Recién
a los diez minutos de entrar en el departamento de improviso y después de mirar
a Irene de arriba abajo, José se atrevió a preguntar.
—¿Qué
hay detrás de esa puerta?
—Nada
que quieras saber —le respondió ella sin siquiera mirarlo a los ojos.
Entonces
él rodeó la mesa, nervioso, impaciente, con el cigarrillo en una mano
chisporroteando fuego y furia. La otra mano se abría y cerraba convirtiéndose
en un golpe o en un cachetazo. Sólo era cuestión de segundos saber en qué punto
iba a detenerse. Como el juego de piedra, papel o tijera. Golpe o cachetazo,
golpe o cachetazo, golpe o…
—Además, no creo que sea un buen momento para
discutir nada. Quiero que te vayas, estás demasiado nervioso.
—¡No
me voy a ir hasta que me digas qué escondiste tan rápido en el armario cuando
entré—dijo usando el cigarrillo como un puntero incandescente.
Ella
se levantó acomodándose la minifalda, dejando su posición pasiva, mientras el
delineador se corría hacia abajo en una línea oscura. Le tiró la llave sobre la
mesa.
—No
tenés más que ir y abrirla.
Sintió
un atisbo de burla, quizás de desafío, y eso lo enfureció aún más.
—No
vas a decírmelo, ¿no?, tengo que ir y abrirlo yo.
—Es
lo que dije.
Él
sabía que no podía hacerlo, que le era imposible hacerlo. En ese simple acto se
podría desmoronar toda su vida como un castillo de arena, por lo que siguió
rodeando la mesa como poseído, aguijoneado por los ojos de esa mujer, que
ahora, encima, lo provocaba.
—¿A
qué tenés miedo? —le siseó ella sin sacarle la vista de encima.
—¡Vos
tenés miedo de que descubra lo que hay ahí adentro!
—Yo
no dije eso, dije que no te gustaría saberlo.
Dejó
de dar vueltas, agarró las llaves de la mesa y se paró frente al armario. Se
quedó mirándolo. La hoja de madera barnizada parecía despedir, a través de sus
nudos circulares, un olor a flores dulces, a perfumes encerrados, a sexo
consumado.
Introdujo
la llave en la cerradura, le dio dos vueltas, apoyó la mano en el picaporte y
cerró los ojos por diez segundos. De golpe apartó la mano tan rápido como si lo
hubiese picado una víbora. Entonces se dio media vuelta, aliviado, y volvió a
girar en círculos alrededor de la mesa.
Ella
encendió un cigarrillo y comprobó con desagrado cómo la media negra de su
pierna izquierda se había corrido en una línea recta que dejaba traslucir la
blancura de su piel.
—José,
tenés que irte.
—¡¡No!!
—gritó— ¡no me voy a ir hasta que me digas qué escondiste tan rápido en ese
armario cuando yo entré!
—No
querés saberlo.
La
puerta del armario seguían estando allí, al alcance de su mano, y se le
ocurrió la posibilidad que estuviera
vacío, pero ¿y si no lo estaba? ¿Si había algo que le dolería ver? Esa
posibilidad le resultaba perturbadora y no quería pensar qué es lo que podría
ocurrir a continuación.
Ella
se levantó, se dirigió a la ventana y le dio la espalda. Las agujas de sus
tacos vibraban con el paso del subte que pasaba decenas de metros por debajo.
A
José el no saber qué hacer lo estaba enloqueciendo. Podría tomarla del cuello,
ese cuello que ahora estaba asomándose por el balcón, y estrangularla ahí
mismo. No sería nada difícil, terminar con todo, pero pensó en otra
posibilidad: irse a algún bar cercano y emborracharse, pero, ¿era eso posible?
¿Sería tan cobarde de irse y continuar al día siguiente cómo si nada hubiera pasado?
¿O se armaría de coraje y abriría de una buena vez esa puerta?
Irene
seguía fumando su cigarrillo mentolado y entonces empezó a contar los pocos
autos que se deslizaban por la calle a las tres de la mañana; una manera
práctica de demostrar que ya nada importaba.
Llegó
a contar ocho autos: uno rojo, uno blanco y una larga hilera de autos
negros.
Al principio pensé que su amante estaría detrás de la puerta...pero después me di cuenta que eso era lo que menos importaba...ella ya no amaba a su pareja...así que con o sin amante en el placard esa relación iba a terminar. Como los autos negros que anticipaban muerte y duelo. Sos un genio! Seguí adelante, yo te leo!
ResponderEliminarHola... te dejo una observación que me parece que podrías revisar. Yo sacaría lo de sexo consumado, me parece que sobra, que le quita picardía al relato. Uno lee y viene suponiendo eso, que hay alguien porque antes pasó algo, y si pones eso cerras mucho el marco de interpretación a eso, la lectura queda fácil, hay un amante y el otro es un cornudo... Leo eso y ya adivino mi lectura, podría haber dicho que no, que no había nada, que era otra cosa, pero con esa frase, que queda un poco forzada para mi, caigo en la cuenta de que lo que estoy pensando es eso que estoy pensando por esas dos palabras: sexo consumado. No sé si fui claro. Igualmente esta bueno.
ResponderEliminar¡Muy bueno! Manejás muy bien el suspenso y el relato. Hay detalles en palabras dichas como al descuido que dicen muchísimo. Me gustó mucho.
ResponderEliminar