El living, un domingo a
la noche, es un terreno en el que acaba de terminar una batalla silenciosa
entre los objetos y el tiempo.
Estoy demasiado entera.
Para convertirme en cenizas tendría que rallarme los huesos.
Te sentís lejos. Estás
lejos. ¿Cómo remontar, ahora, y poner los pies sobre la tierra? ¿Cómo surfear
sobre la incertidumbre, la cascada? Oscilando, yendo desde la boca del lobo
hasta la panza de la ballena. La distancia es inabarcable. Las imágenes y los
sonidos que destilaban los recuerdos empiezan a lavarse y a escucharse con
sordina. Y la coraza de azúcar impalpable se disuelve como en una taza de café
hirviendo.
Volví caminando.
Mientras el sol se ponía, mi cuerpo cruzó la ciudad como si fuera un contorno
filoso que rebanaba el mundo, abriendo un hiato entre las cosas y yo, entre la
gente y yo, entre el mundo y yo, entre yo y yo.
La locura es una piedra
en medio de una mata de pasto. Cualquiera puede tropezar y desnucarse.
¿Dónde hay que bucear
para encontrar las causas de la imposibilidad?
A veces, solo a veces,
me acuesto sobre un mar oscuro como el petróleo y me dejo teñir el corazón,
hasta que se convierte en un gato negro que se afila las uñas y me hace sangrar
por dentro.
Soy una de esas mujeres
que sale un domingo a la calle porque hay sol, pero una vez que está parada en
la vereda no sabe dónde ir.
Volviendo a tu casa te
encontrarías repitiendo, para vos misma, en un susurro, como si rezaras: quiero
mi vida de vuelta, quiero mi vida de vuelta. Una vida hecha de retazos, de
saldos, de ofertas desaprovechadas. Harías malabares, por el desfiladero de tu
memoria, con todas las oportunidades que perdiste. Y las verías estrellarse,
contra el suelo, como naranjas podridas.
Antes de que anochezca,
dicen las brujas, en el páramo, van a interceptar a Macbeth. A esta hora la
conciencia de Lady Macbeth chorrea sangre. Ella se restriega las manos para
quitarse los crímenes de encima y daría cualquier cosa, cualquiera, por volver
el tiempo atrás. Este es el instante en que me siento a esperar la hora futura.
No se vuelve al origen
sino recorriendo un camino distinto, un camino otro, dando un rodeo,
esquivando. Cuando se llega, el lugar, uno, está cambiado. A veces hay que
taparse los ojos con las manos para poder escuchar. A veces hay que repetir,
repetir, repetir, repetir, para oír la diferencia.
Nadie puede mirar su
propia cara. Frente al espejo se posa. Se es otro. Otra persona. Las fotos
reproducen un instante, apresan apenas un gesto fugaz. Cómo saber cómo soy.
Cómo saber que ven los otros en mí. No me conozco. Puedo ser ella. U otra.
Hay una voz en mi
cabeza que habla demasiado fuerte. Cuanto más esfuerzo hago para callarla más
se empecina en que la escuche. Pero si intento retener las palabras para
reproducirlas luego en un papel, una por una, se diluyen.
Nacida en Caracas, Venezuela, Virginia Cosin vive
en Buenos Aires desde los cinco años. Estudió Ciencias de la
Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA), cine en la Escuela
Nacional de Experimentación Cinematográfica del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y dramaturgia en
la Escuela
Metropolitana de Arte Dramático (EMAD) dirigida por Mauricio Kartun.
A fines de 2011 publicó la novela Partida
de nacimiento en la editorial Entropía. Publicó cuentos en diversas
antologías como Replicantes, en la
editorial El fin de la noche y Cuarenta
grados a la sombra, en Editorial Planeta.
Colabora en distintas publicaciones nacionales como la revista de
cultura Ñ del diario Clarín,
el suplemento Radar de Página 12, la
revista Brando, la publicación digital de Otra Parte y Eterna Cadencia.
Trabajó como guionista para Canal Encuentro, Fox y Discovery Channel entre otros. Coordina encuentros de
escritura literaria y de lectura en forma grupal e individual.
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