EL LADO B DE LAS ILUSIONES (por Miguel A Silva)
¡Buenos
días! Hoy empiezo a trabajar en la biblioteca. Salgo de casa en media hora. No
me da tiempo a comer, así que me llevaré el sándwich. También me llevo el
teléfono. Ya te iré contando cómo me va.
Así comienza Estefanía Farías a contarnos día a día, hora a hora, los contratiempos que va a
experimentar —durante una semana— en un país al que solo
conoce a través de postales y comentarios turísticos. Con un lenguaje sencillo,
claro, cristalino, en donde escuchamos, como en un susurro, sus descubrimientos
y sinsabores —mechados con anécdotas de su vida familiar— nos va transportar a
una especie de confesionario delicioso.
Las vivencias que vamos
a experimentar junto a ella es un retazo en el tiempo y dura solo ocho días,
ocho días en el que nos vamos a ir enterando de cuáles fueron los motivos por
lo que ella y su familia desembocaron, un año atrás, en Holanda, más
precisamente en tierras ganadas al mar.
Y es a partir de estas informaciones (vivimos a tres metros debajo del nivel del
mar, por eso estamos rodeados de diques, para prevenir inundaciones, no para
que haga bonito) empieza a destilar un humor ácido que la autora va
desenvolviendo a través de ocho intensas jornadas en que la acompañamos como
una sombra y que nos lleva a darnos cuenta de que no todo lo que reluce es oro.
(Cuando solicité el puesto aquí estaba
entusiasmada con la idea de trabajar en una biblioteca. Sin embargo en ésta soy
básicamente un mozo de almacén).
Un país que se maneja
con parámetros que rigen su vida diaria en forma ordenada. Una vida que en
primera instancia nos parecen digna de admiración (suerte que en este país cuando dicen siete minutos son siete minutos)
pero que al poco tiempo caemos en la cuenta de que esa misma rigidez impide
improvisar y actuar tal como lo hace la protagonista de la historia (parece que lo de llegar antes de la hora
aquí no se estila) hasta el punto en que la lógica funcional de sus habitantes nos parece totalmente
desesperante.
La historia se va hilvanando,
como si fuese un diario personal que arranca el 15 de junio del 2009 hasta el
22 de junio, ya en las últimas horas de la noche.
Es así que una vez que
comenzamos a leer, vemos que una vez afincada en Holanda, la protagonista decide
perfeccionar el manejo del idioma. Es entonces que toma un puesto de ayudante en
una biblioteca para atender a los socios. Allí se encuentra con Ilse y Mieke,
las que manejan los hilos de esa noble institución, quienes les van a enseñar
sus funciones específicas.
Son muy graciosas las
secuencias en donde tratan de hacerse entender —Ilse y Mieke no hablan una sola
palabra de español— a base de gestos y
de las pocas frases que nuestra protagonista sabe del holandés. La secuencia narrativa
del libro sucede días antes de un examen que tiene que dar en la Academia de
Ámsterdam para la obtención de un título que, entre otras cosas, la habilitaría
para solicitar el pasaporte de ciudadanía. Una manera fácil y adecuada para empaparse
en el lenguaje y sociabilizar con sus habitantes.
Las tareas no son
complejas. Consiste en atender la cafetería de la biblioteca, rellenar las
jarras de café y de agua, mantener los pocillos limpios y atender el pedido de
libros de los socios. Y aquí es donde nos damos cuenta de que las cosas más triviales
pueden resultar frustrantes cuando la barrera es la comunicación. El idioma es
una de ellas, pero también la idiosincrasia de una sociedad con sus costumbres a
cuestas y de la que estamos tan alejados. Es cuando la tan mentada
globalización choca de lleno con las tareas más sencillas, como la de hacerse
entender.
Todos estos
cortocircuitos en la comunicación están vistos por Estefanía Farías con una
dosis de humor realmente magistral.
Cada día termina con la
protagonista agotada después de una jornada de puras complicaciones.
Adepta al cine clásico,
a la literatura y a la enseñanza (en algún momento nos cuenta un pasado de
profesora) el personaje (alter ego de Estefanía Farías) decide darle clases de
holandés a sus padres para que sepan desenvolverse mejor en una ciudad que no
terminan de descubrir (es una medida de
emergencia. Lo de entenderse por señas tiene un límite) y de paso ver hasta
dónde puede servir sus conocimientos actuales del idioma. Esto reavivan los
momentos desopilantes de la historia (un
tuerto enseñando a dos ciegos) que,
sumados a las peripecias en la cafetería de la biblioteca, nos brinda un texto lleno de chispa e ironía.
