Federico Axat es un
escritor argentino nacido en La Plata que empezó a ser reconocido en nuestro país
por un libro que no es el primero que publicó, sino el segundo. Su ópera prima
se llama Benjamin (2010). Esto no es nada raro, lo llamativo del caso es que el
libro La última salida (2016) —el
tercero en salir y que estuvo circulando en nuestro país, junto al segundo— es
el que tuvo tan buena repercusión en EE UU que fue traducido a más de treinta
idiomas y sus derechos fueron comprados por grandes productoras de cine de Hollywood.
Bien, pero eso no es todo.
Si bien Federico Axat estuvo triunfando en varios
países con la novela La última salida,
la que fue conocida en nuestro país fue El
pantano de las mariposas (2013) que empezó a circular como si fuera un
promisorio debut editorial que el autor trata de desmentir. Un verdadero
entramado de títulos con ediciones arbitrarias en español que bien puede ser
material para las elucubraciones de un autor que maneja muy bien las idas y
venidas de sus tramas literarias como mecanismos de relojería.
Federico Axat lo dice
en el prólogo: “Quiero decirte que el que tienes entre manos no es un libro que
ahora se abre camino gracias a los méritos de su hermano mayor”. Se refiere,
claro, al éxito de La
última salida, alabado por las buenas críticas de The New York Times,
Suddeunstche Zeitung, Page de Libraries y La Vanguardia.
El
pantano de las mariposas, como hemos dicho, se publicó en Argentina en el 2017, después de La
última salida— y empezó a forjarse un camino en donde se presenta una buena
historia, pero por sobre todas las cosas, asombra por la vuelta de tuerca que
le da el autor, un giro inesperado, tan arriesgado y radical que todos los que
la leen quedan absolutamente descolocados.
Quizás el hecho de
provenir de la ingeniería —Federico Axat es ingeniero de profesión— le
posibilitó la manera de crear un artefacto literario perfecto, sin cabos
sueltos, en donde todo se resuelve en las últimas páginas.
Es cierto que Axat es
un gran admirador de Stephen King —al que conoce personalmente ya que está radicado
en Estados Unidos— en particular de aquellas historias en donde los personajes
son chicos.
Algo que no reniega, al contrario, en un reportaje cuenta que fue
la novela It, del escritor de Maine,
el que lo llevó a querer dedicarse a la escritura. De hecho, se encuentran muchos
guiños dentro de esta historia a modo de homenaje. Una de las calles que se
encuentra cerca del barrio de los protagonistas se llama Maine —lugar
emblemático en donde transcurren casi todas las novelas de Stephen King—, el
padre de Miranda tiene un Mercedes —la misma marca de auto del libro Mr. Mercedes de King—, la madre de Sam se
llamaba Christina — ¿alusión a otro libro de King, en este caso Christine?—, y algunas referencias más
que habría que tratar de descubrir.
La novela está dividida
en cuatro partes. Dos ambientadas en el pasado —1985— y dos en el presente. Un
prólogo que narra los hechos de nueve años atrás —1974— y un epílogo en el que
se hilvana todas las hipótesis planteadas, a la vez que nos invita a pensar seriamente
en releer todo el libro buscando pistas de un engaño al que el autor nos
sumergió de lleno durante 480 páginas sin que nos diésemos cuenta.
En el prólogo se narra
los hechos ocurridos en 1974, cuando Sam, protagonista principal de la novela,
sufre un accidente automovilístico con su madre. La voz narradora es la de Sam,
que cuenta con algo menos de un año y que va en el asiento de atrás. El
accidente ocurre de noche, con una lluvia torrencial, con Christina que intenta
alcanzar un oso de peluche que a Sam se le había caído, es decir, todas las
condiciones posibles para que un accidente sea inevitable. Pero no es por
eso que las cosas se precipitan a la tragedia. Una luz extraña encandila el
parabrisas del Pinto en donde van Sam y su madre. Es por eso que ella se sale
de la ruta, cruza al otro carril y termina estrellándose contra un árbol. Allí
quedan, hasta que alguien da aviso a la policía y vienen en su rescate.
A la madre de Sam no la encuentran, lo que provoca un sinfín de conjeturas —desde que el impacto la arrojó a un río cercano —improbable— hasta que la abdujeron los extraterrestres —más improbable aún—. Lo cierto es que Sam termina en una granja social regentada por Amanda Carroll, en donde convive con varios niños huérfanos o abandonados. Es a partir de aquí —con doce años— que la historia empieza a desarrollarse.
Es verano de 1985, no sabemos mucho de la vida de Sam desde que llegó a la granja, es por eso que, elipsis mediante, lo vemos con Billy, un chico de su misma edad que no está alojado en la granja sino que vive muy cerca de allí con una madre un poco sobreprotectora.
