“Una corta ráfaga de información intrascendente”. Así lo habían catalogado Jack, Noah, Glass, Bizz y Evan, estudiantes oriundos de San Francisco y sus creadores, a este microblogging que en un primer momento se llamó twtrr, un nombre por demás difícil de pronunciar pero que no era otra cosa que la onomatopeya del canto de un pájaro. Esa especie de gorjeo irreproducible, lejos de ser intrascendente, se convirtió en un arma discursiva que cada tanto provoca temblores políticos, terremotos financieros y sacudidas sentimentales.
El primer tweet fue
lanzado al ciberespacio un 15 de Julio del 2006 a las 12:50 pm. y decía “Just
setting my twtrr”, es decir, “solo configurando mi tweet”. A partir de entonces
—como se verá más adelante las fechas y la hora exacta se harán muy
importantes— cada “información intrascendente” se convirtió, en manos de
artistas, deportistas, estrellas mediáticas y hasta de Jefes de Estado, en
mensajes que podían traer consecuencias imprevisibles a nivel mundial. Es como
si el mítico botón rojo de la Guerra Fría —que podía desencadenar una guerra
nuclear— haya mutado a unas simples líneas de texto. ¿El poder de la palabra? Quizás...
Twitter vino a destronar
a la que era la red social más importante del mundo: Facebook, y lo hizo a fuerza
de la brevedad y la inmediatez. El lema: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”,
sería la contracara de las profusas maquinaciones textuales de los usuarios de
Facebook. Si eso se cumplió o no es otra historia, pero lo que sí es cierto es
que los mensajes de twitter se convirtieron en “armas de destrucción masiva”, llenas
de denuncias cruzadas, de rumores y de provocaciones para dar cuenta ya no del
día a día de un usuario —como sucedía en Facebook—, sino del hora a hora, del
minuto a minuto y del segundo a segundo.
De pronto la rapidez y
fugacidad de una realidad que va cambiando a nuestro alrededor de manera
alarmante, hizo que twitter fuera la herramienta apropiada para estar en
sintonía con esta vorágine en la que estamos inmersos. Solo hace falta un
celular, una cuenta y, como si viviésemos en una gran maqueta virtual tipo
matrix, comenzar a viralizar noticias, situaciones, momentos, trascendidos, estados
anímicos, opiniones y hasta denuncias para que todos sean partícipes de lo que
está ocurriendo en ese preciso instante. Hechos insoslayables de la
globalización y la prisa por querer estar al día con lo último, que no
significa que sea lo mejor, sino el simple hecho de mantenerse en la cresta de
la ola virtual con un pájaro azul como tabla de surf.
Y como toda aplicación
nueva en donde las palabras son parte de su sostén, la literatura no podía
estar ausente. El desafío de su “corta ráfaga” de 140 caracteres movilizó a
compactar las ideas, sintetizar la información y producir algunos asomos de
literatura a la manera de los microrrelatos que se estaban haciendo cada vez
más populares. Al punto que se han creado concursos literarios —hoy Twitter ha
subido la cantidad de caracteres a 280— cuya característica es la brevedad. De
hecho en las últimas ediciones de la Feria del Libro, se crearon concursos de
Microficción para usuarios de Twitter. El último tuvo al género policial como disparador —nunca tan bien usado el
término— para que los participantes dieran rienda suelta a su ingenio y
creatividad.
Pero no todo tiene que concentrarse en 280 caracteres. Tal es el caso de los llamados “hilos” argumentales en donde una historia puede abarcar varios tweets, y no hablo de información coyuntural, tanto política, económica o de algún chismerío del show business, sino de verdaderos experimentos literarios. Tal es el caso del usuario Sixth Form Poet —aparente habitante de Sussex, Reino Unido— quien en Junio del 2020 —para ejemplificar algo que sucedió hace poco tiempo— publicó diez tweets seguidos narrando una historia que tuvo millones de seguidores, quienes a su vez lo retuitearon a otros tantos miles.
Comienza así: “Mi papá murió. El
inicio clásico de un cuento divertido”. A partir de esta enigmática introducción,
todo puede suceder, y de hecho sucede, ya que este inicio ambivalente desemboca
en una increíble historia de amor. Sixth form poet —algo así como poeta de
sexta forma— es uno de los tantos usuarios de Twitter que despliegan su talento
en medio de tanta información, ya sea textual o visual, que tranquilamente podría
pasar desapercibida.
A la manera de los
milenarios haikus japoneses, los edificantes aforismos latinos o los refranes
populares, los tweets se han convertido en un producto de nuestro tiempo:
rápidos y furiosos. Con sus hashtags —etiquetas para seguir los temas del
momento— que se transforman en los famosos trending topics, algo así como best
sellers a nivel planetario; los que a su vez derivan en temas de conversación para
todo aquellos que están pendientes de las redes sociales.
Y los que no, bueno,
pueden optar por un buen libro de microrrelatos, un precioso artefacto que no
requiere energía eléctrica ni una red de contactos para dejar volar la
imaginación.
–Foto de tapa, por Miguel Ángel Silva.
–Editorial, por María Staudenmann: “¿Qué está pasando?”, versos rimados en honor a la red del trino.
–Relatos: “Y los sueños…” (Natalia de Moliner); “Presente griego” (Mario Berardi), “La flor violácea del jacarandá” (Francisco Gorostiaga), ilustrado por Melinhada Midori.
–Insoslayables, por Miguel Ángel Silva: “Rápido y furioso”, sobre literatura y Twitter.
–Las cuestiones más vivas, por Benjamín Diez: “Galopes”, veinte tweets al hilo.
–La página de Baltasara: “Un exorcismo necesario y delirante”: Eme entrevista a David Muchnik, autor de Las Rotas.
–Doble central: “Estrellitas” (Macarena Moraña), ilustrado por Malena Previtali.
–Apuntes miopes, por Sabartés: “La guerra de los mundos”.
–Primera selección del Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea: “Sin rumbo” (Irene Díaz), “El grito” (Lorena Falcón), “Sinapsis” (Adriana Canestri).
–Poemas: “Giant Steps” (Santiago Ramos Córdoba), “Las flores lloran de noche” (Emmanuel Lorenzo), “Latidos sin corregir (Mirtha Caré).
–Opinología, por Eme: “Un pedacito de cielo”, sobre Alrededor de la jaula, de Haroldo Conti.
–Arte: Sin título, por Alejandro Bernero.
–Epílogo, por Sabartés: “280 formas de pedir lo mismo”, décima.