sábado, 26 de mayo de 2018

"FALSA CALMA" SUBRAYADO (MARÍA SONIA CRISTOFF)


Fue después, en la adolescencia, que el aislamiento empezó a parecerme, como a los exploradores argentinos del siglo diecinueve, algo negativo. Para ellos había sido la amenaza de lo no dominado, del territorio que se rebelaba a formar parte de una nación incipiente; para mí había empezado a ser lo que me alejaba del país donde ocurrían las cosas, de la gente que quería conocer, de los libros que quería leer.

Dispuse de infinidad de horas para recorrer pueblos cuyo perímetro se recorre en una sola. Me senté en una esquina a ver los perros pasar. Me entregué por completo a ese estado de sopor que generan el exceso de luz o de viento o de silencio. Hubo días en que me parecía estar en un decorado de ciencia ficción en el que yo era succionada por alguna fuerza poderosa y no del todo definida. Vi cosas, muchas cosas: lo fantasmal no implica el vacío.

La miro y pienso que a los padres de ella les debe haber pasado lo mismo que a John Houston, gente que eligió el Angélica para nombre de su hija con la esperanza de tener algún ser directamente conectado con la paz de las esferas celestes y en cambio se encontró con una de esas mujeres de pies en la tierra y voluntades carnales.

La cantidad de veces que se trata de loco a alguien simplemente porque se toma su tiempo para ver más de cerca las cosas, porque tiene una sensibilidad más fina que la de todo el mundo.

Los perros vagabundos que pululan por Cañadón Seco están ayudándome a percibir con una claridad rotunda lo que otras veces se me presenta mucho más ambiguo: el momento en que se quiebra el encanto. O como se llame al momento en el que el lugar siente la necesidad de expulsar al intruso, que en este caso vengo a ser yo.

Estar en una escuela cuando todos se han ido tiene algo de voyeurismo, como si los ámbitos públicos solo pudieran recorrerse con público alrededor.

¿Cuándo, en qué momento del caminar llegará ese punto al que describen como algo deseable, como la entrada en otro tipo de estado? ¿Después del primer día, de la primera semana? ¿Cuál será el mecanismo por el cual el pulso de la caminata se entrelaza con el de la escritura? ¿Cómo fue que le pasó a Monod, a Sebald, a Thoreu, a Lawrence, a Patrick Leigh Fermor?

Como suele ocurrir siempre con los cementerios abandonados o de bajo presupuesto, el suelo es irregular, está lleno de esos montículos que dan la impresión de que alguien se está removiendo en esas tumbas. Por eso, supongo, la gente paga esas fortunas en los cementerios privados: para que esos suelos alisados a la perfección les genere la fantasía de que sus muertos descansan en paz.

Entrar en el campo es como entrar en otra dimensión. Al rato de andar se apodera de uno una especie de aturdimiento, un estupor ante nada en particular. Una especie de beatitud (…)


María Sonia Cristoff nació en Trelew en 1965. Es autora de los libros Falsa calma (2005), Desubicados (2006), Bajo influencia (2010) e Inclúyanme afuera (2014), todos traducidos al alemán. Compiló entre otros, Idea crónica, literatura de no ficción contemporánea (2006) y Paisaje a Oriente, crónica de viaje de escritores argentinos (2009). Escribe en distintos medios. Dicta clases en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero. (Solapa del libro).

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