Nadie se hubiese
imaginado que el 4 de febrero de 2004 nacía la red social que menos de veinte
años después llegaría a tener más de 2200 millones de seguidores. Facebook, que
surgió como una plataforma virtual para que los alumnos de diferentes universidades
de Estados Unidos se pusieran en contacto, se ha convertido en un espacio de
encuentros, de debate, de difusión y de búsqueda de contenidos en cada punto
del planeta con acceso a Internet. A partir de entonces el mundo no volvió a
ser el mismo. Y la pregunta que se fue perfilando es: ¿realmente sirve como
herramienta cultural o solo sirve para exhibir una vida paralela, ficticia y
narcisista.
Algo está claro: desde
las páginas —o muros— de Facebook accedemos a un sinfín de publicaciones donde
podemos enterarnos de estados emocionales; leer fragmentos de novelas, cuentos,
poesías, críticas literarias, reseñas de cine; compartir denuncias,
reflexiones, catarsis personales; difundir convocatorias a eventos y
actividades de todo tipo. Y si bien la imagen es un elemento preponderante del
post, la palabra también lo es. Esto nos lleva a pensar que todos, de alguna
manera, nos hemos convertido en escritores.
Hoy en día, a quienes
escribimos literatura nos basta con publicar cualquier texto en nuestro muro
para que automáticamente llegue a cientos —o miles— de amigos, conocidos y no
tan conocidos, los que a su vez pueden compartir esa publicación a otros
cientos de contactos y así sucesivamente, lo que hace de cada post un verdadero
best seller o por lo menos best seller en un mercado editorial tan pequeño como
el nuestro.
Es como haber llegado a
lo que podríamos denominar la democratización de la escritura, tanto en su
aspecto masivo como en su condición de gratuidad. Ya no hace falta esperar a
que una editorial acepte nuestros manuscritos —ya de por sí una odisea—,
esperar a que el libro se edite en papel y esperar a que los ejemplares lleguen
a los puntos de distribución para que finalmente desemboquen en las manos de los
lectores.
Ahora solo es cuestión
de escribir un texto, copiarlo en el muro y presionar enter. Al cabo de
segundos, horas o días llegarán comentarios, adhesiones y, por qué no, críticas
y sugerencias. De esta manera, desaparecen los intermediarios entre el autor y
el lector. Y la eterna espera, claro.
¿Es esto bueno? Sí y
no.
Sí, porque como dije
antes, cada uno de nosotros puede convertirse de la noche a la mañana en un
narrador o poeta conocido por una multitud de seguidores. Pero —y aquí está el
riesgo— no todo lo que se escribe es de buena calidad. Al no haber un trabajo
minucioso de corrección o simplemente de tomarse en serio la escritura, el
hiperespacio abunda de textos que nunca pasarían el filtro de un buen editor. Sin
embargo, así como no todo lo que reluce es oro, también es cierto que entre
tanta hojarasca existen verdaderas gemas literarias que de otra manera no
verían la luz, o quizás llevaría un largo período de tiempo descubrirlas.
El uso que cada uno le dé
a Facebook es algo personal y único. Y así como puede servir meramente para publicar
memes, videos graciosos o fotos de mascotas, también puede ser una gran
vidriera de acontecimientos culturales, tanto propios como ajenos. O una vía de
acceso a blogs; espacios literarios en los que suele haber un mayor rigor con
la palabra escrita. De hecho, muchos escritores ya publicados por grandes
editoriales, encuentran en los blogs un lugar de difusión para sus propios
textos.
En Facebook, uno puede
darse el lujo de acometer la escritura como un verdadero work in progress, es
decir, escribir y publicar como si se tratase de un ejercicio de escritura. El
postulado del “ahora o nunca” o quizás la celeridad de los tiempos que corren
permiten este tipo de experimento.
También como lectores
podemos sacarle jugo a esta plataforma: gracias a los miles de usuarios que
comparten citas, párrafos y textos completos de autores consagrados y no tanto,
podemos conocer más sobre ellos y, por efecto del azar, sobre otros autores y otras
obras que desconocemos.
En definitiva, Facebook,
esa gran telaraña en donde todo es absorbido y resignificado, puede ser de mucha
utilidad para nuestras inquietudes literarias. Todo depende de su uso. Pero que
la palabra es una entidad omnipresente en los millones de posts que se
comparten diariamente, es una realidad que no podemos soslayar.
Columna aparecida en la Revista Qu N° 25 - Redes Sociales 1/3 (Mayo 2019)
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