de caer en la exageración podemos asegurar que es una de las mejores secuencias
de cine de los últimos tiempos. Una coreografía ultraviolenta y majestuosa en
donde la cámara va de un lado a otro sin que se evidencie ningún tipo de corte
o montaje. Eso es lo que parece. Si bien hay indicios de que estuvo editada
digitalmente, la secuencia no deja de parecer lineal e impecable. Es imposible
pensar que fue rodada en una única toma, por la brutalidad, el gran despliegue
físico aportado por todos los actores y el movimiento de cámaras, pero así y
todo, la sensación de que estamos ante una escena sin cortes es sencillamente
magistral. Sin dudas, un gran trabajo de Elisabeth Ronaldsdóttir, la directora
de edición.
No hay que olvidar a
los actores secundarios como John Goodman y Toby Jones, como los interrogadores
oficiales, sin olvidar a Sophia Boutella, la espía francesa que se enamora de
su par británica.
Uno puede o no estar de
acuerdo con el uso desmesurado de la violencia en el cine, pero en este film
uno no puede menos que tomar partido por la rubia Lorraine, quién hace un papel
impresionante y combina a la perfección el lado letal de su personaje con una
figura desbordante de sensualidad. Una sensualidad que se va cayendo a pedazos
a medida que los golpes, las caídas y las patadas van transformando su cara y
su cuerpo en un conjunto lastimoso de moretones, cortaduras y magulladuras.
Y, por supuesto, no
falta toda la parafernalia estética y psicodélica de la época. Luces de neón,
bailes desenfrenados en lugares atiborrados de punks y una banda sonora que
acentúa ese paroxismo de la mano de The Clash, Public Enemy, New Order y
Depeche Mode. Claro que también hay otros referentes más pop como Queen, George
Michael y David Bowie. Lamentablemente el tema Sweet Dreams de Eurythmics no
está en la película, a pesar de que sí está en los trailers.
La mejor película del
año, junto a Dunkerke, dicen algunos
críticos. Una de las mejores joyas que nos han dado el cine en los últimos
tiempos, dicen otros. Charlize Theron, la bomba atómica del cine contemporáneo,
exclaman muchos. Exageraciones aparte, sin dudas estamos ante un film
cautivante y arrasador.
Charlize Theron (también
productora del film), parece haber encontrado una faceta de heroína a la altura
de una Uma Thurman del Kill Bill de
Tarantino. En este caso, en el film de David Leitch no hay que buscar un
producto intelectual o con arrebatos filosóficos. De hecho hay un guiño para
los amantes del cine de acción y es cuando la pantalla en donde se está proyectando
Stalker —film netamente
existencialista de Andrei Tarkovsky—, es totalmente destrozada por efecto de la
lucha entre Lorraine y sus perseguidores. Aquí no hay más que pura acción,
parece decirnos el director. La existencia pasa por otro lado, no por la mente,
sino por el cuerpo, y cuanto más expuesto esté, mejor.
Lo que queda claro es
que Atómica no apunta a nada más que
a subirnos a una montaña rusa y dejarnos a merced de una vorágine de pura adrenalina.
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