domingo, 8 de octubre de 2017

El Bosco, el Jardín de los Sueños - José Luis López Linares

Una invitación a pensar lo impensable.

Maravillas. Maravillas humanas. Maravillas animales. Animales fantasmagóricos. Nunca sabes si existen de verdad o solo existen en la imaginación.

A esto apunta el documental El Bosco, el jardín de los sueños, a escaparnos de nuestra realidad cotidiana para sumergirnos en un paisaje onírico que fue creado hace más de 500 años. El título del cuadro en cuestión es El jardín de las Delicias y parece ser una gran metáfora en sí misma. 

Su autor es Hieronymus Bosch, pintor holandés conocido como El Bosco. No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, de qué murió y en qué año. No se sabe a ciencia cierta cuándo fue realizada esta obra, si en su etapa joven o adulta, no se tiene un registro detallado de sus pinturas por lo que es difícil discernir cuáles son suyas y cuáles fueron realizadas por sus imitadores ya que El Bosco no acostumbraba a firmar sus obras. Recordemos que la Edad Media fue una época de autores que se copiaban en cadena sin citarse y no existían los derechos de autor en ninguna disciplina artística. Y por si fuera poco existen enormes lagunas en la documentación de su vida que lo vuelven aún más misterioso. 

El semblante de este artista enigmático solo aparece en un grabado hecho por Cornelis Cort, colaborador de Tiziano, en donde, debajo del retrato y a modo de pie de página, escribe: ¿Qué ven, Hieronimuus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro? ¿Acaso has visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros voladores de Érebo? Se diría que para ti se han abierto las puertas del avaro Plutón y las moradas del Tártaro, viendo como tu diestra mano ha podido pintar tan bien todos los secretos del Averno.

Algo de eso hay en las pinturas de este artista holandés: una especie de revelación a un universo de bestias y humanos que deambulan en paisajes tan extraños que parecen de otro planeta. De hecho lo han acusado de pertenecer a una secta esotérica, de cripto-cátaro y de alquimista.

Más cercano al surrealismo que al realismo típico de la época, la originalidad de El Bosco no estriba en que haya imaginado seres monstruosos —había infinidad de ellos en los marginalia, arte utilizado por los iluminadores en los manuscritos medievales— sino en haberlo llevado como figuras centrales en obras de grandes dimensiones para ser exhibidas al gran público.

El Bosco, el Jardín de los sueños es un proyecto audiovisual dirigido por José Luis López Linares y patrocinado por el Museo del Prado y la Televisión Española. A través de los testimonios de escritores de la talla de Cees Noteboom, Laura Restrepo, Michael Onfray, Orhan Pamuk y Salman Rushdie; de filósofos como Michael Onfray, cantantes, directores de orquesta, historiadores del arte, una soprano, un dramaturgo, un dibujante de cómics y hasta una neurocientífica, estos artistas, científicos y pensadores tratan de descifrar desde sus diferentes disciplinas la enorme polisemia de este tríptico.

Un tríptico que en su época solo podía ser visto cerrado ya que se abría en momentos especiales. De esta manera podía vislumbrarse un mundo plano —según las creencias de la época— incoloro y sin vida. La fuerza y la policromía de los matices, los arrebatos sensuales de sus figuras blancas y el destino al que esa misma libertad de acción y pensamiento aguardaría en el más allá, era posible verlo en contadas ocasiones. En los tiempos actuales el cuadro es exhibido abierto y en todo su esplendor.

De esta manera podemos ver que en la primera tabla del tríptico aparece un Adán y Eva libres del pecado original; en la parte central se despliega el jardín propiamente dicho —en donde transcurre el desenfreno de todas las criaturas humanas— y un paisaje terrible y oscuro aparece como epílogo en la última tabla, llamada también Infierno Musical —la música profana estaba considerada una guía hacia el pecado— que cierra, de esta manera, el recorrido visual. Y este es el recorrido que José Luis López Linares nos propone hacer.

