Si consideramos que una
novela, relato o cuento es un recorte de la realidad, el subrayado es el
recorte de un recorte. Si entendemos que en toda literatura se esconde parte de
la subjetividad del autor —hasta el más árido y formal texto informativo tiene
algo de subjetivo—, el subrayado (poner en relieve aquello que nos impacta de
alguna manera) es llevar la subjetividad, en este caso la del lector, a su punto
más álgido.
Al poner en acción este
verbo transitivo, estamos diciéndonos, en ese momento particular de la lectura,
qué nos está pasando, qué estamos buscando, qué es lo que queremos grabar en
nuestra memoria —no solo en el papel— para que ese detalle preciso no se
desvanezca con el paso del tiempo.
Esa frase luminosa, esa
metáfora impensable, ese párrafo revelador.
Si consideramos a la
poesía como pequeños destellos de genialidad que motorizan nuestra existencia, los
subrayados en una novela, cuento o relato —que pasarían a ser como las líneas
poéticas de un poema— poetizarían la prosa, es decir la elevarían a un estado
fuertemente emocional.
Los libros marcados
tienen un aura mágica. Después de años de resistirme a profanar con rayas,
flechas o signos ese terreno puro y perfecto, en donde solo tenían cabida las
letras impresas, las de molde, me di cuenta que los libros impecables carecen
de ese diálogo que hubo en el momento de su lectura. Y no hablo del diálogo
entre el autor y el lector, sino entre el lector que fui y el lector que ahora
soy; el lector que fui cinco años atrás, diez años atrás, quince años atrás. Es
como dialogar con aquel que fuimos, con los deseos y anhelos de esos años
pasados, con la visión oscura o diáfana que teníamos de la vida. Al releerlos
sentimos, como si fuésemos un viajero del tiempo, el vértigo de volver a situaciones
ya descontextualizadas en tiempo y espacio y comprobamos si esas marcas, vueltas
a la superficie, siguen enfrentándonos con la misma fuerza de antaño.
A veces sucede que
encontramos frases que, leídas mucho tiempo después, carecen de sentido. ¿Por
qué lo marqué? ¿Qué habré querido decir? ¿Qué me estaba pasando en ese preciso
momento? No siempre tenemos las respuestas, lo que acrecienta su misterio. Y
eso lo hace más complejo. Es como volver a interpretarse. No hay nada más
complejo que conocerse. Y la literatura es un buen medio.
Uno puede marcar un
libro de diferentes maneras. Con líneas —pueden ser de diferentes colores—, con
resaltador, con dobleces, con separadores de papel; o, resistirse a ello y
anotar lo que nos interesa en papeles que actúan dentro del libro como
“suplementos” conceptuales. Todo es válido. Y el libro es la única cosa que se
siente feliz cuando es “manoseado”.
Si la frase es corta,
digamos un par de renglones, se la subraya. Si es un párrafo de media carilla o
incluso más, se la encierra entre corchetes. Y si dentro de ese extenso párrafo
existe, además, una frase corta y breve, bella en sí misma, se la aísla con un
círculo.
Métodos hay muchos.
Tantos como lectores, como autores, como estados de ánimo.
Creo que no hay mejor autoconocimiento
que, pasado cierto tiempo, volver a esas señales. Hasta es posible hacer un
libro nuevo, uno personalísimo, con todas las citas marcadas. Sería el más revelador
diario personal. Un diario de nuestras emociones a través de las palabras de
otros. Algunas serían solo ideas estéticas, otras, dudas despejadas de la misma
trama, y otros, implacables conceptos que se nos clavaron en pleno corazón, en
plena cabeza o en medio del alma, sea donde sea que esta se encuentre. Todas
son válidas, porque esas frases nos hablan de nosotros mismos como lectores,
como partes de un todo, de un universo literario que estuvo resplandeciendo en
nuestras manos por un período de tiempo, con frases que tuvimos que aislar para
no olvidarlas, para que no se pierdan dentro de páginas y páginas inmaculadas,
para que sigan manteniendo su fuego interior.
No existe mejor manera
que utilizar el filo de una lágrima para horadar la hoja de papel con un subrayado enteramente emocional, y que esa
emoción se incorpore y se pliegue sobre sí misma en un intento de llevarla a la
boca, saborearla, digerirla, metabolizarla. Carl Sagan dijo que estamos hechos
de polvo de estrellas. Es verdad, pero se necesitan de las palabras y su lectura para
entenderlo. Y para entenderlo mucho mejor, subrayarlo.
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