A la madre de Sam no la encuentran, lo que provoca un sinfín de conjeturas —desde que el impacto la arrojó a un río cercano —improbable— hasta que la abdujeron los extraterrestres —más improbable aún—. Lo cierto es que Sam termina en una granja social regentada por Amanda Carroll, en donde convive con varios niños huérfanos o abandonados. Es a partir de aquí —con doce años— que la historia empieza a desarrollarse.
Es verano de 1985, no sabemos mucho de la vida de Sam desde que llegó a la granja, es por eso que, elipsis mediante, lo vemos con Billy, un chico de su misma edad que no está alojado en la granja sino que vive muy cerca de allí con una madre un poco sobreprotectora.
Ese mismo verano es el
que planean pasarlo como el mejor que hayan tenido en todos los años que se
conocen. Todo muy idílico y bucólico, como siempre ocurre en esa calma que
precede a la tormenta.
Y esa calma se ve perturbada por la aparición de
Miranda, una nueva habitante de Carnival Falls. Una aparición que produce en el
interior de Sam un sentimiento totalmente desconocido. De repente se enamora
perdidamente. Es así que empieza a espiarla desde las ramas de un árbol que se halla delante de su casa, le
escribe poemas de amor y piensa en ella como la mujer de sus sueños. Es
entonces que Miranda, quién se muda a una casa que estuvo hasta ese momento
abandonada —aunque los propietarios sean sus padres— pasa a ser el elemento
disruptivo en esa especie de hermandad que mantenían con Billy. Las razones
por las que esa familia de clase alta volvió a su antigua mansión son por demás
sospechosas.
Lo cierto es que luego de varios intentos de aproximarse
a los nuevos habitantes, el grupo de dos se convierte en uno de tres: Sam,
Billy y Miranda. Hay claras reminiscencias al cuento El Cuerpo de Stephen King —llevada al cine como Cuenta conmigo—, y más cuando cada tanto
irrumpen dentro de su grupo los pandilleros de siempre, pero la gran influencia
de esta novela parecería ser esa obra monumental de iniciación que es It, de King.
Si bien es verdad que
la historia se detiene en las aventuras de esa cofradía pura e inocente de la
niñez, la trama viene secundada por otra que corre paralela y que tiene como
epicentro la desaparición de la madre de Sam, Christina Jackson, ocurrida en
ese confuso accidente que nunca pudo ser aclarado.
Empiezan a entretejerse
sospechas, conjeturas, hipótesis que tanto Sam, Billy y Miranda se enfrascan
para desentrañar qué papel juegan todos los protagonistas de una historia mucho
más grande y oscura, una historia que los desborda por completo. Y más cuando a
Miranda empiezan a aparecérsele unos extraños seres a los que llama los hombres
diamantes.
Es así que los
personajes van tomando derroteros totalmente distintos con el único objetivo de
dilucidar un misterio que todos los habitantes del pueblo conocen pero que
nadie quiere hablar. Billy, el cerebro de todas las operaciones que llevan a
cabo, es escéptico a todo lo que tenga que ver con sucesos fantásticos. Miranda
es la que aporta los datos más relevantes sobre la desaparición de Christina, ya
que su padre—Preston Matheson— tiene una amistad extraña con un científico, Philip Banks, que asegura que
las desapariciones en Carnival Falls tienen que ver con las abducciones
alienígenas. Sam, por su parte, lucha entre el amor que siente por Miranda, y
por esclarecer el misterio que rodea a la desaparición de su madre.
En los hechos narrados
en el presente, subtitulados como Hoy I y Hoy II, se devela lo que sucede con
ellos muchos años después de aquel verano de 1985, cuando ya rondan los 40 años
de edad.
Es muy interesante
percibir que los sucesos en el bosque, si bien quedaron marcados a fuego en la
memoria de los protagonistas, muchas de esas dudas quedaron en el más absoluto
de los misterios.
¿Fueron fantasías? ¿Fueron ciertas? No podemos decir mucho
más porque, como buen thriller en donde cada elemento o situación está puesto
por algo, cualquier información adicional pondría en juego la efectividad de la
sorpresa.
La lectura es ágil,
entretenida y con personajes queribles que se apoderan de nuestro corazón.
¿Quién no ha tenido una infancia llena de amigos, amores ocultos y algún
misterio, o al menos la sospecha de algo turbio y siniestro, que nos era
imprescindible conocer?
Novela de crecimiento y
suspenso con sugerentes incursiones en lo fabuloso, dice la contratapa. Y como
toda novela de crecimiento, hay un homenaje hacia esa niñez idílica, pero
siempre con el resabio de algunos destellos de duda en saber hasta qué punto
nuestra imaginación se filtró en la realidad o la realidad se vio trastocada
por la imaginación.
Ya, al final del libro,
nos encontramos con el epílogo. Un epílogo que sucede en el presente y que
trastoca todo lo que habíamos leído hasta ese momento. Un giro inesperado y
original que nos hace querer volver a leer el libro. Sí, releerlo, aunque
parezca mentira, pero desde un punto de vista totalmente distinto, lo que lo
convierte automáticamente en un libro nuevo.
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