sábado, 16 de diciembre de 2017

INSOSLAYABLES XI - UN GRAN "MENOR"

Cuando se habla de géneros literarios, lo que se intenta hacer es clasificar la literatura. Segmentarla, moldearla, hasta diría que arrinconarla. Hay novelas que escapan a estos corsés teóricos y bienvenido que así sea. Por desgracia, estos corsés teóricos a veces terminan estigmatizando a lo que se llaman despectivamente “géneros menores”, confrontándolos con los “mayores”, los que están dentro del canon académico. Dentro del grupo de los “menores” se encuentran el policial, el terror y la ciencia ficción: tenidos por marginales, comerciales o pasatistas, se los suele dejar de lado. 

Claro que esta es una visión prejuiciosa y hasta anacrónica, hoy en día, hablar de género literario es no entender que los límites se han mezclado de tal modo que un texto de ficción, de los llamados serios, puede contener dentro de sí al policial, al terror y a la ciencia ficción sin ningún conflicto. Sin ir más lejos tenemos a Borges, Cortázar y Bioy Casares por nombrar solo a escritores argentinos que incursionaron en la literatura de género.

En esta ocasión, para reivindicar a uno de estos tres grandes géneros “menores”, intentemos aproximarnos a los orígenes de la ciencia ficción. Una tarea difícil, ya que el límite entre lo que es y lo que podría llegar a ser ciencia ficción es frágil.

Primero remontémonos a la Epopeya de Gilgamesh, un poema escrito en lengua sumeria por el año 1300 a.C., que narra las peripecias de un rey tiránico en busca de la inmortalidad. Este sería el primer texto de ficción, pero no de ciencia ficción, pues no hay tecnología que pueda ser deducida de esta epopeya. Sin embargo, algunos entendidos—Isaac Asimov y Carl Sagan, por ejemplo— lo consideran precursor del género, aunque no deja ser ser un mito o una leyenda con tintes fantásticos.

Mucho más acá en el tiempo —alrededor del año 180 d.C. — aparece un verdadero pionero en la materia. Se trata de Luciano de Samosata, un sirio que en algo más de ochenta títulos habla de viajes espaciales, retrata las características de los selenitas y nos describe mundos extraterrestres. Si bien para muchos los textos de Samosata son meras parodias, los viajes al espacio, las luchas con seres de otros mundos y los planetas diseñados de acuerdo a leyes físicas alternativas, los colocarían junto a las mejores novelas de anticipación de Julio Verne o H. G. Wells.

Por último, antes de llegar al texto que nos ocupa, hablemos de una obra poco conocida de Johanes Kepler, magnífico astrónomo del siglo XIV. Kepler, además de investigar el universo, también escribió literatura y la novela Somnium es prueba de ello. El personaje principal, un islandés llamado Duracotus, emprende un viaje onírico a la luna con su madre, Fiolxhide. Una vez allí, conocen a sus habitantes, seres que crecen muy rápido y viven muy poco, se asoman un rato al atardecer y luego vuelven a sumergirse en Privolva, el lado oscuro de la luna.

Hasta aquí tenemos tres grandes orígenes de lo que podría llamarse ciencia ficción, o ficción especulativa. El poema anónimo sobre Gilgamesh, las parodias pseudocientíficas de Luciano de Samosata y la novela Somnium de Kepler.

Sin embargo, ninguno de ellos, según los puristas más tradicionales, reúne las características del género. ¿Pero cuáles serían estas características? Hugo Gernsback, editor de una de las primeras revistas pulp de los años veinte, describió a esta corriente como “narración entretenida en la cual se combinan algunos hechos científicos con cierta visión profética”. La escritora Judith Merril, por su parte, dijo que la ciencia ficción es la “imaginación disciplinada”. Pablo Capanna se despachó con la ambigua premisa de “novela de anticipación” y Daniel Link arriesgó, “relato del futuro puesto en el pasado”. Todas pueden ser válidas y a la vez pueden no serlo. En lo que están todos de acuerdo es en que la primera novela con todos los atributos es Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818) de la grandiosa Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida por su nombre de casada, Mary Shelley.

Si bien su lugar dentro del género es problemático —parece más una historia de terror gótico—, encontramos en Frankenstein la semilla del relato arquetípico sobre la creación alumbrada a través de la ciencia.

La historia del Dr. Frankenstein empezó a tomar forma en Diodati, un hermoso paraje suizo sobre el lago Ginebra. Allí, en la residencia de verano de Lord Byron los Shelley (Percy y Mary) y Polidori —médico personal de Byron—, hicieron una apuesta: quién era capaz de escribir, durante la estadía, el relato de terror más escalofriante. Polidori se despachó con El Vampiro (ochenta años antes del Drácula de Bram Stoker) y Shelley el esbozo —le llevó un par de años terminarlo— de lo que sería su novela más famosa.


¿Hasta dónde somos capaces de empatizar con lo extraño, con el diferente, con el distinto? ¿Dónde está el límite entre la ciencia y la ética? ¿Cómo resistir la soledad y el desamparo? ¿Tenemos el poder de crear una nueva conciencia o solo monstruos, como los de la litografía de Goya? Estas son solo algunas de las ideas que postula dicha novela y estos interrogantes que postula Frankenstein, que bien podrían estar en ensayos de Sartre, Camus o en relatos de Kafka o Borges.

Considerada un clásico de la literatura universal, estudiada en ámbitos universitarios, la obra —un relato desarrollado a través de cartas, un doctor que quiere crear vida a través de materia muerta, el triunfo médico, el horror por lo creado, el pedido del monstruo de una compañera, la negación de Frankenstein y la posterior venganza—, está tan presente que no deja de ser una refutación a los que aún creen que la literatura puede dividirse en alta y baja. De hecho, los más venerados escritores contemporáneos han incursionado alguna vez, en estos terrenos pantanosos: el temor a los horrores más atávicos y ancestrales de nuestra especie y la incertidumbre de un futuro al que solo podemos llegar con la imaginación; estamos hablando de la ciencia ficción, o sea, de nosotros y de nuestra existencia. 

Columna publicada en la Revista Qu N° 21 (Primavera 2017) 

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