Esporádicamente aparece
su hermana, que está casada y vive en Holanda, y forma parte de anécdotas pasadas
y familiares que no hacen más que agigantar el estilo de una comedia de enredos.
Nada se salva al ojo
crítico de la protagonista. Disfrazado de comentarios inocentes, aparece la
Holanda que no conocemos. La que no comprendemos. La del orden y la de las
reglas que nos altera nuestro caos natural y espontáneo (lo que nadie te cuenta cuando vienes a este país son los pequeños
detalles que complican la adaptación). Y es allí en donde la autora pone su
ojo crítico: en los pequeños detalles.
Por eso digo que Estefanía
Farías nos permite asomarnos al lado B de las cosas. No es el lado oscuro de la
luna, parafraseando al disco de Pink Floyd, no es el tenebroso o siniestro,
sino otra manera de ver la realidad. Otra manera de interpretar las pequeñas
cosas cotidianas. No parece difícil de entender. Claro, no parece difícil de
entender mirado desde la distancia. Como no parece difícil de entender que para
otras sociedades, la protagonista de la novela pasaría a ser la extraña, la
indescifrable, la que no cuadra con el imaginario colectivo de esa otra
sociedad a la que quiere adaptarse. (A
los holandeses los españoles les parecemos exóticos. Aunque yo no les encajo en
el perfil, dicen que tengo cara de belga, que soy demasiado blanca).
Y
claro que mucho ayuda todo lo que nos venden en las propagandas turísticas. La
autora en solo tres líneas nos derrumba ese mito de una manera tajante y
demoledora: El primer día que vienes a
Ámsterdam es como entrar a Disneylandia. El segundo día te das cuenta que las
caras son las mismas. El tercer día te da la sensación de que eres el extra de
una película que nunca terminan de rodar.
Ni siquiera logra
entenderse en algo que maneja tan bien como la literatura, algo que a simple
vista podría funcionar como un puente de comunicación. La protagonista no logra
entender cómo los libros pedidos por los socios de la biblioteca solo sean para
consumo, como si fuesen pura mercadería comprada en un supermercado al punto
que, para aprovechar descuentos, se llevan pilas de libros que leen en un fin
de semana.
Buenos
días, me voy a dormir es un mosaico de situaciones graciosas —y
no tanto— en un país que la protagonista no termina de encajar, un fresco de
las experiencias cotidianas en donde más de uno se va a sentir identificado.
Pero lo más interesante es el subtexto que recorre todo el libro, el mensaje
que se esconde detrás de esas vivencias, el que nos dice que luego de un tiempo
de asentamiento, todo toma su verdadera forma y dimensión.
El mejor ejemplo de
esto es cuando la hermana de la protagonista, les aseguraba, a ella y a su
familia —cuando todavía no habían
desembarcado en el país— que en Holanda no había polvo depositado en los
muebles —cosa por demás extraña—. A fuerza de buscar una explicación, todos atribuían dicho fenómeno a la humedad. A la
hermana le costó 2000 euros darse cuenta que esa idea era solo una ilusión.
2000 euros fue el costo
de la operación en sus ojos —para curar una dioptría— que la catapultó a la
realidad. A partir de ahí, vio que el polvo, como en su España natal, flotaba
por todos los rincones de su casa, solo que ella no nunca lo había percibido.
Una gran metáfora para darnos cuenta que desde afuera todo parece bello y
hermoso, hasta que una vez sumergidos en la rutina de las nuevas costumbres,
empezamos a vislumbrar la opacidad de todas las cosas.
Estefanía Farías nació
en Cartagena, España. Es Doctora en Filología Árabe por la Universidad de
Granada. Escritora y novelista, actualmente dirige la revista digital Periódico Irreverentes.
Además de la novela Buenos días, me voy a dormir (Ediciones
Erradícame, 2017) tiene publicados los libros Los Herederos de Toth (Ruiz de Aloza Editores, 2016). Besos felinos (Ruiz de Alosa Editores.
2017), El Sobre lacrado (Ruiz de
Alosa Editores, 2017), el libro de relatos Tengo
un amante. 15 relatos devoradores (MRV Editor Independiente, 2015) y
participó en la Antología Kafka
(Ediciones Irreverentes, 2016).
No hay comentarios:
Publicar un comentario