martes, 4 de agosto de 2015

REFLEXIONES LITERARIAS II

¿Por qué escribimos? ¿Por qué leemos? ¿Por qué nos gusta reunirnos a escuchar a otros que leen? Preguntas retóricas que tienen un denominador común. 
Porque lo necesitamos. 
Porque eso hizo la especie humana desde que fue algo más que sales y minerales y tuvo el don de la palabra. Oral, primero, escrita luego. Reunirse para escuchar. Escribir para entenderse. 
¿Cómo comprender el mundo y a sus inexplicables acontecimientos sino es a través de nuestros propios e inexplicables acontecimientos emocionales escritos a solas, leídos a solas o compartidos en público? 
El que lee, el que cuenta, el que escribe forma parte de un territorio abstracto en el que se mueven las letras, las historias, los versos, las palabras.
En el momento mágico de la lectura, en el que uno se para frente a otros, es cuando todo se convierte en una sola entidad, en un solo cuerpo, en un solo organismo. 

Un poema escrito, una historia narrada es algo que nos pone en evidencia con nuestra propia sed de ser. Frases sueltas que se adhieren a nuestra piel como una vestimenta que nos sirve para seguir caminando más liviano. Nos vestimos de letras para desnudar nuestros sentimientos más profundos. Por eso el reunirse a leer, a escuchar, a sentir esas palabras tiradas al aire se convierte en una comunión ancestral, en la magia alquímica que necesitamos para dejar atrás el metal, para que nuestra sangre sea algo más que espuma de mar y que nuestra mente arda en el espacio estrellado.
En una palabra, para dejar de ser lo que fuimos hace miles y miles de años, solo para llegar hasta este punto y preguntarnos: 

¿Por qué escribimos? ¿Por qué leemos? ¿Por qué nos escuchamos? 
Y aunque al universo este hecho pudiera parecerle totalmente indiferente, de hecho lo debe ser, solo nos queda la palabra para comprenderlo. El universo se comprende a sí mismo. Nosotros necesitamos algo más para hacerlo. La palabra es la clave. 
Detrás de todo eso no hay más que el espacio mineral. Vacío. Imperturbable. Indiferente. Eterno. Todo lo contrario a lo que somos. 
Por eso vale la pena escribir, narrar historias y leer poesía. Para no ser, por lo menos en un breve lapso de tiempo, tan vacíos, tan imperturbables, tan indiferentes como el mundo del cual brotamos. 
Ya volveremos a ser parte de eso en un futuro próximo. Mientras tanto sintámonos una roca viva, un viento plagado de susurros y un fuego que derrama lágrimas de pasión. 
Solo así podremos equilibrar las cosas entre lo que fuimos, lo que somos y lo que volveremos a ser.

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