miércoles, 2 de enero de 2019

INSOSLAYABLES XII - EL NOVENO ARTE


¿Cuándo comenzó la novela gráfica? Si bien los libros ilustrados no son nada nuevo —de hecho, dibujos e iluminaciones están presentes en las páginas de los libros desde el nacimiento de la imprenta—, el género novela reeditado o recreado a partir de imágenes sí es algo novedoso que comenzó a asomar muy tímidamente y hoy en día se ve en espacios cada vez más importantes de las librerías. 

Espacios en donde comics de terror, de fantasía y de superhéroes se codean con títulos impensables como “El extranjero” de Albert Camus o “El matadero” de Esteban Echeverría contado con viñetas.

El antecedente inmediato de la novela gráfica es, lógicamente, la historieta o cómic, deudor a su vez, —hay que decirlo—de las pictografías que se remontan al tiempo de las cavernas. 

Pero, para no irnos tan atrás, y como estamos hablando del género novela, podemos decir que el noveno arte —tal como muchos catalogan al cómic— dejó de padecer un sentimiento de inferioridad gracias a “Maus”, novela emblemática de Art Spiegelman que ganó el premio Pulitzer en 1992. Una obra monumental que produjo un quiebre en la manera de leer historietas.

“Maus”, narra la historia del Holocausto judío con ratones como víctimas y gatos como fuerzas de choque nazis; la trama, audaz y valiente, fue la bisagra para que el comic se convirtiera en material de lectura para adultos.

De allí a la experimentación con grandes autores de la novela clásica había solo un paso. Es así, que casi todas las obras canónicas fueron llevadas al formato historieta: desde Franz Kafka a Horacio Quiroga; desde Ray Bradbury a Jorge Luis Borges; desde Lovecraft a Oscar Wilde. La lista es interminable y las ediciones, generalmente de lujo, son verdaderos artefactos textuales y visuales —lexipictográficos en la jerga académica— que se diferencian por su belleza estética y lujosa.

Si bien ya en el año 1904 la revista española Monos subtitulaba “la primera novela gráfica” a una serie llamada “Travesuras de Bebé”, se considera que “El eternauta” (1957) de Germán Oesterheld y dibujos de Solano López fue la primera historieta apuntada a un público más adulto. Sin embargo, fue “Contrato con Dios” (1978) de Will Eisner, la obra que  desplazó a la creación de Oesterheld y Solano López, consolidó el formato y se adjudicó el lugar de precursor de esta nueva corriente literaria.

Lo interesante de las novelas gráficas es que, lejos de suplantar a las novelas tradicionales, las enriquecen con un lenguaje nuevo y un enfoque acotado particular sobre el corpus completo de la obra. Un recorte necesario —sería imposible trasladar una novela entera a imágenes— y subjetivo de las peripecias de los personajes y hasta de sus pensamientos filosóficos. 

Como sucede, por caso, en el magnífico “Informe sobre ciegos” de Ernesto Sabato, llevado al preciosismo puro de la mano del dibujante y artista plástico Alberto Breccia. Hay innumerables ejemplos de dibujantes que se animaron al género.

Quizás debiéramos agradecerle a Art Spiegelman, que dignificó el cómic con una historia para adultos, y a Roy Lichenstein, que elevó las viñetas gráficas a la categoría de arte y hoy se exhiben en los museos más importantes del mundo. 

Pero también les debemos a las editoriales que incorporaron de manera masiva y popular a infinidad de dibujantes y adaptadores de novelas que hoy inundan el mercado. Y no hablo de los superhéroes de la DC o de la Marvel, ni del famoso manga japonés. 

Hablo de textos clásicos que encontraron una nueva manera de ser leídos —y visualizados— en una época en que la imagen es el parámetro con en el que todo se mide.

Es que la novela gráfica es eso: una adaptación de la literatura a paisajes y escenarios visuales que dan un nuevo giro a nuestra forma de imaginar el mundo. Desde el sórdido de “Crimen y castigo” de Dostoyevski, el lúgubre de “La cruz de los atormentados” de Bécquer o el experimental de “Persépolis” de Marjane Satrapi.  

Columna aparecida en la Edición N° 24 (Rojo) de la Revista Qu (Diciembre 2018).

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