El film comienza con los rostros asombrados de los espectadores. Luego, a partir de las figuras que vamos viendo en detalle, se desatan una serie de interrogantes que solo pueden ser respondidos de manera difusa y aproximada. Nada en la obra de El Bosco, que el film disecciona como una suerte de autopsia artística, está sujeto a una interpretación absoluta. Todo en él es una enorme alegoría.

En su libro de ensayos Arte y Belleza en la Estética Medieval (1987), Umberto Eco dice: El cristianismo primitivo había educado en la traducción simbólica los principios de la fe; lo había hecho por motivos de prudencia, ocultando, por ejemplo, la figura del Salvador bajo el aspecto del pez para eludir, a través de la criptografía, los riesgos de la persecución.

A partir de entonces, ya con la simbología cristalizada en el imaginario colectivo medieval, el mundo en su conjunto se transforma en un símbolo a descifrar. El jardín de las Delicias es precisamente eso, un gran tapiz pictórico y simbólico, exuberante de seres y animales que parecen salidos del sueño más febril y en donde todo está sujeto a la resignificación. En donde el unicornio, animal fantástico y adoptado como símbolo de pureza, se vuelve más real que el tigre o la jirafa.

El hombre árbol, el árbol de la vida, los cientos de animales —algunos realmente monstruosos—, las grotescas poses de las personas, un cuchillo saliendo de un par de orejas, parejas encerradas en burbujas, un hombre pez devorando humanos, infinidad de frutas exuberantes —se le ha llamado también El Cuadro de las Fresas—, elementos de tortura, fuentes de agua cristalina, edificios en llamas, pueden simbolizar conceptos tan vastos que, paradójicamente, puede, a su vez, no representar nada. Podría ser el simple delirio de un pintor con un exacerbado sentido del humor.

Hay una secuencia en el documental en donde el director realiza una interesante analogía entre los grupos aglutinados del cuadro con las concentraciones populosas de los conciertos de Woodstock, tanto unos como otros parecen estar en estado de éxtasis. Es uno de los momentos en que la cámara se desplaza fuera del cuadro para centrarse en otros ámbitos.

Lecturas hay infinitas. Tantas como las 40 000 personas que pasan a diario por la sala del Museo del Prado en donde es exhibida.

Mención aparte merece la elección de la banda sonora. Si bien no podía estar ausente la música clásica como los temas Primavera y Verano de Vivaldi bajo la dirección del increíble Max Ritcher, es un hallazgo encontrar Il Sogno: Oberon and Titania orquestado por la London Symphony Orchestra y Elvis Costello y un tema netamente pop como lo es God and Monsters en donde Elizabeth Woolridge Grant, más conocida como Lana del Rey canta muy acertadamente: En una tierra de dioses y monstruos yo era un ángel, viviendo en el jardín de la maldad, herida, asustada, sin hacer nada de lo que necesitaba, brillante como un faro ardiente.

Narrado en off por el profesor Reindert Falkenburg, que hace las veces de hilo conductor de la película, la propuesta del documental es seguir promoviendo lo que se supone fue su misión didáctica original: promover la conversación (conversatio) de los presentes en torno al cuadro. Si bien el público ha cambiado en su manera de interpretar el mundo en estos últimos cinco siglos, el mismo Falkenburg sentencia una idea que perdura hasta nuestros días: el Bosco ha sido capaz de crear una máquina que enciende la imaginación del espectador e incita a la interpretación sin siquiera darnos una pista.


En definitiva, El jardín de las Delicias como cuadro y El Bosco, el Jardín de los Sueños como película, son ventanas en donde solo se encuentran interrogantes. Las respuestas son tantas como tantos ojos pueden verla. Esta película es un buen acercamiento para seguir maravillándonos con una obra inclasificable que el paso del tiempo, no solo no la clarifica, sino que la vuelve cada vez más inexplicable. 

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