Aunque parezca sorprendente, el párrafo que sigue a continuación de la
escritora inglesa Jane Austen (1775-1817), se encuentra dentro de la novela La Abadía de Northanger (1817).
Muy pocas veces
la autora se salía de la trama para tomar una posición tan vehemente. Es
cierto que en varios pasajes de muchas de sus novelas, la voz narradora toma
distancia de los personajes para interpelar abiertamente a sus lectores, pero en
este caso, la propia Jane Austen parece tomar la iniciativa (como autora) y
realizar una profunda y feroz crítica a un estado de cosas que parecía haberla desbordado. Y si bien, mucho se ha dicho sobre que esta novela ironizaba al género gótico, no lo hace con sus criaturas, lectoras apasionadas y denostadas por sus mismos creadores.
Una audaz toma de posición. Un manifiesto en que denunciaba a un sector, “políticamente
correcto” de la sociedad, que denigraba a la novela como género, a la vez que la consumía en
secreto. Ironías del destino, La Abadía de Northanger se publicó luego de su muerte, por lo que la propia Austen nunca se enteró de la reacción a sus críticas.
Capítulo V
“(…) cuando el tiempo no permitía salir (Isabella y Catherine), se encerraban para leer juntas alguna novela.
Novela, sí. ¿Por qué no
decirlo? No pienso ser como esos escritores que censuran un hecho al que ellos
mismos contribuyen con sus obras, uniéndose a sus enemigos a vituperar este
género de literatura, cubriendo de escarnio a las heroínas que su propia
imaginación fabrica y calificando de sosas e insípidas las páginas que sus
propios protagonistas hojean, según ellos, con disgusto.
Si las heroínas no se respetan
mutuamente, ¿cómo esperar de otros el respeto y el aprecio debidos? Por mi
parte, no estoy dispuesta a restar las mías lo uno ni lo otro.
Dejemos a
quienes publican en revistas criticar a su antojo un género que no dudan en
calificar de insulso y mantengámonos unidos los novelistas para defender lo
mejor que podamos nuestros intereses.
Representamos un grupo literario injusta
y cruelmente denigrado, aún cuando es el que mayores goces ha procurado a la
humanidad. Por soberbia, por ignorancia o por presiones de la moda, resulta que
el número de nuestros detractores es casi igual al de nuestros lectores y
mientras mil plumas se dedican a alabar el esfuerzo de los hombres que no hicieron
más que corresponder por enésima vez la historia de Inglaterra o coleccionar en
una nueva edición algunas líneas de Milton, de Pope y de Prior, junto con un
artículo del Spectator*, un capítulo
de Sterne, la inmensa mayoría de los escritores procura desacreditar la labor
del novelista y resta importancia a obras que no tienen más defectos que el
poner gracia, ingenio y buen gusto.
A cada momento se oye decir: “Yo no soy
aficionado a leer novelas”; o: “Yo apenas sí leo novelas”; y a lo sumo: “Esta
obra para tratarse de una novela, no está del todo mal”.
Si preguntamos a una
dama: “¿Qué lee usted?”, y esta llámese Cecilia, Camilla o Belinda, que para el
caso da lo mismo, se encuentra ocupada en la lectura de una obra novelesca, nos
dirá sonrojándose: “Nada…una novela”, hasta sentirá cierta vergüenza de haber
sido descubierta concentrada en la obra en la que, por medio de un refinado
lenguaje y una inteligencia poderosa, llega a conocer la infinita variedad del
carácter humano y las más felices ocurrencias de una mente avispada y
despierta.
Si, en cambio, esa misma dama estuviese, en el momento de la
pregunta, buscando distracción a su aburrimiento en un ejemplar del Spectator, respondería con orgullo y se
jactaría de estar leyendo una obra que, por otro lado, está tan plagada de
hechos inverosímiles y de tópicos de escaso o de ningún interés, concebidos,
por añadidura, en un lenguaje tan grosero que sorprende que pudiera ser sufrido
y tolerado”.
(Fragmento de La Abadía de Northanger de Jane Austen).
*The Spectator fue una publicación periódica fundada en 1711 y que duró 555 números. Su objetivo era: dar vida a la moralidad con el ingenio y moderar el ingenio con la moralidad...Alineado con los ideales de la Ilustración, los autores pretendían promover la familia, el matrimonio y la cortesía.
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